Antes del mediodía en toda la ciudad ya se palpitaba el campeonato. La Ciudadela era una multitud de casacas rojas y blancas. Al terminar el partido todos dieron la vuelta. Los festejos se trasladaron a la plaza Independencia y a cada barrio de la capital.
Cerca de las 11.30 había olor a campeón. Los autos tenían banderitas. La gente se acercaba al estadio, feliz con todas las intenciones de festejar.
Desde que arrancó el partido se escuchaban los cánticos de siempre, el más evocado fue el archirival decano, casi todo el repertorio estuvo dedicado al conjunto de 25 de mayo y Chile.
No era demasiado importante el campeonato, pero coronaba una campaña excelente de los conducidos por Roldán que a lo largo del torneo demostraron hacer las cosas de la mejor manera, junto a una dirigencia que planificó un trabajo serio que se materializó con el ascenso.
“El Caffa no se va…” se coreaba cuando el arquero se trepó al alambrado para festejar con la gente. “el santo ya salió campeón…” era lo que se escuchaba en medio del cotejo. Una verdadera postal futbolera.
Luego de dar la vuelta olímpica, sin disturbios ni problemas, el delirio continuó en plaza Independencia con una multitud que cantaba y bailaba. Muchos con sus hijos. Chicas, bebés y abuelos saboreaban ser campeones.
Los barrios no estuvieron exentos. En casi todas las esquinas capitalinas habían grupos de hinchas con música, ya sea de motos o autos, junto a los trapos de siempre degustando la gloria.
Sebastián Ganzburg
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