En Guayaquil, la ciudad capital de la zona que es epicentro de la pandemia de coronavirus en Ecuador, aún quedaban ayer viernes unos 700 cadáveres por enterrar. Ante la emergencia y el riesgo sanitario, el gobierno de Ecuador organizó un proceso que pretende evacuar los cuerpos poco a poco.
Detalles.
El delegado presidencial para adelantar esta tarea, Jorge Wated, dijo en cadena nacional que "aspiramos sepultarlos esta semana, o máximo la próxima, y lo estamos haciendo poco a poco".
La situación es tal, que hasta presos ecuatorianos fabrican féretros para víctimas de Covid-19 en los talleres que se encuentran en centros penitenciarios por todo Ecuador y que han sido alistados para ayudar.
Desde principios de abril, decenas de cadáveres de personas fallecidas por Covid-19 o causas naturales permanecían por varios días en casas particulares y hospitales de la ciudad portuaria debido a problemas administrativos y de capacidad operativa.
El primer caso de coronavirus en Ecuador se registró el 29 de febrero. Desde entonces se propagó con fuerza, especialmente en la provincia de Guayas y su capital, Guayaquil.
El olor nauseabundo invade las calles y las autoridades locales claramente se ven superadas por la emergencia.
La provincia de Guayas ha registrado en la primera quincena de abril 6.703 fallecidos entre coronavirus, sospecha de coronavirus y causas naturales.
Las últimas cifras señalan que en Ecuador hay algo más de 400 fallecidos por Covid-19, otros 632 por sospecha de ese virus y algo más de 8.400 contagiados.
El 70% de los infectados se concentra en la provincia de Guayas. La prensa local sigue relatando historias tristes, macabras y apocalípticas de ciudadanos de Guayaquil que buscan por horas, día y hasta semanas, a un familiar muerto y no por el virus.
Es el caso, por ejemplo, de Darwin Castillo perdió a su padre en medio de la pandemia. El joven fue a recuperar el cuerpo en una morgue atestada y cuando abrió la bolsa se dio cuenta de que no era el de su familiar.
Han pasado poco más de dos semanas y todavía no sabe dónde está el cadáver. Castillo, un obrero de 31 años que trabaja en una fábrica de productos de plástico, terminó por devolver el ataúd a la funeraria, jamás pudo depositar a su ser querido en él.
"No le echo la culpa al hospital o a la morgue. Había gente muriéndose en la entrada. Yo quisiera que mi papá apareciera y darle una cristiana sepultura, darle un ramo de rosas a mi viejo", dice el hombre desolado.
Manuel, el padre de Castillo, tenía 76 años, era un paciente que recibía diálisis, y la obstrucción de un catéter le causó la muerte el 31 de marzo.
El hijo fue a buscar el cuerpo dos días después en el tanatorio del hospital Los Ceibos, el mayor de Guayaquil y destinado a pacientes con coronavirus, y no pudo dar con él.
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