Actualmente en occidente el Día de San Valentín se relaciona con la dulzura, la cursilería, a diferencia de los antiguos griegos quienes unificaron el culto a Eros, dios del amor, con el culto a Dioniso, dios del vino. Hoy en Tucumán los bares y restaurantes estarán repletos. La cursilería no estará ausente con las flores y bombones.
Como ocurre todos los años las parejas jóvenes, viejas, no tanto, disparejas, aliados, concubinos, amigovios, amantes, en fin, como sea que se relacione un hombre con una mujer, un hombre con un hombre o una mujer con una mujer, elegirán para pasar su día bares y restaurantes.
Por eso las reservas son innumerables, durante la jornada estos lugares de esparcimiento estarán repletos de tortolitos/as. La imagen es la de siempre. Una mesa, cada uno frente al otro, sentados. Las manos entrelazadas en el centro, los ojos tiernos, una sonrisa bobalicona y las clásicas palabras de dulzura. No faltarán los poemas dedicados, donde lo que prima no es necesariamente la originalidad, ni mucho menos el goce estético. Tampoco estarán ausentes las canciones tan cursi como insoportablemente audibles, las arjonianas, por ejemplo.
Claro que algunos tienen gustos más refinados donde se apela a situaciones menos empalagosas. Se me ocurre pensar en Joao Gilberto, Caetano Veloso, Serrat. O quizás en alguna selección de poemas de Neruda, Alfonsina Storni, Delmira Agustini.
Sin embargo la gente le huye a esas grandes figuras para darle lugar a San Valentín. Festividad que surgió en Canadá y EEUU cuando en 1840, Esther A. Howland comenzó a vender las primeras tarjetas postales masivas de San Valentín, conocidas como «valentines», con símbolos como la forma del corazón o de Cupido.
En cambio, en la Gracia antigua, el culto a Eros (dios del amor o fecundidad) y a Dionisio (dios de la viña), acabó siendo uno, lo cual desembocó en la asociación de Eros con la libido. De ahí que la palabra Eros adquiriera una connotación sexual, viniendo a significar pasión amorosa y carnal aguda. Sin lugar a dudas eran más divertidos, por lo menos cuando de amor se trata.
De todos modos para quienes desean dedicarle unas palabras a su pareja. Dejo este poema de la uruguaya modernista Delmira Agustini (1886-1914), del libro Los cálices vacíos, donde demuestra que para hablar de amor no es necesario ser un cursi sin escrúpulo.
Yo hacía una divina labor, sobre la roca
creciente del orgullo. De la vida lejana
algún pétalo vivo voló en la mañana,
algún beso en la noche. Tenaz como una loca,
seguía mi divina labor sobre la roca,
cuando tu voz que funde como sacra campana
en la nota celeste la vibración humana,
tendió su lazo de oro al borde de tu boca;
-¡Maravilloso nido del vértigo, tu boca!
Dos pétalos de rosa abrochando un abismo...-
Labor, labor gloriosa, dolorosa y liviana;
tela donde mi espíritu se fue tramando él mismo
tú quedas en la testa soberbia de la roca,
y yo caigo sin fin en el sangriento abismo!
Sebastián Ganzburg
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