Homilía del Arzobispo de Tucumán,Luis H. Villalba, realizada el 24 de Setiembre en la misa de Nuestra Señora de la Merced.
Queridos hermanos y hermanas:
1. Nos hemos reunido en torno al altar para celebrar la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, nuestra Patrona. Lo hacemos cuando estamos celebrando también las Bodas de Oro de nuestra Arquidiócesis. En el año 1957 fue elevada a Arquidiócesis la entonces diócesis de Tucumán, que había sido creada en el año 1897.
La diócesis es una porción del pueblo de Dios confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio. En ella existe la Iglesia católica una y única.
Ahora bien, las diócesis están organizadas en provincias eclesiásticas. La provincia eclesiástica es una agrupación de diócesis vecinas para promover en todas ellas una acción pastoral común y para fomentar la relación entre los obispos.
En la Argentina hay 13 provincias eclesiásticas. La diócesis cabeza de la provincia eclesiástica se llama metropolitana y se convierte en arquidiócesis. Las demás diócesis de la provincia eclesiástica se denominan sufragáneas de la sede metropolitana. La provincia eclesiástica de Tucumán tiene como sede metropolitana a la arquidiócesis de Tucumán y como diócesis sufragáneas a las diócesis de Concepción, Santiago del Estero y Añatuya.
Demos gracias a Dios por el don de la Arquidiócesis y roguemos por los arzobispos, sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos que han servido a esta Iglesia Particular.
2. Celebramos nuestra fiesta patronal bajo el lema: “Nuestra Señora de la Merced Madre de nuestro pueblo”.
Jesús en la cruz nos entregó a la Virgen María como Madre. Es nuestra Madre y nosotros somos hermano
Por eso le pedimos: “María, enséñanos a vivir como herman
Como en la familia humana, la Iglesia, familia de Dios, se genera en torno a la madre, quien confiere alma y ternura a la convivencia familiar. La Virgen María es madre y, por tanto, artífice de comunión.
Somos la familia de los hijos de Dios. Dios es nuestro Padre y la Virgen nuestra Madre.
Esta gracia de la filiación divina es el gran tesoro que la Iglesia ofrece a los hombres. De la filiación nace la fraternidad cristiana: “Todos ustedes son hermanos”, nos dice Jesús en el
Por eso le pedimos a la Virgen: “María, enséñanos a ser hermano
El hombre moderno no ha logrado construir una verdadera fraternidad sobre la tierra porque ha olvidado que la única forma de ser hermanos es sabernos hijos del mismo Padre. Dios nos creó para que el mundo fuese un hogar fraterno y no un campo de batalla, donde reine la violencia, el odio, la explotación, la servidumbre
Necesitamos vivir como hermanos. No es fácil vivir como hermanos. Necesitamos vivir en familia. Hay muchas cosas que nos impiden vivir como hermanos: la discordia, la violencia, la envidia.
“María, enséñanos a vivir como hermanos”.
Como Iglesia queremos encontrarnos como hermanos. Queremos trabajar para que la fraternidad sea una realidad. El Papa Juan Pablo II nos decía que cada comunidad cristiana tiene que ser “casa y escuela de comunión”, es decir una verdadera fraternidad.
Pero además, como levadura en el mundo, los cristianos tienen que ayudar a que se viva la fraternidad en la sociedad, en los distintos ambientes en los que se desarrolla la vida humana. En una sociedad fragmentada, dividida, individualista, con exclusión social, los cristianos tienen que colaborar en rehacer el entramado cristiano de la sociedad.
3. “María, enséñanos a vivir como hermanos”.
San Pablo nos exhorta a que en el trato con los otros ejercitemos la paciencia: “Practiquen la paciencia” nos dice (Col. 3,12). Y también afirma: “Los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido... con mucha paciencia” (Ef. 4,1-2).
Hace falta una paciencia inagotable en el trato con los demás; puede ser con un enfermo o con una persona de mal carácter, o con personas que son molestas o inoportunas o con falta de educación. La paciencia nos debe llevar a no ofuscarnos cuando surgen fricciones con los demás.
Cristo es paciente:”Aprendan de mí que soy paciente de corazón”, dice Jesús. Pensemos en la falta de paciencia en la calle, en los que manejan, en las oficinas
El Papa Benedicto XVI decía: “El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres”
Si queremos construir la fraternidad debemos dejar la intolerancia, la impaciencia, la violencia y vivir la madurez propia de la vida cristiana.
El libro de los Proverbios dice: “El iracundo promueve contiendas, el paciente aplaca las rencillas” (Prov. 15,18).
La paciencia es una manifestación de amor: “La caridad es paciente...”, dice San Pablo (1 Cor. 13,4).
4. “María, enséñanos a vivir como hermanos”
Ser compasivo es una expresión de la fraternidad: es estar atento a quien tiene alguna necesidad, a quien está en dificultad. La verdadera compasión es sentir la angustia del hermano y hacerla propia para soluciona
La compasión se opone a la indiferencia. Pensemos en la Virgen que reacciona e intercede por los esposos en las Bodas de Caná porque no tienen vida
La compasión no es puro sentimiento, sino que busca solucionar el problema. Es lo que le sucedió al buen Samaritano que se compadeció, “se le enterneció el corazón” cuando vio al hombre herido por el camino. Pero notemos bien: la compasión del buen Samaritano no fue ningún sentimentalismo pasajero. Todo lo contrario el sentir compasión por el hermano lo llevó a socorrer al herido. Esa compasión hizo que el Samaritano sintiera que era injusto dejar a un hermano tirado en el suelo. La compasión lo hizo solidario y lo movió a ayudarlo. El buen Samaritano traduce su compasión en gestos concretos: lo unge con vino y aceite, venda las heridas, lo lleva a la posada y gasta su dinero para que lo cuiden y promete volver a visitarlo (Lc.10,30-37)
Sentir compasión es no pasar de largo ante el sufrimiento o la necesidad del hermano, como hicieron los otros personajes de la parábola: vieron al que estaba tirado, dieron un rodeo y pasaron de largo. Vivir la fraternidad es acercarse, no dar un rodeo, no pasar de largo. Tenemos que acercarnos a todos nuestros hermanos, especialmente al que tiene alguna necesidad ayudarlo, para levantarlo.
5. “María, enséñanos a vivir como hermanos”.
Se vive la fraternidad respetando al hermano.
Respeto significa valorar a los demás, considerar su dignidad, cuidar sus derechos
Todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen; su igual dignidad emana de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.
El respeto mutuo es condición indispensable para la convivencia social. La falta de respeto por el otro se nota en todos los ambientes: familiar, laboral, escolar.
El respeto por la persona comienza por el respeto a la vida desde la concepción hasta su muerte natural, que es el primero de los derechos humanos. La vida es un derecho humano, no así el aborto.
El respeto a la persona humana pasa por el principio: “Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como «otro yo», cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente” (GS 27).Esto se hace más acuciante cuando el hermano está más necesitado: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt. 25,40)
¡Qué tristeza cuando se aprovecha de la pobreza del hermano para comprar su voluntad por unos pocos pesos! Esto no es respetar sino humillar al hermano.
6. “María, enséñanos a vivir como hermanos
Todo el Evangelio nos muestra la cordialidad con que Cristo trata a todos aquellos con quienes se encuentra: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, pecadores... Es el ejemplo que debemos imitar en nuestra convivencia diaria
La amabilidad es una virtud digna de ser considerada. En la casa, en el trabajo, en las oficinas públicas, en la calle, se debe cuidar el trato con los hermanos. La amabilidad, la cordialidad, es algo cotidiano, pero ¡qué importante es
En nuestra vida diaria nos encontramos con personas diferentes, que poseen caracteres y modos de ser muy diversos, y es muy necesario que nos ejercitemos en la convivencia con todos
En el trato con los otros debemos ser amables, cordiales, afables, atentos.
La amabilidad es una virtud especial de la convivencia que nos lleva a hacer la vida más grata a los que nos rodean. Esta virtud hace amable la vida cotidiana. A veces basta una palabra cordial, un saludo cálido. El saludo de María llenó de alegría el corazón de su prima Isabel: “Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno” (Lc. 1,44)
La amabilidad se opone al egoísmo, al gesto destemplado, al malhumor, a la falta de educación en el trato mutuo.
También se opone al ánimo litigante o a la despreocupación por palabras o gestos que causen daño al hermano
El fundamento de la amabilidad es que el otro es amable, es decir, “digno de amor”, por el hecho de ser hijo de Dios. La amabilidad, la cordialidad, hace sentir que se estima al otro.
La benignidad, el trato delicado, el buen recibimiento, la cordialidad, el trato paciente, el respeto, la mansedumbre son algunas de las maneras en que practicamos la amabilidad con el hermano. La amabilidad promueve la convivencia y armonía con el prójimo y ayuda a crecer en fraternidad.
“María, enséñanos a vivir como hermanos”:
Señor, te pedimos que, siguiendo el ejemplo de la Virgen,
seamos verdaderos discípulos de Cristo,
que escuchan diligentemente sus palabras
y las cumplen con fidelidad. Amén.
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