Sexta parte del diario de un hombre cincuentón que atraviesa los senderos de la vida como puede. El primer texto se publicó en la edición del 30 de junio. En esta oportunidad el personaje recuerda una noche de bohemia, de amor, de boleros y tequila, en pleno Barrio Sur.
Cuento completo
19 de agosto
Barrio Sur me sorprendió más de una vez. Había un bar, a dos cuadras de Plaza San Martín. Por Bolivar, entre 9 de Julio y Congreso. De esto deben haber pasado 20 años, sino es un poco más. Piso de parqué lustrado. Una vitrola exquisita. De esas que hoy solo se pueden encontrar en casas de antigüedades o como reliquia familiar. Entré solo, alrededor de las 23. Cargaba una especial nostalgia. Recuerdo que era sábado. Durante la tarde escuchamos tango junto a un amigo, mientras tomábamos tequila. Particular gusto para el alcohol. Estuvo exiliado muchos años en México. Siempre contaba que las noches, en el país de los aztecas, se ambientaban con boleros, rancheras y tequila.
Aquella tarde escuchamos al polaco Goyeneche. El tiempo trajo la noche. Mi amigo tenía una cita impostergable. Mi rumbo, en cambio, no era fijo. Mi hija era muy pequeña, pero estaba con los abuelos. Mi mujer había dejado de serlo, años atrás. Una oscuridad primaveral donde el viento acariciaba, con tibies, la piel, el rostro. Los primeros azares secundaban y el olor enamoraba a cualquiera. Esperábamos con ansias la tormenta de Santa Rosa.
La historia es curiosa. Dicen que Lima, más precisamente La Ciudad de los Reyes, estaba asediada. Hacia 1615 una señora llamada Rosa, muy religiosa, rogó al cielo para que piratas holandeses que habían asaltado el puerto de El Callao no lleguen. Las plegarias tuvieron éxito y una fuerte tormenta impidió lo que pudo haber sido una tragedia.
Encendí un cigarro y entré al Metejón un bar de onda, chico, humilde, limpio, con buen gusto. Pedí un wiskhy. Mientras sonaban boleros. El alcohol me hacía efecto desde hacía un buen rato. Pocas parejas bailaban sosteniéndose con un abrazo en la pista de baile. Estaba solo pero tan enamorado de la vida que no dudé en levantarme, me acerqué a la mesa de la par. Tres mujeres conversaban distendidamente.
- Bailamos? preciosa. Le dije a la morocha.
No respondió. Miró a sus amigas con pícaros ojos. Me sonrió dulcemente. Bajó la mirada. Se irguió. Me agarró de la mano y con decisión me llevó al lado de esa vitrola carismática. Agarró un disco de Eydie Gorme con Los Panchos: “Sabor a mi”, “La última noche”, “Bésame mucho”, algunos de los clásicos que bailamos. Nos enamoramos tanto que esa noche terminamos en su casa. Amanecimos abrazados. Nuestras miradas no dejaban de mirarse.
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