Se trata de Enrico Calamai, quien en 1976 ayudó a cientos de perseguidos políticos a huir del país. "Hice lo que había que hacer, pero no fue suficiente", dijo. Llegó al país para presentar su nuevo libro, "Razón de Estado”.
Su historia recuerda a las que cuentan películas como "Casablanca" o "La lista de Schindler".
La historia de Enrico Calamai, el cónsul de Italia en Buenos Aires que
en 1976 salvó la vida de unos 300 perseguidos políticos ayudándolos a
huir del país, podría ser la base de un film en la zaga de "Casablanca
o "La lista de Schindler".
Para cumplir con su decisión no
sólo desatendió sus instrucciones diplomáticas, sino que alojó
personalmente a algunos, les consiguió pasajes y llevó a Ezeiza en su
auto oficial y hasta entregó algún pasaporte "trucho" para que pudieran
embarcar, amén de impulsar los habeas corpus ante la justicia.
"Hice
lo que había que hacer, pero no fue suficiente", dice hoy con sonrisa
afable este diplomático jubilado que llegó al país para presentar un
libro de memorias -"Razón de estado"-, donde repasa esa historia en
clave política.
Quien busque en su páginas los detalles
prácticos de la operación de salvataje no los encontrará, salvo alguna
referencia vaga al ocultamiento en un convento de algunos perseguidos
de origen italiano y de su trípode de cobertura con el periodista
Giancarlo Foa, el sindicalista Filippo di Benedetto y el abogado Atilio
Librandi..
"Enrico firmaba los pasaporte, pero quizás no todos
estuvieran en regla porque me consta que a una familia que acompañó a
Brasil para que viajaran a Italia, les pidió que los rompieran apenas
pasaran migraciones en Fiumiccino", conto cómplice Angela Boitano, de
los Familiares de Detenidos y Desaparecidos por causas políticas.
"El
objetivo con este libro no es envanecerme, sino llamar la atención
sobre el proceder de los Estados que hablan mucho sobre derechos
humanos, pero al momento de actuar y defenderlos, sólo defienden los
intereses económicos y estratégicos", explicó días atrás Calamai ante
un auditorio de lo revindicaba.
No sólo lo escucharon el staff
completo de la Secretaría de Derechos Humanos, funcionarios de la
Cancillería y varios que dieron crédito personal de su actitud, sino
también el embajador de Italia, Stefano Ronco y la cónsul, Alessandra
Toñonnato que ostenta hoy el cargo que Calamai tenia hace tres décadas.
"Italia tiene una deuda, la de no haber abierto las puertas de
su embajada a los que estaban en peligro cuando todavía se podía
salvarlos, y eso es gravísmo", repitió sin dar demasiado
detalle de sus propios actos a los que se empeña en minimizar.
En
la foja de servicios de este ex diplomático poco común figura haber
manejado a fines de 1974 la evacuación de la embajada de su país en
Santiago de Chile, donde luego del golpe de Pinochet habían buscado
refugio casi medio millar de perseguidos.
"De allí yo llegué a
Buenos Aires con una gran experiencia y la sensibilidad ante las
atrocidades que lleva consigo un golpe para imponerse. Sabiendo también
que había posibilidades de ayuda humanitaria", dijo Calami.
Para
concretarla, Calamai debió desatender las instrucciones de su
cancillería que, tras la experiencia chilena, había establecido que no
aceptaría refugiados "para no generar tensiones con los militares y
tampoco poner en riesgo las relaciones de negocios".
"La
lectura que hacía el gobierno italiano era que en Argentina no había
violencia ni peligro pero yo demostraba a diario que si, porque
teníamos un promedio de uno o dos casos individuales o familiares
diarios de pedido de ayuda", evoca.
"Mi gobierno colaboró con
los militares argentinos en el ocultamiento. El tema era: si ustedes
hacen esto sin que se vea, no tenemos problemas. De modo que la
desaparición de personas era central en la política porque fue la forma
de no malograr negocios", afirma Calamai
"El presidente Sandro
Pertini se fue convenciendo de lo que ocurría en Argentina y en el 79
recibió a las Madres de Plaza de Mayo y luego siguió haciéndolo. Pero
su actitud individual no pudo cambiar la línea política del Estado",
reflexiona el ex cónsul.
Calamai permaneció en Buenos Aires
hasta mayo de 1977, cuando llegó su relevo de Roma, "donde había
perdido todo apoyo político de la Cancillería, que no me renovó el
destino. También me quitó su apoyo el Partido Comunista". "Me di cuenta
que estaba en la mira y que ya no podía ayudar sino que ponía en
peligro a los que venían a buscar ayuda. De modo que no tuve la fuerza
que tuvieron otros y opté por irme: es algo que aun vivo como una
defección".
"La cuenta no la hice yo. Acá me dijeron que con
nuestro equipo logramos salvar a unos 300 personas", dice Calamai, que
insiste en calificar de "injustos" los reconocimientos.
En
septiembre del 2004, por indicación del presidente Néstor Kirchner, el
Estado argentino le entregó su máximo reconocimiento, la Orden del
Libertador General San Martín en grado de comendador.
En
Italia siguió una carrera diplomática que incluyó la embajada en Nepal
y ser encargado de negocios en Afganistán, "porque la diplomacia no
castiga pero tiene su lenguaje". "Muchas cosas que ocurrieron acá
siguen igual. Hace semana toda la prensa se alborotó con los hechos de
Birmania, pero nadie dice nada de China por su importancia económica".
Calamai
añade: "Vivimos en un mundo en el que prevalece el darwinismo, donde el
más fuerte de todos opera en cualquier parte del mundo. Por eso
insistir en una política de derechos humanos es intentar cambiar estas
relaciones de este mundo desequilibrado donde la disparidad tecnológica
y militar permite que la primera potencia viole sistemáticamente los
derechos humanos que invoca".
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