Fue una vez, por calle San Martín, frente al Banco Nación. Caminaba apurado a realizar unos trámites encargados por el Jefecito, llegando a la Maipú, lo observé. Estaba parado, tenía un cigarrillo, un pucho, entre los dedos amarillos de la mano izquierda. Otra historia de Tucumán.
Los recuerdos son caricias en el alma, y algunas veces golpes imposibles de olvidar.
La ropa, con mucho uso, le quedaba holgada. El pantalón, un vaquero de corderoy, color marrón, sin cinto, le daba un aspecto lastimoso. Una campera, de tela de jean, descolorida, de nacimiento azul, estaba casi gris. Los zapatos, alguna vez doble suela, negros con trenzas grises, llenos de tierra. Era julio en Tucumán. La lluvia tenía dos meses de atraso. En el cuello llevaba puesta una bufanda con los colores de San Martín. Corría 1988, y los santos estaban haciendo buena campaña.
Me acerqué con lentitud, sorprendido, curioso. Frente a él, estiré la mano y dije ¿Qué hacés hermano?. Hizo un ademán con la derecha, y se quedo mirando. ¿Quién sos ?, preguntó a la vez que echaba el humo por la nariz, como lo hacía cuando era chico. ¡Yo Litucu!, dije emocionado. ¿ No te acordás?. Villa Urquiza, la José Colombres, la placita en la Marco Avellaneda, la pelota, el carnaval. Me salió toda la infancia junta.
Turco ,por favor, acordate. Mirame soy yo, el arquero de la cuadra.El mocho grande. El de los volantines con tira quietita. Claro a vos te gustaban esos con tira tumbadora. Como gozabas cuando derribabas a uno de los nuestros. ¡Así se hace maricones!, gritabas con un placer difícil de comparar.
¿Donde estuviste hermano?, vení vamos a tomar un café calentito. Lo agarré del brazo. Me miró a los ojos, un escalofrío corrió por mi cuerpo, parecía un animal herido. ¡No me toqués!, ¡No me toqués! , gritó. Te acompaño, vamos dijo, y tiró el pucho en el piso.
Turquito,¿ te acordás ahora?, le pregunté casi suplicando una respuesta positiva. Si ahora si, murmuró, sentí un profundo alivio.
¿Puedo pedir un café con leche completo?, ¡Claro!, dale , acá son muy ricas las tortillas con grasa, o querés bollitos, lo que vos quieras Turco querido, le contesté casi al borde de las lágrimas.
Todavía recuerdo, esa mañana temprano, salía hacia el diario y unos militares me hicieron entrar, de vuelta , a la casa. Asustado dejé la bici en el jardín, entré y puse llave. No pude mirar cuantos uniformados eran. Si logré ver dos autos oscuros, y un camión militar, estacionados en la cuadra. Se escucharon gritos, las voces eran conocidas. Mi viejo decía, que cagada parece que lo van a chupar al Turquito. Esa que grita es la madre. Se oían súplicas mezcladas con llantos.
Luego de interminables horas, nos permitieron salir. En la puerta de la casa del Turquito, así le decíamos de chico, dos policías, armados, estaban parados. Uno miraba hacia adentro y el otro al frente. En la casa se escuchaban los llantos de la madre y las hermanas, de mi amigo. El padre no vivía con ellos. En el barrio nunca supimos a que se dedicaba.
Mientras daba vuelta la cucharita en el pocillo, miré con las ganas que el Turco tomaba el café con leche. Sentí un nudo en la garganta, el estómago hacía un millón de ruidos, las manos no las sentía, de los ojos comenzaron a salir unas gotas, corrían por mis mejillas, y al llegar a mis labios, el gusto salado me hacía doler el alma.
Escuchame Litucu, dijo con voz ronca, si soy el Turco, boludo, volví, estoy hecho mierda, por dentro y por fuera. Me rompieron el cuerpo, la vida y la muerte, todo. Aguanté pensando en el barrio. La pelota, las bolillas, los autitos, el Puño Fuerte, Rayo Rojo, en los goles que hice ese día de la final contra la Venezuela, ahí en el cuadrangular de la placita. Atajaste bien, ganamos tres a dos, con dos míos y uno del Nano.
No volví a verlo. Algunos dicen que se fue a Bolivia. Otros que murió ,del todo.
Litucu
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