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Litucu, el ordenanza del diario

Pensar, ya pasaron más de 35 años desde el día que un amigo de mi viejo me dijo “ Litucu, en el diario andan necesitando un chango para los mandados, si te animás lo hablo al Jefe de Personal”. Yo que hacía poco, y a duras penas, había terminado la secundaria, no lo pensé mucho. A la semana ya integraba el plantel de maestranza del diario.

Cada vez que regreso en la moto, a la casa donde vivo desde que nací, observo con orgullo el barrio donde  me crié y moriré. Todavía me cuesta creer.

De Villa Urquiza al diario. Es lo mejor que me sucedió, después de los hijos y el casorio. 

Villa Urquiza, tenía calles de tierra, casas sin lujos, muchos árboles, baldíos para jugar al fútbol. Edificios  feos ,oscuros y sórdidos,como la cárcel y el hospital. Y la escuela, ese si era lindo.Un ámbito donde a muchos nos gustaba llegar todos los días. Allí teníamos aulas cómodas, patios cubiertos y con pisos de mosaicos. Estaba sobre la principal avenida, única calle asfaltada, del barrio.

Siempre que pasaba, de la mano de mi madre, o con mi viejo en la bici , miraba esa paredes de color ocre y verde, dsde donde emergia cientos de guardapolvos blancos, debajo delos cuales iban chicos con caras alegres, Contaba los días, los meses ,los años para concurrir a ese hermoso lugar.

El primer día, y varios posteriores,  algo  nos sorprendió  dejando a todos impávidos. Un enorme lugar con paredes blancas, limpias y claras. Tres extraños objetos rectangulares e iguales, cada uno con un caño del cual brotaba agua limpia y con fuerza. Lo mejor era abrir algunas de las cinco puertas instaladas en medio de la gran habitación. Al hacerlo, algo ovalado, blanco y brillante, a una mediana altura del piso, mostraba, al destaparlo, un inmenso hueco, que al principio asustaba. Fue un gran descubrimiento, para mis seis años, cuando la maestra con total naturalidad nos explicó el uso de cada cosa, que habíamos descubierto, de eso que ella nombró como baño. Claro el de casa estaba unos treinta y cinco metros al fondo, de la única habitación en la que vivía con mis padres y dos hermanos.

Un baño “como la gente”, decían los más grandes. Lugar extraño para muchos. Puerta de madera, lavatorio, agua corriente, inodoro, fuimos aprendiendo el nombre de cada uno de los “comue”. Un disfrute usarlos. La escuela era el lugar adecuado, cómodo, cálido. Casi todo el barrio iba a esa, inaugurada  unos años antes. Nuestros padres habían concurrido, los que pudieron, a la escuela vieja, que estaba unas cuadras más arriba. Un edificio viejo y cansado que contrastaba con esa externa soberbia del nuevo.

Fue mi escuela durante seis años. Allí aprendí a leer y escribir, sumar y restar, multiplicar y dividir, enamorarme de una compañera, izar la bandera, cantar el Himno, Aurora, la Marcha de San Lorenzo, Luna tucumana y la Zamba del Grillo.

No se porqué estoy escribiendo esto. Es parte de mi vida, como lo es el diario, y necesito ir contándoles, aunque sea así, poco a poco. Será porque ese barrio, esa escuela, esos amigos, los vecinos, los juegos,  esas charlas nocturnas, las esquinas, esas lluvias, los carnavales, y muchas emociones  me enseñaron a disfrutar de todo esto  que me hace ser  un feliz ordenanza del diario.

Litucu@gmail.com