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11/09/2016 - Juan Pablo Lichtmajer

La docencia y su compromiso por defender la educación

El 11 de septiembre se celebra en la Argentina y Latinoamérica el Día del Maestro en conmemoración al fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, en 1888. Por su compromiso con la educación y la cultura, a este prócer se lo llamó Padre del Aula.

 Sarmiento fue gobernador de su provincia natal, San Juan, en donde impulsó la ley de enseñanza primaria obligatoria. Ya como Presidencia de la República (entre los años 1868 y 1874), logró que la población escolar se incrementara de 30.000 a 100.000. Además, creó numerosas instituciones educativas primarias y universitarias, como la Academia de Ciencias, la Escuela Normal de Paraná, la Universidad Nacional de San Juan, la Facultad de Ciencias, entre otras.

Ya pasó casi un siglo y medio desde el país que dejó Sarmiento y el de hoy. Cambiaron los paisajes y la gente, en el medio hubo revoluciones, procesos democráticos y golpes de estado. En las aulas, la pizarra y la tiza quedaron casi en desuso abriéndole el camino a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. En ese incesante proceso de transformación la educación siempre estuvo acompañada por el maestro.

En los últimos años el número de personas que eligieron ejercer esta profesión ha aumentado considerablemente, es decir, cada vez más hombres y mujeres deciden para su vida la vocación de enseñar y de marcar el rumbo de las futuras generaciones. Actualmente, el país registra una población de 1.057.136 docentes. Según el Censo Nacional de Personal de los Establecimientos Educativos (Cenpe), entre 2004 y 2015 el incremento fue de un 28,6%. Esta estadística es proporcional a la expansión de la matricula de estudiantes, sobre todo en el nivel secundario, y a la construcción de más de 2.200 escuelas en estos 12 años, una cifra record en la historia de la Argentina.

Más escuelas, más alumnos y, por lo tanto, más docentes, dan cuenta de una política decidida a revertir, a lo largo de esta última década, las consecuencias de un modelo neoliberal que, actuando con la lógica del mercado, desfinanció la educación privatizando los saberes.

A mediados de los 90, durante la presidencia de Carlos Menem se sancionó la Ley Federal de Educación que terminará de profundizar la grave crisis que arrastraba el sistema educativo desde la última dictadura. En aquel contexto el docente, para poder sobrevivir, debía tener más de un cargo y no podían cumplir con su función de enseñar sino la de contener, a las escuelas los niños iban a comer.

El educador brasilero, Paulo Freire describía extraordinariamente el sentimiento que podría haber tenido cualquier maestro en un país que excluía:

“Soñamos y trabajamos para recrear el mundo, porque nuestro sueño es un sueño con una realidad menos malvada, menos perversa, en que uno pueda ser más gente que cosa. Pero, al mismo tiempo trabajamos en una estructura de poder que explota y domina. Y esto nos plantea esta dualidad que nos hace mal”.

La crisis educativa será valientemente combatida por los maestros que reclamaban el tratamiento del proyecto de un Fondo de Financiamiento y el pedido de derogación de la Ley federal de Educación. Esta lucha quedará simbolizada en la “Carpa Blanca por la Dignidad Docente”, que fue instalada en abril de 1997 hasta diciembre de 1999 cuando triunfa el Gobierno de la Alianza, con promesas para atender al sector. Durante los 1003 días que duró la carpa, con protestas, marchas y paros, de por medio, los maestros pudieron instalar a la educación como tema de debate en la opinión pública.

En ese entonces, la titular de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), Marta Maffei, decía: “La protesta logró instalar en la comunidad el debate sobre el problema de la educación y también impuso el tema del financiamiento: hoy está claro para la población que desear una transformación educativa no es lo mismo que hacerla. Hacen falta recursos”. Entre otros de los logros, destacaba que la lucha docente “generó una reconceptualización de los maestros frente a sus alumnos. Para los chicos, el docente dejó de representar un ser anónimo que dicta clases y pasó a ser un actor social con mucha dignidad que, además de enseñar, lucha por sus derechos”.

Así, los maestros de argentina se fueron abriendo camino en la conquista de un sistema que entienda a la educación y al conocimiento como bien público, como un derecho personal y social, garantizado por el Estado.

La Ley Nacional de Educación (ley 26.206), sancionada en el año 2006 en el Gobierno de Néstor Kirchner, destacaba en  su artículo 3º:

“La educación es una prioridad nacional y se constituye en política de Estado para construir una sociedad justa, reafirmar la soberanía e identidad nacional, profundizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, respetar los derechos humanos y libertades fundamentales y fortalecer el desarrollo económico-social del país”.

En el año 2006 se promulgó la Ley Financiamiento Educativo, que entre sus artículos establece un incremento progresivo de la inversión en educación para alcanzar una participación del 6% del Producto Bruto Interno (PBI); plantea terminar con el analfabetismo en la Argentina; universalizar la sala de 5 y abrir la de 3 y 4 años; garantizar un mínimo de diez años de escolaridad obligatoria; avanzar en la universalización de la escuela media; fortalecer la educación técnica; incrementar la inversión en infraestructura; mejorar las condiciones laborales y salariales de los docentes; jerarquizar la carrera docente y la investigación científico-tecnológica. También prorrogó la ley de incentivo docente hasta 2009 y creó el Programa Nacional de Compensación Salarial Docente, para subsanar las desigualdades en el salario inicial.

Desde la Carpa Blanca hasta la actualidad, las transformaciones que se fueron dando se deben en gran parte a la lucha de los maestros que no se reducía a una lucha salarial sino a poder alcanzar un sistema educativo democrático, inclusivo, que se adapte a los nuevos tiempos y que tenga en cuenta su formación profesional. A esto se refirió el ministro de Educación, Juan Pablo Lichtmajer, en una columna de opinión al señalar que toma el Día del Maestro con humildad y gratitud:

“Humildad, porque sabemos que somos servidores públicos y que nuestro trabajo es apoyar y acompañar a quienes día a día construyen la calidad educativa en cada una de las aulas. Y gratitud, porque queremos reconocer su extraordinario trabajo”.

 


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