Las "verdades y mentiras" que se confunden en la polémica sobre los agrocombustibles ignoran o invierten ciertos efectos, como el hecho de que emplear soja para hacer biodiésel no reduce la producción de alimentos, sino que la incrementa, según especialistas. Por Mario Osava para Terra Viva (IPS).
Quien trata de aclarar la ecuación, destacando que no siempre hay oposición entre la producción de alimentos y la agroenergía, es Segundo Urquiaga, estudioso de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa).
El aceite, que representa entre 18 y 20 por ciento de la soja, fue siempre un "subproducto" que ha ganado ahora mayor valor por su conversión en biodiésel, señala. El derivado principal de esa leguminosa es la proteína, que constituye cerca de 40 por ciento y que está concentrada en el afrecho, destinado sobre todo a la alimentación del ganado.
Así, cuanto más aceite se destine a hacer combustible más se incrementará, y en una proporción mayor, la producción de proteína que, al final de la cadena, servirá a la alimentación humana, explica Urquiaga a IPS.
Además, por su capacidad de fijar el nitrógeno del aire, la soja es un cultivo ideal para recuperar pastizales degradados, en un sistema integrado de siembra y ganadería, acota. La inoculación de bacterias para potenciar esa capacidad de fijación del fertilizante es una tecnología desarrollada por el centro de Agrobiología de la Embrapa, donde trabaja Urquiaga.
Esa facultad fijadora, característica de las leguminosas, ya se incorporó a algunas variedades de caña de azúcar, y hay posibilidad de extenderla a alimentos cotidianos de la población brasileña, como el arroz, el maíz y la mandioca, y de ampliarla en los frijoles, lo que indica el "camino largo y prometedor" que debe recorrer la ciencia, reconoce el experto.
La inversión en ciencia ofrece "los mejores retornos" y puede hallar nuevas áreas agrícolas, como ocurrió con el Cerrado, la extensa sabana que ocupa todo el centro de Brasil y que era considerada "improductiva" hasta la década de 1970, recuerda.
Estos son aspectos olvidados en la distorsionada polémica sobre la agroenergía, atropellada por la crisis mundial de los alimentos, lamenta Urquiaga. La discusión tiende a incriminar de manera simplista, a los biocombustibles, refinados de cultivos que también sirven a la alimentación humana, pues les "roban" tierras cultivables, sin admitir la posibilidad de sinergias, alega.
La respuesta brasileña, tanto del gobierno y como de los empresarios del agronegocio, es que la existencia de al menos 50 millones de hectáreas de pastizales degradados, cuya productividad podría recuperarse, permite expandir los biocombustibles sin afectar los alimentos ni las selvas amazónicas.
Se trata de un área equivalente a casi toda la que se destina hoy a la producción de granos en este enorme país sudamericano, lo que permitiría, en teoría, duplicarla.
El problema es que ese reaprovechamiento de los viejos pastizales no se materializa hasta ahora de manera significativa, y la ganadería sigue su marcha sobre la Amazonia, provocando deforestación, que es la mayor fuente de gases de efecto invernadero en Brasil.
A los ambientalistas les preocupa el efecto dominó.
Los productores de etanol de caña azucarera, con mayor poder económico, adquieren las mejores tierras desplazando los cultivos de soja y de otros granos que, a su vez, empujan a la ganadería, menos rentable y que necesita de grandes áreas, hacia tierras amazónicas más baratas o inclusive gratuitas, en virtud de la posesión fraudulenta de terrenos públicos.
Más grave es el "efecto exponencial", porque con una hectárea vendida al cultivador de soja, el ganadero podrá comprar cinco hectáreas o más de bosques a deforestar, comenta a IPS Sergio Guimarães, coordinador del ambientalista Instituto Centro de Vida, que actúa en el sudoccidental Mato Grosso, el estado que más soja produce en Brasil y el que más deforesta la Amazonia.
Los biocombustibles han sido propuestos para mitigar el calentamiento global, pues su quema emite menos gases invernadero que los derivados de los hidrocarburos.
Pero perdieron la batalla por la opinión pública, responsabilizados por parte de la crisis alimentaria y por daños ambientales y sociales, como la deforestación amazónica y el trabajo en condiciones de esclavitud en Brasil.
El gobierno brasileño parece haber logrado --al menos ante buena parte de los gobernantes y autoridades presentes en la Cumbre Alimentaria Mundial celebrada la semana pasada en Roma-- absolver a su etanol de caña de azúcar, distinguiéndolo del similar producido en Estados Unidos a partir de maíz y a costa de abultados subsidios.
La caña presenta una eficiencia energética muchas veces superior al maíz, y el azúcar es hoy una excepción de bajos precios en el mercado mundial, además de que Brasil exporta crecientes excedentes de granos y de otros alimentos, pese a la gran expansión de su etanol en los últimos años.
Pero cerca de 80 por ciento del biodiésel brasileño se hace de soja, que plantan los grandes hacendados, aunque el gobierno ha concedido estímulos a su producción a partir de otras oleaginosas, como el ricino, el piñón botija, el girasol y algunas palmeras, que casi no se consumen como alimentos y que contemplan el cultivo de pequeños agricultores.
La soja y la caña preocupan por su papel en la seguridad alimentaria, pues son plantaciones en tierras que podrían producir alimentos populares, como el arroz y los frijoles, pero principalmente por acaparar insumos y crédito, mientras la recuperación de los pastizales degradados carece de estímulos, evalúa Adriano Campolina, director de la organización no gubernamental internacional ActionAid en las Américas.
De todas formas, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, debería estar promocionando, en lugar del etanol, "los programas brasileños de mayor éxito, como el Hambre Cero, la Beca Familia y el crédito a la agricultura familiar, que son un camino efectivo para reducir el hambre", dijo Campolina a IPS.
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