No es de extrañar que la actual gestión educativa provincial haya tomado la decisión de desmembrar institucionalmente a la Escuela Normal Juan B. Alberdi, una de las instituciones educativas públicas más antiguas, eficientes y emblemáticas de nuestro medio.
El reconocido educador, cuestiona severamente la decisión del gobierno provincial de reestructurar la conducción y el sistema en las escuelas estatales.
Las sucesivas amenazas que viene recibiendo la escuela, junto al sistemático maltrato, la desatención a sus pedidos y necesidades, así como el ataque político solapado que padece por parte de los funcionarios del rubro, se acaban de hacer realidad con la medida tomada, la cual apunta decididamente a su desarticulación, liquidación y progresiva desaparición institucional.
Este propósito ha sido el sueño dorado de los liquidadores de la educación pública durante los obscuros años de la transformación educativa menemista, en los olvidables ‘90s, cuando se arrasó con los espacios públicos y productivos de la sociedad. No debemos olvidar que en ese momento el cruento programa educativo que se aplico a las Escuelas Normales -en otras provincias menos afortunadas que la nuestra- fue su fragmentación y desmembramiento horizontal, separando cada uno de sus niveles en forma autónoma, desconectándolos física y curricularmente entre sí y haciendo de los terciarios agentes extraños al mandato fundacional e histórico que diera origen a nuestras escuelas a fines del siglo XIX: formar docentes para educar al soberano.
El resultado de esta furiosa cirugía privatizadora fue la desaparición lisa y llana de las Escuelas Normales como complejas unidades académicas integradas, cuestión que puede constatarse dolorosamente cuando se recorre la región y en provincias como Salta, Jujuy o Catamarca sólo queda el nostálgico recuerdo de lo que otrora fueron dichas Escuelas.
En su lugar yacen, porcionadas como una torta, pseudas instituciones educativas donde cada uno de los niveles funciona como puede, enfrentados entre sí, con recelos por los espacios de poder, con pésima comunicación entre sus comunidades, con miserables disputas intestinas generadas a partir de compartir un edificio que lejos de albergar una sola intención y misión educativa, es la expresión de una yuxtaposición de intereses y mezquindades contrapuestas. Pero también es la expresión de la anarquía educativa que las políticas de los noventas instalaron en el sistema educativo público con el objetivo de liquidarlo y entregarlo al mejor postor. Causa una pena enorme constatar como el nivel terciario de Formación Docente, alguna vez orgullo de estos establecimientos, sobrevive transformado en extraños IES (Institutos de Estudios Superiores) a los cuales dolorosamente se los designa con un simple número, pues hasta su nombre -junto a su identidad institucional- perdieron.
Conociendo cuales fueron los aciagos resultados de esta política, en Tucumán los docentes de la escuela luchamos incansablemente en los negros años del menemismo para preservar la educación pública y la integridad institucional de las Escuelas Normales. Esta lucha también confluía con la preservación de nuestra fuente de trabajo pues permanentemente estábamos acosados por la amenaza del despido.
El fruto de nuestro esfuerzo permitió preservar no sólo la integridad institucional de la escuela, sino algo mucho más significativo: su mandato institucional, que concibe curricular y pedagógicamente a las Escuela Normales como un complejo educativo que debe garantizar, de modo articulado, el funcionamiento de los cuatros niveles del sistema educativo (inicial, primario, secundario y terciario) en una sola unidad académica.
Unidad escolar que comienza su funcionamiento a las 6 de la mañana cuando los empleados de servicios inician la cotidiana limpieza del establecimiento, cerrando sus puertas a las 23.30 cuando las actividades de nuestro nivel terciario bajan las persianas de su añejo local.
Esta dinámica institucional y curricular posibilita que en nuestra escuela, con una población escolar aproximada de 3.000 estudiantes, convivan e interactúen de manera secuenciada los ciclos vitales organizadores de la educación sistemática de nuestros hijos. Continuidad educativa fundamental para su formación y también para crear el sentimiento de pertenencia y amor hacia la institución.
No es de extrañar, por lo tanto, que niños que ingresaron a los cinco años al jardín de infantes, finalicen a los 18 su secundario, después de haber transitado la infancia, la pubertad y la adolescencia por los pasillos de la escuela, mientras recibían una formación continuada en una sola oferta institucional. No es de extrañar que sus paredes estén llenas de los recuerdos que cada promoción deja y que haya innumerables testimonios de los miles de jóvenes y anónimos aprendices de ciudadanos que pasaron por sus aulas.
Propuesta institucional que funcionaba con un organigrama donde la figura y la acción del rector sintetizaba y ponía en acto el funcionamiento coordinado de los niveles de la institución. Bajo su tutela y autoridad el equipo de conducción hacía funcionar esa enorme comunidad educativa, haciéndole cumplir eficazmente los objetivos educativos de su misión. Si esta propuesta organizacional funcionó durante cien años y hubo figuras realmente señeras en el rectorado de la Escuela, como el profesor Eduardo Salinas, por ejemplo, ¿por qué romper con esta tradición ahora?
Cuando finalizaron los aciagos noventas y en particular, después de 2003, algunos creyeron que el fantasma destructivo que arrasó las Escuelas Normales del país se había disipado. Como puede observarse, es un craso y lamentable error, pues aún sobreviven, enquistados, ocultos y reciclados en los poderes de turno, los funcionarios educativos, nacionales y provinciales, que en los noventas no sólo fueron los ejecutores de esa nefasta política educativa, sino que actualmente y escudados en un doble discurso, engañan a la gente diciendo electoralmente una cosa y haciendo realmente otra cosa -diametralmente opuesta- en el plano de las políticas concretas.
Por lo mismo, no debemos ser ingenuos y rechazar enfáticamente el decreto que designa “un director por nivel”, proveniente de los actuales funcionarios educativos, pues sería el comienzo del fin. Sería el comienzo del proceso puntual de desmembramiento institucional de la escuela, vieja película de terror reeditada como segunda y mala versión de una década olvidable. Historia que ya conocemos y con lo cual se reproduciría la terrible lógica que en so momento utilizaron para destruir la unidad institucional y curricular de éstas.
Cabe destacar también que los únicos responsables de la supuesta y progresiva anarquía institucional de la Escuela son los funcionarios y tecnocrátas que lastimosamente condujeron los destinos educativos provinciales en los últimos veinte años. Es necesario que la opinión pública sepa que desde el año 1993, el rectorado de la escuela sobrevive con designaciones interinas de “vice-rectores a cargo del rectorado”, porque la jurisdicción es incapaz de convocar -según la normativa vigente- a un concurso público de antecedentes y oposición que permita regularizar el cargo y la situación de la escuela.
La mora de la provincia con esta cuestión se remonta a 14 años y, como queda claro, no somos nosotros los responsables de este desgobierno, sino los que se dicen responsables de la gestión educativa reciente.
Por eso mismo, lejos de ser los docentes de la escuela los instigadores de este conflicto, como lo sugieren algunos funcionarios del poder educativo local, sería bueno que -antes de lanzar rumores infundados- se miren su propia viga en el ojo y con saludable autocrítica se hagan cargo de las responsabilidades que les corresponden, en vez de agitar el fantasma de la manipulación. Obviamente cuando se carece de argumentos se utiliza el infundio.
Es bueno saber que los estudiantes de la escuela, sus egresados, los padres y también los profesores, nos hemos movilizado espontáneamente cuando fuimos notificados de que se iniciaba la tupacamarización del establecimiento. Esa reacción muestra que no todo está perdido y, en un gesto de salud individual y colectiva, nuestros alumnos fueron capaces de alzarse contra la arbitrariedad y el autoritarismo. Ellos, a diferencia de lo que se piensa en las esferas del poder, fueron capaces de movilizarse para defender una institución que les legó valores y principios formativos no frecuentes en este tiempo, durante los años más hermosos de sus vidas. Lo hicieron sin esperar órdenes de nadie, dándonos un ejemplo de cómo actuar.
Queda una pregunta final por hacer: ¿cómo es posible que un gobierno provincial que dice identificarse con la obra pública, con el Estado de bienestar, con la salud de la población, con la protección de sus ciudadanos, con la educación pública, permita que en la trastienda del poder haya funcionarios educativos que sigan aplicando las nefastas y olvidables políticas que nos llevaron al ruina como país en los noventas?
El Sr. Gobernador tiene la palabra.
Por Daniel Enrique Yépez
Licenciado en Ciencias de la Educación
Magíster en Ciencias Sociales
Docente de la Escuela Normal J. B. Alberdi
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