El pensador italiano Toni Negri, que llegará en los próximos días a la Argentina para participar del ciclo ¿Qué hacer con Marx? en la Universidad de San Martín (UNSAM), habló con quien firma desde su país natal, diálogo que se reproduce por gentileza del sitio de política y cultura Lobo suelto (www.anarquiacoronada.blogspot.com)
T : Durante su última visita, usted habló de emancipación. ¿Qué quiere decir esa palabra en el actual contexto global?
N : En principio, hubo una primera definición de emancipación vinculada con una concepción individualista y universalista. Los orígenes de la definición son de raíz iluminista pero muchas veces, el desarrollo de ese iluminismo se encontraba con una escatología propia de su universalidad.
T : ¿Cómo se entiende eso?
N : Es que la emancipación también implica una clave religiosa, de salvación. El lazo entre emancipación y liberación es estrecho. Entonces, a pesar de encontrarla en las filosofías actuales como nostalgia, el concepto está relacionado con una relación social, en gran parte agotada. Prefiero no usar el término superada, porque no se sabe nunca cuando algo se supera hacia dónde se va, Digo agotada. La emancipación es una idea vinculada al predominio de formas de producción individuales en un horizonte de organización capitalista donde todavía no estaban involucrados todos los sectores sociales. Entonces, la primera idea de emancipación es individualista y universal, y abstractamente se vincula al desarrollo de la producción histórica y se presenta como una utopía, con puntos escatológicos.
T : Ahora es diferente.
N : Ahora es diferente. El desarrollo del capitalismo involucra a la sociedad de forma total, a todos los niveles. La cooptación de la sociedad por el capital no es formal sino real. Es decir: todos los valores que la sociedad produce son traducidos en valores de intercambio. Se introducen bajo la categoría de la moneda. Operan al interior de pasajes financieros. Y esos pasajes provocan una serie de transformaciones que incluyen la composición técnica y política del conjunto de los sujetos. Se trata de una modificación raigal que concierne al trabajo y a la producción. Y a las formas de vida, a los modos en que los sujetos conducen sus vidas. La configuración del trabajo cambió porque el trabajo cognitivo se convirtió en hegemónico dentro del sistema productivo. La configuración política cambia porque más que encontrarnos frente a masas, nos encontramos ante una multitud de singularidades cohesionadas en la tensión productiva y reproductiva de la vida social.
T : Pero ¿es una época de transición?
N : Sí, pero el resurgir de la cooperación, que es técnicamente actual, también podría ser políticamente actual. Se vive una situación de transición en la que este devenir común del problema de la realidad productiva no se articula todavía con un devenir común de la realidad política, de la vida en la polis. Esta dimensión productiva se expande en forma amplia, y está claro que determina modificaciones fundamentales en el trabajo cognitivo. Al universo laboral que no se vincula localmente sino que se expande a la sociedad, le corresponde una espacialización de la producción, una financiarización en la que se computa o se mide el trabajo cognitivo. No existe otra medida del trabajo cognitivo que no sea a través de los instrumentos financieros. Las viejas categorías para medir el trabajo (estructuras espaciales como la fábrica, o temporales, como la jornada laboral) se modifican. Convencionalmente, se habla de finanza de tiempo.
T : Es sobre este cambio que usted habla en su último libro
N : Entre otras cosas. Sí puede decirse que reconociendo las determinaciones que operan en el nuevo mundo del trabajo, es posible desplegar una primera hipótesis respecto a la emancipación. Porque como tal, también ella está cooptada por el capital. El problema de la emancipación no aparece como un problema ideal sino como un problema práctico del pasaje del común actual al común de la forma tecnológica, al común virtual de las formas políticas.
T : ¿Podría extenderse sobre este punto?
N : Bien. En la actualidad, las fuerzas productivas están más avanzadas que las relaciones de producción. Eso se constata todos los días. Es un problema de educación y de costos. La crisis se presenta como una incapacidad de las relaciones de producción (estatales, financieras, globales) para contener la nueva productividad común. El mundo de las necesidades, del deseo de los trabajadores, es la dimensión cognitiva. Y las finanzas insisten con la capacidad de convertir la ganancia en renta. Y es sobre ese retraso de las capacidades capitalistas para organizar la riqueza producida donde se produce la crisis. Se suprime la invención de instrumentos posteriores para conquistar una productividad creciente expresada en un deseo emancipatorio y de nuevos modos de vida social.
T : Sigue sin quedar claro…
N : Mire, si se asume la existencia de un desequilibrio entre producción y formas políticas (el retraso de las formas políticas y su subsunción a las formas económicas) puede pensarse un sentido biopolítico para lo que decía, tomando, por ejemplo, los aportes que Michel Foucault brindó a las ciencias políticas. El concepto de biopoder como nueva representación de la soberanía se coloca al lado del contexto biopolítico, que debemos considerar activo. La vida política de cara al biopoder es la potencia susceptible de ser desplegada frente a ese desequilibrio.
T : En otras palabras…
N : En otras palabras muestra en conjunto la potencia del tejido social y la asimetría que presenta frente al biopoder capitalista. Cuando se habla de emancipación, es válido tener presente esta asimetría. La emancipación se propuso como un problema que debía tener una solución jurídica, constitucional, pero en la etapa que atravesamos, conviene aclarar que el uno está dividido en dos, según el viejo eslogan maoísta. No lo digo en términos de reminiscencia, sino que el uno se dividió en dos porque el concepto de poder y el concepto del capital han sido siempre dos. El capital no existiría como orden, como comando, si la fuerza de trabajo no fuera activa, si el trabajo no se presentara como trabajo viviente. El capital nunca fue un Leviatán, como tampoco lo fue el estado. En el estado, el capital nunca pudo eliminar a los sujetos porque sin su vida, sin la obediencia como acto, ni el estado ni el capital existirían. Cuando digo que uno se divide en dos, no estoy diciendo que la ruptura de esa relación sea en términos absolutos. Sin embargo, para que la relación exista, la obediencia debida al estado o la proporción de trabajo vivo debida al capital está hoy fuertemente desequilibrada.
T : ¿Y cómo se mide esa relación?
N : Desde el punto de vista jurídico. Porque el derecho también se convierte en una medida, en una máquina que forma la relación entre estado y ciudadanía, entre capital y trabajo vivo. Lo que queda claro cada vez más es que la política, a diferencia de lo que ocurrió en otras épocas (si queremos pensar en un período cercano, después de la gran crisis de los 30), no logra desarrollar una posición constituyente que esté al nivel de la historia de los movimientos constitucionales. La misma definición de constitución es una historia de mediaciones construidas alrededor de relaciones mercantiles de intercambio, eso en el caso de las viejas constituciones liberales. Y luego, en torno a la dialéctica capital-trabajo, en el caso de las constituciones democráticas.
T : ¿Y hoy?
N : Si esta transformación de la que hablamos está ocurriendo, se vuelve difícil imaginar qué mediación pueda construirse alrededor de los procesos de financiarización que viven en el corazón del capitalismo moderno. Y es más difícil redefinir categorías como democracia, soberanía nacional, representación, salario, ideología. ¿Cómo pueden conceptualizarse estas relaciones fuera del conocimiento de que los mercados financieros son sede de producción autónoma? El orden ejercido por el capital tiende a saltar las mediaciones institucionales de las democracias y se funda en el chantaje, por el solo hecho de que las garantías, en última instancia, del goce de los derechos esenciales, casa, salud, reproducción de la vida y los mismos salarios dependen, en forma irreversible, de las dinámicas y las turbulencias del mercado.
T : Pero entonces ¿para qué situar la emancipación una vez que se la define como proyecto constituyente?
N : Estamos viviendo situaciones en las cuales el problema constituyente está puesto en términos muy concretos. En América Latina, se ha visto, en los 90, y ahora mismo, en la relación entre estado y movimientos, la configuración de una dinámica constituyente. Pero todo ocurre en una situación en la que no se comprende cuál es la conclusión. Es difícil considerar a los movimientos como otro poder frente al estado. El proceso estado-movimiento se diluye en una relación en la que no se entiende quién es el actor. Y se corre el riesgo de que el estado finja que los movimientos se transforman, cuando en rigor es el mismo (estado) quien crea esos movimientos: como imagen de su debilidad, y de su incapacidad de síntesis.
T : ¿Qué significa emancipación como potencia constitucional? ¿Cómo puede definirse una emancipación a partir de esta crisis?
N : Pongamos sobre el tapete otra hipótesis. Se puede hablar de emancipación como propuesta constituyente sobre un nuevo terreno espacial. Y una segunda en la que cuenta la temporalidad. Es en este punto donde se pone en juego la transición histórica que hemos vivido después de la segunda mitad del siglo XX, de las transiciones incumplidas (del fascismo a la democracia en Italia y en España, por caso). En vez de una transición, se dio una superposición del modelo neoliberal. Pero también puede decirse otra cosa. En este tiempo se discute cómo, después de 30 o 40 años, existen movimientos que expresan la necesidad de la transición, en la que la pasión de democracia, que es una pasión del común, destruye una serie de formalismos que bloquearon el desarrollo constituyente de la emancipación. Es el caso de los indignados de España, en Wall Street, Inglaterra, Alemania, y de forma más tímida, en el movimiento estudiantil chileno. La vitalidad argentina está cifrada en el hecho de que la transición no fue ocultada, sino protagonista de este pasaje.
T : ¿Algo para agregar?
N : La condición es que dentro de este proceso se haga efectivo lo común. Y es razonable preguntarse cuáles son hoy las figuras de subjetividad en torno a las cuales gira la experiencia de la vida. La primera, es la del endeudado. La transformación productiva descripta se asienta sobre un movimiento que lleva del trabajo asalariado al trabajo precario. Del trabajo del explotado al trabajo del endeudado, de la figura del trabajador asalariado clásico a la figura del trabajador precario. Pero es acá donde emerge la base de una emancipación posible, nuevas condiciones de biopoder y nuevas condiciones de lo biopolítico. El trabajo precario (que es un trabajo cognitivo, en red, cooperativo) aparece como un excedente de capacidad productiva. La figura del trabajador precario pierde su autonomía bajo el capital, se convierte en endeudado. Es parte del proceso de producción y del capital. Es un elemento interno, un servidor por deuda.
T : Pero no es la única figura…
N : La otra es la del hombre mediatizado. Se observa el movimiento de la alienación a la mediatización. Se está dentro del círculo de los medios de comunicación, y también de lo que es la capacidad de construir cooperación dentro de los medios. Pero también se está capturado. Ya no es más la conciencia del individuo alienado, sino de aquel tomado por el juego del poder. Y como la productividad humana está enmascarada en la figura del endeudado, la figura del mediatizado está escondida en la inteligencia humana. El problema no es tener mucha o poca comunicación sino ser libres, que esa aptitud comunicativa nos enriquezca. Y otra más es la del hombre asegurado. Está claro: la sociedad es extremadamente compleja, los riesgos vienen por todos lados, pero el riesgo no es tal cuando se convierte en miedo. De ahí la capacidad para responder al riesgo poniéndonos en comunicación. Piense en la expansión de los sistemas carcelarios, en los procesos de exclusión para introducir miedo. Esto es el estado moderno: vive de la creación del miedo. Siempre fui spinozista. No creo que el estado haya nacido como garante para que no se tenga miedo. La construcción del concepto de miedo viene de una voluntad de dominio, no de asociación. Ahora bien, si el deseo es vivir en paz, el sentido de la libertad, la igualdad y la verdad son puestos en duda en el caso del hombre asegurado. Pero la forma más peligrosa es la del hombre representado. Porque se choca con el problema de la emancipación. Las constituciones democráticas actuales y la idea de representación que construyeron, son el peor enemigo. El hombre representado es la suma del hombre endeudado, del hombre mediatizado y del hombre asegurado. En la representación, ninguno de los valores democráticos (la emancipación, el devenir constituyente, la libertad) está garantizado.
T : ¿Y entonces?
N : Es difícil. Para el hombre endeudado, existe una primera reacción: Yo no pago la deuda. Es el momento fundamental para comenzar a emanciparse políticamente. Es el rechazo a ser echado de mi casa porque no terminé de pagar un crédito. Es decir quiero reapropiarme de esta riqueza común que fue construida sobre una base común. Y se trata de pasar, después de ese rechazo, a lo que es una figura multitudinaria de rechazo dentro de una afirmación positiva: la deuda que nosotros tenemos se convierte en un hecho constitutivo de una sociedad un poco mejor. Con respecto al hombre mediatizado, prefiero pensar que pueda existir una verdad común en la comunicación. En definitiva, los problemas actuales de la emancipación tienen que ser pensados a partir de cómo representarnos. Y esto no implica la repetición de fórmulas que vivimos y sufrimos en el siglo pasado. Pero es un buen momento para plantear alternativas porque se nos escuche.
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