Desde hace más de un lustro el gobierno impulsó una decidida política para la defensa y respeto de los derechos humanos con la promoción del juicio y castigo a las violaciones masivas y sistemáticas ocurridas en la última dictadura, rechazando el legado jurídico (pero también político) de impunidad.
Escribe para Télam, Alejandro Slokar, subsecretario de Política Criminal del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación.
"Desde hace más de un lustro el gobierno impulsó una decidida política
para la defensa y respeto de los derechos humanos con la promoción del
juicio y castigo a las violaciones masivas y sistemáticas ocurridas en
la última dictadura, rechazando el legado jurídico (pero también
político) de impunidad.
Gran parte de la tarea de reconstrucción del país y de su recuperación a nivel internacional está basada en ello.
La
jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia vino a permitir el pleno
desenvolvimiento de las causas por crímenes contra la humanidad, o sea,
los delitos más graves en donde la lesión trasciende el ámbito de
derechos de las víctimas para convertirse en una afectación a la
humanidad en su conjunto.
Hubo pocas instancias en la historia
del mundo, y ciertamente ninguna en Latinoamérica, de persecución y
sanción de quienes fueran los responsables por violaciones de derechos
humanos.
Nuestro país está haciendo justamente eso, y desde un
deber que mira hacia adelante, que no quiere poner a los derechos
humanos bajo un riesgo futuro.
Estos procesos llegan
-lamentablemente- tres décadas más tarde, en un contexto donde, hasta
la fecha, la impunidad sigue siendo la regla y no la excepción, y en el
cual el diseño organizativo judicial que se remonta al procedimiento
inaugurado en los ’90 aparece instrumentado de modo inadecuado.
La
Cámara de Casación penal, que difícilmente pudo cumplir la misión
institucional asignada en su creación, no aparece acondicionada a los
objetivos que marca la actual jurisprudencia de la Corte; los
tribunales orales que para el delito convencional suman tres decenas en
el ámbito de la Capital Federal, para el trámite de las causas
federales -entre otras éstas- apenas cuenta con seis.
Con esto
quiero decir que, a partir de los fallos de la Corte, la formal
reapertura de las causas por violaciones de derechos humanos del último
cuarto del siglo pasado, lejos está de cuanto debe ser una real y
efectiva persecución y sanción de los responsables.
En ese
orden, un esquema judicial que garantice la aplicación directa y
operativa de los mandatos de derechos humanos -que no es otra cosa que
su fuente de legitimidad - debe ser decididamente más rápido.
La
opinión pública le recrimina a la justicia, en general, su lentitud e
ineficacia, lo que lamentablemente influye en la actitud de los
ciudadanos frente a la ley.
Así es: si la justicia fuera rápida
y certera, la ley es fuerte y las obligaciones tienden a cumplirse.
Como en todos los delitos -pero tanto más en éstos, por su máxima
gravedad- las heridas que no se curan (y rápido), siguen supurando, y
para impedir mayores daños obligan a un rápido reestablecimiento de
justicia.
Por ello las indebidas dilaciones -y muchas veces la
escandalosa pasividad!- respecto del trámite de estas causas, fuerzan a
introducir mecanismos necesarios para la tramitación más pronta y
ordenada de los juicios.
En tal sentido, la provisión de funcionarios y medios materiales necesarios es una parte necesaria, mas no suficiente.
Esta debe ir acompañada de otra serie de medidas que tienen que adoptarse en el plano judicial.
Por
ello, tanto la constitución de tribunales especiales como la
flexibilidad de la ley procesal responden al falso esquema de problema
jurídico, cuando no es tal.
Sostener con firmeza la vigencia de
los derechos humanos es hacer aplicación irrestricta de la ley vigente
que, atendiendo en gran medida reclamos de organismos de derechos
humanos, incorporó a instancias del gobierno modificaciones puntuales
para mayor celeridad y sin desmedro de las garantías de los
justiciables.
En definitiva, NO estamos frente a un problema
jurídico, sino de gestión judicial, o sea, correcta distribución de
recursos, reparto equitativo de tareas, responsabilidad en la función.
Confío
en que el trabajo de la comisión -que debe adoptar una metodología más
que dinámica- mejore las respuestas técnicas para dotar al ámbito
judicial de una mayor eficacia.
Desde el reconocimiento de la
prioridad absoluta de estas causas, el mejoramiento debe ser traducido
en el apoyo más importante para el emprendimiento de aquellas medidas
que fortalezcan la labor de los jueces. Debe proporcionárseles
-teniendo en cuenta algunos consensos existentes en las consultas-, una
mínima uniformidad que regule el desarrollo de las causas en todo el
país, el establecimiento de reglas ordenatorias del trámite, algunos
mecanismos ágiles en materia probatoria y la facilitación de la
publicidad como requisito de todo juicio".
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