El martes 1 de abril el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires se pronunció en contra de la manipulación de información. Lo hizo con la misma responsabilidad, autoridad, conocimiento y pertinencia que lo ha hecho en cientos de oportunidades anteriores.
El pronunciamiento provocó algunas respuestas ofensivas de parte algunos medios periodísticos.
Nuestro pronunciamiento provocó una desmedida, llamativa y por momentos insultante y hasta ofensiva respuesta de parte de algunos medios de prensa, a tal punto que se puso en cuestión y en duda no sólo la pertinencia de nuestra declaración, sino la seriedad académica de nuestra Facultad.
Consejo Directivo de la Facultad de
Ciencias Sociales (órgano máximo y soberano de gobierno
de una Facultad, ante el cual el Decano no puede sino hacer lo que
dicho órgano le encomienda) emitió una resolución
criticando lo que considera un manejo cuestionable de la información.
Su pronunciamiento fue, por algunos, tildado de "obsecuente"
con el oficialismo. Pero lo que no se tiene en cuenta, es que con
este tipo de acusaciones a la Facultad se cae en un contrasentido,
rayano en el absurdo: en nombre de la libertad de prensa de las
empresas privadas, se cuestiona la libertad de opinión de una
institución pública.
El desatino ideológico
de los que levantan semejante acusación (estrechez ciertamente
preocupante viniendo de quienes tienen mucho poder sobre la opinión
pública) les impide siquiera creer que un Consejo Directivo
académico tenga suficiente autonomía de criterio como
para dar su parecer, coincida o no con la de alguna de las partes en
conflicto. Para colmo de absurdo –o de, en efecto, manejo
interesado de la información- se pasa por alto que se trata de
la Facultad de Ciencias Sociales , una de cuyas carreras es
precisamente la de Ciencias de la Comunicación. Es decir: la
disciplina a la que, en principio, debe suponérsele la
suficiente competencia teórica, científica y técnica
como para que la suya no sea una mera "opinión"
irreflexiva o caprichosa, sino el resultado de un análisis
riguroso y fundado de los discursos mediáticos; y también,
y sobre todo, una carrera de una universidad nacional que tiene el
irrenunciable deber ético y cívico de cumplir con el
mandato de la Reforma del 18: enseñar, investigar y hacer
extensión. Todo ello, precisamente, porque una Facultad es un
ente igualmente público, sostenido con los impuestos y el
esfuerzo de toda la sociedad (y no, como se ha dicho por ahí,
por un "gobierno").
Cuestionar que la Facultad de
Ciencias Sociales de la UBA se pronuncie sobre la temática es
desconocer –como se dijo- que cobija a una de las carrera de
Ciencias de la Comunicación más importantes de
Latinoamérica; es ocultar que esta misma Facultad se ha
pronunciado en cientos de oportunidades con el mismo nivel de
independencia y libertad que lo ha hecho siempre; es no reconocer que
todos estos otros pronunciamientos no vieron la luz pública
porque no fueron considerados adecuados para ser publicados por los
mismos medios de comunicación que hoy acusan a la Facultad de
colaborar con el cercenamiento de la libertad de expresión; es
no reconocer que cada día decenas de medios de prensa buscan
en esta misma Facultad de Ciencias Sociales –cuyos dichos son hoy
brutalmente cuestionados- citas de autoridad y de especialistas para
analizar los más variados fenómenos de la realidad
nacional.
Y, de paso, es esquivar el punto principal de lo
que la Declaración planteaba: que se habían cometido
actos de discriminación durante la cobertura del lockout
agropecuario.
Entonces, cabe preguntarse, ¿por qué
sólo en esta oportunidad, en que la Facultad se pronuncia
sobre el comportamiento de los medios de comunicación, se
reacciona con semejante irritación?
Es imposible,
entonces, evitar la sospecha de que en buena medida todo este debate
forzado y artificioso pueda estar sirviendo de cortina de humo para
evitar el verdadero debate que está en los fundamentos de la
Resolución cuestionada: a saber, el de si es cierto o no que
hubo un tratamiento parcial e interesado de la información, y
el de si es cierto o no que dicho tratamiento incluyó un
sustrato de discursos e imágenes rayano en formas explícitas
e implícitas de clasismo, de racismo, de discriminación
ideológica, etcétera. Esta es la discusión que
debe hacerse de cara a esa sociedad de la cual –y supuestamente
para la cual- viven tanto la Facultad de Ciencias Sociales como los
medios masivos de comunicación. Si la Facultad está
equivocada en sus análisis y sus evaluaciones, ello deberá
ser demostrado independientemente de las opiniones partidarias y, por
supuesto, de los agravios gratuitos.
Los medios, seguramente,
cuentan con asesores muy idóneos en la materia: que salgan al
ruedo y fundamenten, al igual que lo ha hecho la Facultad, su crítica
a nuestros argumentos. Y si no lo hacemos todos así, que sea
la propia sociedad la que nos pida cuentas, y no los monopolizados
pools informacionales con sus diatribas infundadas o quienes
defiendan sus intereses.
Con nuestro pronunciamiento, no
hicimos más que cumplir con la función de la
universidad pública: poner todo su conocimiento crítico
al servicio de la sociedad que la sostiene y aportar a la reflexión
todos sus elementos teóricos, técnicos y profesionales.
En el mismo sentido y con el mismo espíritu es que
nuestra Facultad se pronunció:
- en contra de la forma
en que se llevaron adelante las modificaciones en el INDEC
(http://www.fsoc. uba.ar/archivos/ institucional/ INDEC.pdf )
-
en contra de la extensión de las concesiones de las licencias
de radiodifusión (http://www.fsoc. uba.ar/archivos/
institucional/ decreto.pdf)
- con una carta pública
para que el gobierno nacional acelerara los mecanismos para que
nuestra Facultad pudiera finalizar las obras de su edificio
definitivo (http://www.fsoc. uba.ar/archivos/ institucional/
carta.pdf) y http://www.fsoc.uba.ar/archivos/ institucional/
edilicio. pdf, entre otras decenas de declaraciones.
La
deformación del "debate" sobre la "libertad de
prensa" ha alcanzado abismos verdaderamente insondables y todos
ellos basados en una falacia de origen: aquellos mismos que pretenden
–como es legítimo- tener las manos absolutamente libres para
opinar lo que sea, pretenden atárselas a los demás.
La Facultad quiere volver a colocar el debate que propuso en
la senda original.
El 1 de abril hicimos pública una
declaración en la cual repudiábamos cualquier tipo de
expresión discriminatoria, tanto por las referencias de clase
o por invocar el color de la piel o la situación
social.
Exhortábamos al Comité Federal de
Radiodifusión (COMFER) para que en el ámbito de sus
facultades: pusiera en conocimiento de la comunidad argentina la
existencia de reglas antidiscriminatorias; realizara actividades a
través del Observatorio de la Discriminación en Radio y
Televisión, hiciera las investigaciones correspondientes a fin
de dirimir si se habían dado a la difusión pública
expresiones de contenido antidemocrático o de cuestionamiento
a la vigencia del estado de derecho.
Dábamos cuenta de
la necesidad de la sanción de una ley democrática de
radiodifusión. Invitábamos a la distintas
organizaciones de periodistas profesionales a que realizaran un
llamado de atención a sus afiliados y socios respecto de
faltas éticas graves.
Cuando hablábamos de
actitudes discriminatorias nos referíamos a lo que la Facultad
observó durante la cobertura y esto fue:
Se diferenció
ente "gente" y "piqueteros"
A quienes
manifestaban durante el cacerolazo se los llamó "vecinos
autoconvocados" y a quienes manifestaban a favor del gobierno
"piqueteros pagados por el gobierno".
Se dio por
supuesto que la vestimenta y el color de la piel de las personas
determinaban si éstos eran o no violentos.
Se
estableció una falsa dicotomía a través de la
cual se planteó que quienes manifestaban en contra del
gobierno eran "vecinos autoconvocados" o "ciudadanos
que se manifiestan espontáneamente" y quienes lo hacían
a favor, eran "piqueteros violentos" o "personas
arriadas".
Cuando hicimos mención al Observatorio
de la discriminación –un organismo que, dicho sea de paso,
no prevé sanción alguna para quienes pudieran incurrir
en actos de discriminación, sino la invitación a
retractarse o a corregir- no hicimos otra cosa que remitirnos al
organismo nacional correspondiente y propusimos que esta entidad
–creada en 2006 y no ahora como se dijo por estos días, y
que no había recibido objeciones anteriores ni en su creación
ni en su accionar- tomara cartas en el asunto. Es decir, pedimos que
se cumplieran las funciones para las cuales ambos organismos habían
sido creados. Para decirlo de otro modo, exhortamos al Estado
nacional (y no al gobierno) –garante de todos los derechos humanos,
incluido el de la ciudadanía a informarse correctamente y a
que no se cometan actos de discriminación- a que actuara como
tal.
Cuando dijimos que la Argentina necesita una nueva ley
de radiodifusión, lo que estábamos indicando es que
nuestro país merece salir de la oscuridad de una
reglamentación de la dictadura que sujeta los servicios a la
seguridad nacional (inspirada en la "Doctrina de seguridad
nacional").
Cuando proponemos que un organismo como el
Observatorio actúe -como saben todos quienes tienen algún
tipo de relación con los medios de comunicación,
incluidos quienes más fuertemente nos cuestionaron- no estamos
haciendo otra cosa que poner en evidencia que los medios de
radiodifusión utilizan un recurso escaso administrado por el
Estado Nacional y concesionado, dentro de ciertas reglamentaciones,
para su explotación privada y comercial.
Cuando
invitamos a la distintas organizaciones de periodistas profesionales
a debatir lo hicimos con la intención de que éstas
entidades aceptaran nuestra propuesta para ser discutida los ámbitos
que creyeran convenientes y con las reglas de cada una de estas
entidades. Sin embargo entre la tarde del martes 1 de abril y el
mediodía del viernes 4, cuando tuvo lugar la reunión de
la Presidenta de la Nación, no sólo ninguna de estas
entidades tomó contacto con nosotros, sino que ninguno de los
medios que hoy cuestionan nuestra actitud se acercó para
hacernos mención al tema.
La Facultad de Ciencias Sociales de
la Universidad de Buenos Aires, en definitiva y por todo lo que aquí
se explica, no hizo más que cumplir con su obligación.
Dirección de Comunicación Institucional
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