El mundo del fútbol no es interesante, solamente, por el simple hecho de los resultados y los goles. Lo que más atrapa y entretiene este deporte que mueve multitudes es que está lleno de historias, anécdotas y recuerdos que lo convierten en algo vivo y sentido. Las emociones, lágrimas, risas y abrazos son algunos de los sentimientos que envuelven a la redonda.
Pero, muchas veces, el fútbol une su camino con otro completamente disímil. Este es el caso de Juliana Berardo, jugadora de la Selección Sub 17 y de Central Córdoba. Nacida en General Levalle el 1 de mayo de 1998, Juli logró mezclar dos pasiones bien opuestas: el fútbol y la equitación.
Empecé a los nueve años y llegué a saltar hasta 1.30 metros. Donde iba, siempre terminaba entre las cinco primeras”, así cuenta cómo fueron sus inicios entre herraduras y caballos. Sin embargo, Juliana no se conformó con los podios y fue por más: “También salí tres veces campeona argentina. Eso hacía que me gustara tanto la equitación: los campeonatos donde iban chicas de todo el país y donde se elegía al campeón argentino entre 400 chicos. Era mucha la exigencia y eso hacía que me atrapara tanto”.
Pero, como todo lo que empieza termina, la carrera de Juliana arriba de los caballos llegó a su fin. Sin embargo, esa puerta que ella misma cerró, y que le dejó bellos recuerdos, le permitió abrir otra hacia un mundo donde el pasto, los botines y los cortos eran los protagonistas principales. Fue su propio padre quien la incentivó en esa otra pasión que vivía dentro de ella, y así lo relata: “Todos los sábados, cuando podíamos, iba a jugar o practicar con él pero como yo seguía con la equitación nunca lo ejercí. Cuando lo dejé fue que empecé a dedicarme de lleno al fútbol”.
Y así, por esas cosas locas del destino, aquel deporte que se encontraba callado y puesto como segunda opción llevó a esta oriunda de Códoba a vestir nuestros colores. Cuando Juliana recibió allá en su pueblo natal la carta de citación para la Selección Sub 17, la alegría y los nervios fueron sus primeras reacciones. Pero también creció dentro de ella una gran responsabilidad. Sabe que puesto lleva los colores celeste y blanco, colores que no sólo representar a un país, si no, a miles de chicas que se ilusionan cuando la ven. “Para mi ser parte de la Selección es un orgullo. Siempre lo soñé y se me está cumpliendo. Ojalá termine como yo quiero y sea representando a mi país”, fantasea Juliana mientras se aleja de la cancha con sus botines puestos.
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