Un poco de melancolía y desenfrenada alegría convergieron en la ceremonia de clausura de los Juegos de Río de Janeiro, tras los primeros Olímpicos en América del Sur.
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El evento estuvo lejos de ser perfecto para Brasil, que tuvo que lidiar con asientos vacíos, problemas de seguridad y un misterioso verde en el agua de la piscina de clavados.
Pero dos tardías medallas de oro para el país anfitrión en sus dos deportes preferidos, el fútbol y el voleibol masculino, ayudaron a limar algunas de las visiones de los brasileños sobre los Juegos.
Desde el Maracaná, donde todo comenzó hace 16 días, el evento final empezó bajo algo de lluvia y viento con vistas aéreas de los lugares más famosos de Río, como el Cristo Redentor y el Pan de Azúcar, además de pájaros y flores tropicales tradicionales, antes de la formación de los aros olímpicos.
Nostálgicas melodías de la música tradicional de los barrios de Río sonaron para la entrada de cientos de los 11.000 atletas que llegaron a Río y para la última ceremonia de premiación, la del maratón masculino que se disputó anteriormente en el día.
La ciudad le entregará la bandera olímpica a Tokio, sede de los Juegos del 2020, y extinguirá la llama olímpica, que arde desde el 5 de agosto en un pebetero ecológico.
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