Así lo refleja el informe semanal del IDESA. La entidad toma como base un documento de la Organización Económica para la Cooperación y el Desarrollo (OECD). Allí ubican a la Argentina en una posición muy baja y en claro retroceso. Pocos países muestran un fracaso tan contundente.
Aunque varios factores explican estos resultados, en la agenda de políticas públicas aparece como prioritario repensar la organización y las reglas del sistema educativo.
Uno de los instrumentos más ambicioso de medición de la calidad y la equidad de los sistemas educativos es la evaluación PISA que realiza la Organización Económica para la Cooperación y el Desarrollo (OECD). La evaluación mide las capacidades de los jóvenes que se encuentran en el 9º año de la educación básica (o 2º de la secundaria) en lectura, matemáticas y ciencias.
Se trata de una herramienta intensamente utilizado para diagnosticar debilidades y fortalezas de los sistemas educativos y, en función de ello, diseñar estrategias para mejorar resultados.
En el 2006 se midieron los sistemas educativos de 57 países que representan aproximadamente el 90% de la actividad productiva mundial. En la evaluación de lengua, sólo 3 países obtuvieron peor puntaje que la Argentina. Los datos publicados por la OECD permiten además indagar sobre otras dimensiones:
· Frente a una media de 492 puntos, los jóvenes de Chile obtuvieron 442 puntos, los de Uruguay 413, los de Brasil 393, los de Colombia 385 y los de Argentina 374.
· Por debajo de 335 puntos, que es el umbral a partir del cual se considera que los jóvenes tienen capacidades de lectura, Chile tiene al 36% de sus jóvenes, Uruguay el 47%, Brasil y Colombia el 56% y Argentina el 58%.
· Entre la evaluación del 2000 y la del 2006, los jóvenes de Chile mejoraron 33 puntos, los de Brasil empeoraron 3 puntos y los de Argentina retrocedieron 45 puntos.
La Argentina hasta no hace mucho tiempo se preciaba –y era reconocido como tal en Latinoamérica– por la calidad de su enseñanza y la preparación de su gente. Las evidencias sugieren que se trata de logros del pasado. En la actualidad prácticamente 6 de cada 10 jóvenes de 15 años no sabe utilizar la lectura como herramienta de incorporación de conocimiento.
En otras palabras, para más de la mitad de los alumnos, el sistema educativo argentino no logra una meta básica y elemental como desarrollar la capacidad de lectura.
La involución es profunda y generalizada.
Entre los años 2000 y 2006 la calificación promedio en lengua cayó 45 puntos. El 5% de los alumnos con menor puntaje retrocedió 78 puntos y el 5% con mayor puntaje retrocedió 28 puntos. Aunque con ritmos diferentes, se observa que el deterioro afecta a todo el sistema educativo. En sentido contrario, la calificación de Chile aumentó en el mismo período en 33 puntos. El 5% de menores calificaciones mejoró en 15 puntos y el 5% con mayores calificaciones lo hizo en 58 puntos. Tanto Chile como Argentina necesitan progresar mucho para llegar a los niveles educativos de los países desarrollados, sin embargo, Chile muestra logros concretos en la dirección de achicar la brecha.
Con frecuencia se señala que las principales causas de estos fenómenos están asociadas a la pobreza y a las crisis económicas recurrentes.
La misma OECD reconoce, al analizar la información relevada, que el entorno adverso del hogar condiciona el desempeño del alumno. Sin embargo, también alerta que no es el único factor. Países vecinos con mayor nivel de desigualdad (Chile, Brasil) o que sufrieron crisis de similar severidad (Uruguay) superan a los jóvenes argentinos. Esto lleva a argumentar que los factores socioeconómicos son importantes, pero no alcanzan para explicar un fracaso tan generalizado y contundente como el que se observa en el caso argentino.
Es posible que las reglas con las que opera el sistema educativo sean las que conspiran contra la calidad y equidad de los resultados.
Probablemente la más decisiva sea un régimen fiscal basado en la descentralización de funciones y la creciente concentración de recursos en la Nación. Esto degenera en situaciones donde se superponen funciones entre la Nación y las provincias, y se diluyen las responsabilidades. El proceso de aprendizaje de los alumnos sufre las consecuencias de esta irracional organización.
Para salir del fracaso educativo es crucial repensar la organización del sistema educativo bajo la lógica federal que fija la Constitución Nacional.
Aunque el crecimiento económico y la mejora en la distribución del ingreso son fundamentales, también es necesario respetar las responsabilidades educativas. La educación básica es responsabilidad de las provincias, que son los responsables del financiamiento, la gestión de las escuelas y los resultados. El ámbito nacional debe fijar los mecanismos financieros para compensar las asimetrías regionales (es decir, una buena ley de coparticipación), administrar el sistema nacional de certificados y títulos, y medir los resultados educativos que logran los responsables de la gestión (que son las provincias).
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