Mate Amargo con Bizcochuelo Dulce, de Leonardo Goloboff expone temas cotidianos como la discriminación, la tolerancia y el respeto hacía el otro. Además de poseer una literatura exquisita, arriba del escenario es superlativa. Tanto la puesta en escena como las actuaciones de Alfredo Fenik y Juan Tríbulo son memorables. Escribe Sebastián Ganzburg
Durante más de una hora los diálogos entre Victor, provinciano y Saúl, judío, divierten y llaman a una constante reflexión.
La obra está estructurada en cuatro escenas, llamadas: La casualidad, Un mate, La revelación y El leikaj, finalizando con el epílogo, denominado, El que es, es.
Desde el inicio llama gratamente la atención la puesta en escena. Porque con un banco, una pantalla de proyección cinematográfica y solamente dos personajes, su director, logra crear un clima ameno y propicio para el deleite de los espectadores.
Al comienzo de cada una de ellas, por la pantalla se proyectan imágenes de la plaza San Martín. En el escenario solamente se observa un banco. Al ingresar los actores, se apaga la pantalla y las luces enfocan a los protagonistas.
EL guión goza de una gran belleza literaria. Dos viejos uno de más de 60, el otro de más de 70 años se encuentran en la plaza, casi de causalidad y sin conocerse. A lo largo de la obra los espectadores, al igual que Victor conocen el trasfondo de la cuestión. Solo Saúl, un judío típico, por momentos, retrógrado en sus ideas, no quiere ver la realidad.
Victor, un viajante provinciano, hace 10 días se enteró que es el padre de Mónica, la “shikse” de Saúl Lutersztein, su única compañera. El paisano es viudo.
En este contexto el director, a través de diálogos impecablemente trabajados y con las actuaciones aun mejores de Alfredo Fenik y Juan Tríbulo, aprovecha para tratar temas de actualidad universal. Saúl como muchos de la colectividad, discrimina inconscientemente. Siempre está a la defensiva acusando a su interlocutor de racista.
Victor es un antisemita, aunque sutilmente y sin ninguna maldad.
Otro aporte significativo, es el gran conocimiento de Goloboff de la colectividad judía. Con sencillez pone en boca de Lutersztein palabras típicas para descalificar a Mónica, que a pesar de ser “negrita” es buena y la quiere.
Saúl irá dejando de lado algunos prejuicios morales y culturales. Victor, un hombre sencillo, siempre le recalca la discriminación mientras Saúl se defiende. En este enredo aparecen diálogos que además de hacer reír al espectador lo acerca a los personajes.
Una obra de humor constante, se muestra el conflicto de una mujer que conoció al padre después de años, como la soledad en la tercera edad siempre con la idea de que el espectador sea casi un partícipe.
Las actuaciones de ambos actores, que son de lo mejor, juegan un papel fundamental para el entendimiento de este hermoso guion.
Sebastián Ganzburg
sebaganzburg@gmail.com
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