Esa noche fue terrible. El sueño no llegaba. Cenó lo acostumbrado. Tomó café. Miró las estrellas. Se acostó pensando en el amanecer. Se miró la mano derecha y se toco la pierna izquierda. Todavía le dolía. Fue un golpe traicionero, pensó. Otra historia de Tucumán.
La ira se apoderó de su mente. Sólo venganza quería. ¿ Qué pasó en el encuentro?.Como me descuidé. Soy un torpe. Menos mal que reaccioné y pude esquivarlo, sino me abre la espalda. Todos los pensamientos se amontonaban.
Fue la noche más larga de su vida. El amanecer estaba lejano. Gritó y el silencio parecía reírsele. Mañana, lo agarro ahí donde siempre va. No le daré tiempo a nada. Siempre fui más rápido. Pensó y comenzó a dormirse.
Parecía que las luces del nuevo día llevaban mucho tiempo encendidas. Se despertó hambriento. Casi de un sorbo tomó el líquido, tibio, que había en la taza. Masticó un pedazo de pan, el perro lo observaba como si quisiera hablarle. Siempre le tiraba algo de lo que estaba comiendo. Esta vez no. Una de las pocas veces que el animal miró con sensación de desconcierto. Su amo se acercó y, con pocas ganas, le tocó la cabeza. El pequeño animal movía su cola esperando un gesto más cariñoso, como el de todos los días. Fue en vano.
Volvió sobre sus pasos, seguido por el perro. Comenzó a vestirse lentamente. El viento, caliente, de febrero no amenguaba el calor que hacía transpirar y mojar ,rápidamente, la camisa a cuadros. El pantalón, grueso, más caliente aún, estaba impecable. El color marrón combinaba perfectamente con las botas, brillantes, únicas, perfectas. Se las puso parsimoniosamente. A medida que se vestía el pensamiento se estacionaba en el encuentro. Ese que no lo dejó dormir como otros días. Se acomodó el sombrero, puso los revólveres en la cintura, no sin antes revisar los cargadores. Contó bala por bala.
Caminando lentamente, seguro, firme, sólido. Se sentó en el tronco que estaba bajo el único árbol de lugar. Sabía que la espera le traería fastidio, rabia, pero no tanto como el que tuvo el día anterior, cuando pergeño la venganza.
La polvareda, empujada por un raquítico viento de verano, apenas se levantaba. Iba a ser un día corto y placentero, pensó.
De pronto lo vio venir, tenía un andar prepotente, traicionero. Las manos en la cintura y la mirada oscura.
Con gran entusiasmo se paró, dejó la generosa sombra de la morera, pateó el tronco que le había servido de asiento y, acomodándose el sombrero dio tres pasos.
En ese instante escuchó una voz de mujer “ Litucu , hijito, el corso es la noche , sacate el disfraz no vaya a ser cosa que se ensucie”.
Litucu
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