La colectividad wichi de Argentina es amenazada por el avance de un monocultivo que arrasa la tierra. Resisten y exigen un marco legal que respete su territorio y cultura ancestrales. Por Victoria Romero. Desde la Redacción de APM
La soja los acorrala, los alambra y los enfrenta ante un peligro ancestral como su origen: el exterminio.
La comunidad wichi, la única y última cultura recolectora-cazadora que pervive en Argentina, pide auxilio ante el avance del desmonte por el monocultivo de la soja.
El trazado de alambrado
significa que nos están quitando vida. Nosotros vemos que nos
quedamos sin vida, porque a nuestros alimentos los están
arrasando las empresas que explotan los montes”, dice Juan
Vega, cacique de la comunidad Pozo Nuevo, en un llamado de
auxilio que los wichi hacen a la comunidad nacional e
internacional.
Pozo Nuevo es un paraje
ubicado sobre la ruta 86, a 35 kilómetros de la ciudad de
Tartagal, en el norte de Salta. Allí, la deforestación
sojera alambra el bosque, vital para la supervivencia de la cultura y
el hábitat de las culturas recolectoras y cazadoras. Esos
hechos cuentan con el consentimiento del gobernador Juan Manuel
Uturbey, perteneciente al espacio que conducen el ex presidente
Néstor Kirchner y la presidenta Cristina Fernández.
A
unos kilómetros de Pozo Nuevo, la tragedia se repite.
En la comunidad wichi de El Escrito, sesenta familias
resisten la expulsión de sus dominios por el desmonte
compulsivo. En cuatro años desaparecieron 807 mil hectáreas
de montes y las topadoras siguen su avance sobre el pueblo. “Nos
quieren obligar a que nos vayamos”, insisten los wichi
de El Escrito. Los pueblos de El Traslado y Zopota, viven el
mismo suplicio, son testigos del aniquilamiento de sus
tierras.
“Esto demuestra una vez más que no somos
escuchados y que el gobierno provincial viola todos los derechos
constitucionales y legales que los papeles dicen que tenemos pero que
hasta hoy nadie respeta”, afirman representantes de las
Comunidades de la cuenca del río Itiyuro en una nota enviada
el 23 de noviembre a organismos nacionales y provinciales.
Casi
40 mil argentinos son wichis. Constituyen la
segunda comunidad indígena más importante del chaco
salteño, en el nordeste del país, de acuerdo a datos de
la Red Agroforestal Chaco-Argentina (Redaf) organización civil
sin fines de lucro que trabaja junto a comunidades indígenas y
campesinos en la defensa de los recursos naturales. Su principal
sustento es la caza, la pesca y la recolección de diversos
frutos del monte.
En ese contexto, Gabriel Seguezzo,
director de la Fundación para el Desarrollo en Justicia y Paz
(Fundapaz), en una entrevista para APM, observa que, al
tratarse de comunidades recolectoras-cazadoras, “sus relaciones
con el monte, los ríos, los animales, las plantas se dan desde
una visión muy particular, en la cual el monte es la vida,
porque, sostienen, allí vivo, como, crío mi familia, me
muevo libremente. Por lo tanto no es posible la vida de un wichi sin
el monte”.
“Somos concientes que el entorno ha
cambiado enormemente y hoy están rodeados de la civilización
blanca, lo que los limita enormemente en sus libre movimiento”,
añade Seguezzo.
“Pero si bien esto es cierto y las
comunidades deben tener procesos de adaptaciones para convivir con
los blancos, esa adaptación no es posible llevarla hasta el
extremo de eliminarles el monte; su fuente de vida y relación
con la naturaleza”, apunta.
Por esa razón, el
reclamo indígena busca que se les reconozcan sus tierras para
resguardar el monte que les queda y poder ejercer el derecho a elegir
su forma de vida. Frente a un proceso de avance de la frontera
agropecuaria y la compra y venta ilegal e irregular de tierras, la
única forma que tienen las comunidades de tener ciertas
seguridades y tranquilidad es que el Estado les reconozca la
titularidad de sus territorios.
Como sus ancestros, resisten
y luchan. Desde el 2004 que reclaman por sus tierras. En 2006,
presentaron una acción legal ante el Juzgado Federal de Orán
para la demarcación de las áreas que tradicionalmente
ocupan. Hasta ahora no tuvieron ninguna respuesta. Además,
denuncian que los permisos de desmonte otorgados en 2007 son
irregulares, porque no se garantizó su participación.
Las audiencias se hicieron en lugares alejados, sin difusión y
no se tradujeron los informes a su lengua, para que pudieran
comprenderlos.
El 10 de diciembre pasado, en ocasión
del Día Internacional de los Derechos Humanos, organizaciones
indígenas agrupadas en la Mesa de Tierra marcharon hacia la
sede del gobierno provincial, para exigir acciones concretas en
garantía de sus derechos. Esa acción se sumó
a la decisión de frenar ellos mismos las topadoras y denunciar
al gobernador Uturbey por “genocidio en grado de tentativa”.
En noviembre, los caciques Juan Vega, Eduardo Rivero, José
Rivero, Roque Miranda y Florentino Pérez se dirigieron a la
comisaría 42 de Tartagal y denunciaron al gobernador Uturbey
de genocidio, por considerar que su accionar violaba los postulados
constitucionales de la Nación y de la Provincia, y el Convenio
169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que
reconoce la propiedad de la tierra a sus ocupantes originarios.
En
la presentación se afirma que los territorios ubicados sobre
la banda occidental de la cuenca del río Itiyuro se encuentran
sujetos a un programa de desmonte masivo, por parte de particulares,
avalados por el ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la
provincia.
“Al momento de esa denuncia, más de
ocho topadoras ya han volteado gran parte del monte, sobre todo en
áreas de algarrobales, chaguar y caza de animales. Las
topadoras están sobre tierras que utilizan las comunidades
para recoger nuestra alimentación”
, dice el texto de la
denuncia mencionada.
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