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Antonio Vallejos, lustrador de zapatos
Camara fotoAMPLIARAntonio Vallejos, lustrador de zapatos
24/08/2008 - En General

Oficios urbanos: el lustrador de zapatos

Lustrabotas dice el diccionario. El particular idioma tucumano lo transformó en lustrador y sin la aclaración " de zapatos". Diariamente decenas de hombres, jóvenes y viejos con un cajón en la mano y un banquito o tarro bajo el brazo, recorren la Ciudad Histórica en busca del "mango", para llevar a la casa.

La Plaza Independencia es el lugar de mayor concentración de estos trabajadores.

Antonio Gregorio Vallejos lleva 60 años en el oficio. Sus más de siete décadas se notan en esa mirada larga, de tanto seguir andando. Con la naturalidad del personaje que pasó por más tristezas que alegrías, Antonio cuenta de su cansancio mental y físico.

"Llego  a las 8 y media o 9 aquí en 24 de Setiembre al 300 y me quedo hasta  la noche" , arranca con ese orgullo de tucumano trabajador. Cuenta que vive en un barrio de la periferia capitalina y  la  pensión de apenas 150 pesos, no le alcanza para dejar la parada y quedarse a descansar en la casa, como quisiera.

”Comencé a venir al centro cuando tenía 13 años. Esto es mi vida, pero por favor no me pregunte si tengo hijos o esposa, de eso no quiero hablar”, dice casi con enojo. “Los mejores clientes, esos que se hacen lustrar todos los días, fueron los que trabajaban en LV7, LV12  y algunos de Radio Splendid. Eran buenos conmigo", señala.

"¿No sabe algo de Eta Guzmán , Juan Carlos Carrizo o Víctor Cuevas"?, pregunta emocionado " se que varios locutores ya han muerto, pero de esos no se nada", dice Antonio y levanta la mirada en busca de respuesta. ¡Me gustaría tener una jubilación para quedarme a descansar en la casa , aunque sea por las tardes, asegura y la desesperanza lo vuelve a invadir.

Pago los dos pesos, admiro la lustrada en mis zapatos le doy la mano y me retiro, no sin antes escuchar " no se olvide  averiguar  si puedo jubilarme". La impotencia me invade y mientras camino por 24 de Setiembre, hacia la plaza, me doy vuelta a mirar a ese hombre canoso, con el rostro lleno de tiempo pasado. Con la mirada resignada a los avatares de una vida dura, sigue sentado en su banquito y afirmando la espalda en la pared.

No bien piso la vereda del principal paseo del centro tucumano, escucho numerosos , “lustro señor, charol y espejo, baratito”. Varios  observan sorprendidos cuando el fotógrafo hace unas tomas. "Mira vago ahora soy famoso, grita uno", " si pero a nosotros nos sacan fotos para denunciarnos, contesta uno de los vendedores ambulantes”.

A medida que recorro la plaza los lustradores, de las más diversas edades vocean sus ofertas en busca del mango diario, como coinciden todos.

Alberto , de 63 años, con 52 de oficio, rodeado de los elementos para lustrar, muestra orgullos su antigüedad en la zona. “Estoy acá (San Martín al 400) hace 52 años. Vi de todo y todo. Los más famosos personajes de Tucumán. Los buenos y los malos. Disfruté el empedrado el tranvía y el cochero. Tengo clientes de todos los días, son los mejores”, mientras sigue cepillando el zapato izquierdo, de un señor que todo circunspecto escucha nuestro diálogo.Más adelante Ricardo, de 39 años, cuenta que antes de dedicarse a lustrar zapatos, fue empleado gastronómico, pero se cansó de los malos tratos. “Ahora soy mi propio patrón, no le debo nada a nadie dice seriamente. “Trabajo con horario cortado, vengo a las 8, me voy a las 14 y vuelvo a las 5 de la tarde, pero no siempre. Si la mañana anduvo bien, me quedo en casa”, aclara.

Tucumán se caracteriza por ser una de las provincias donde el rebusque laboral es cosa cotidiana. Trabajadores temporarios hay pocos en el oficio de lustrador de zapatos. La mayoría tienen años haciéndolo. Alguno con paradas fijas, otros como Víctor Hugo-edad indescifrable- recorre diariamente la avenida Avellaneda desde el Hospital Centro de Salud, hasta los bares de la zona del Bajo. No descansa ningún día, dice, y muchas veces es acompañado por su pequeño hijo. “Los conozco a todos. A los que toman cerveza, café o vino. Se donde trabajan y como es el nombre. Me cuentan cosas y yo nunca le cuento a nadie”, explica con  orgullo.

Todos coincidieron que en cuanto a la recaudación, agosto fue muy duro. Pero aseguran que seguirán , como siempre, contentos, orgullosos de este oficio urbano, que les posibilita mantener a sus familias o sobrevivir al menos.

Daniel A. Villalba

 


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