Aunque todavía queda mucho por mejorar, prácticamente nadie discute sobre la importancia que tiene la lactancia materna y el cuidado de la alimentación de los niños menores de 2 años, para que se transformen en adultos saludables. En cambio, pocos tienen en cuenta que lo que lo que come la mamá durante la gestación y los nutrientes que recibe un bebé mientras está en el útero son tan –o más– importantes que la etapa que comienza luego del parto.
Es que en términos de nutrición, los primeros 1.000 días de vida de una persona –que incluyen la concepción y los dos años posteriores al nacimiento– son los que determinarán cómo será su salud en los siguientes 80 años.
“Dentro de los 1000 días críticos tenemos los 270 del embarazo, que es una etapa muy importante y que no siempre la valoramos. Es un momento clave en términos de requerimientos nutricionales, ya que la mayor parte de los nutrientes aumenta en forma importante y no siempre son cubiertas con la alimentación habitual de la gestante”, señaló el Dr. Eduardo Atalah, reconocido médico y nutricionista chileno, durante el simposio “Nutrición en los 1.000 días críticos: ¿qué sabemos, qué hay que revisar?”. Organizado por el Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA), el evento se realizó con apoyo de ANI la semana pasada en Buenos Aires y contó con la disertación destacada del consultor en Nutrición y Salud Pública del Ministerio de Salud de Chile y ex presidente de la Sociedad Latinoamericana de Nutrición, además del aporte de destacados especialistas argentinos, que brindaron un mejor conocimiento de los requerimientos nutricionales en ese período de la vida; dieron recomendaciones prácticas para las madres en relación con el sostenimiento de la lactancia, el correcto y oportuno uso de las fórmulas infantiles y las mejores prácticas en alimentación complementaria, entre otros temas.
“Los problemas nutricionales tienen que ver tanto con déficits como por los excesos en la mujer gestante. El déficit, que no es un tema tan preocupante en nuestros países, se puede reflejar en el bajo peso al nacer, el retardo de crecimiento y una mayor mortalidad perinatal. El exceso, en cambio, puede dar lugar a la obesidad y es mucho más relevante por estas latitudes: lleva a fetos demasiados grandes (macrosomía), diabetes e hipertensión materna, una mayor cantidad de cesáreas y malformaciones congénitas. Por eso planteamos que debemos ocuparnos de la nutrición de estos primeros 270 días. Hay que preocuparse por la futura mamá pero no sólo en términos de evaluación antropométrica sino también en términos de calidad de la alimentación y de indicadores bioquímicos”, señaló Atalah.
El Lic. Sergio Britos, profesor asociado de la Escuela de Nutrición de la Facultad de Medicina (UBA) y director de CEPEA, coincidió: “Las intervenciones que a la luz de la revisión de la literatura demostraron ser más efectivas son las que se basan en el abordaje de la cuestión nutricional bajo la lógica del ciclo vital. Un ejemplo es probablemente la talla final alcanzada por nuestros niños, que hoy en día sabemos muy bien que depende no solamente de los factores vinculados a la vida posnatal sino también a factores relacionados a la vida intrauterina”. Britos agregó: “Abordar cuestiones como la desnutrición crónica y el crecimiento en talla de los niños implica pensar desde la nutrición de la mujer en edad fértil hasta la lactancia y el patrón de alimentación complementario a partir de los seis meses. La obesidad también es un ejemplo del abordaje nutricional desde la lógica del ciclo de vida porque sabemos muy bien que los efectos de intervenciones tan tempranas como el propio embarazo y el primer año de vida son determinantes de la obesidad en los niños y de la salud en la vida adulta”.
Por su parte, Miriam Tonietti, especialista en nutrición infantil del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, presentó estudios en los que se demostró la importancia del ambiente intrauterino como factor de riesgo a largo plazo para la salud. Y mencionó la hipótesis del origen fetal de las enfermedades no transmisibles en la adultez (como la obesidad y la diabetes), que vincula el peso en el momento del nacimiento -algo íntimamente ligado a la alimentación materna- con una mayor probabilidad de enfermar.
El experto chileno presentó la experiencia de su país con un programa alimentario, gracias al cual se distribuye leche fortificada con hierro a los menores de dos años. Los estudios realizados demostraron su eficacia: la prevalencia de anemia entre los chicos que reciben la leche fortificada es del 5,5% versus el 30% entre quienes toman leche sin fortificar. “Todavía seguimos en deuda, pero estamos mejor que el resto de los países de América latina”, informó Atalah.
En la Argentina, donde hay una mala práctica de lactancia materna (a los seis meses, el 30% de los bebés ya no es amamantado) y una pobre introducción de los alimentos complementarios a partir del sexto mes, la presencia de anemia es del 30% en los menores de 2 años. “Abandonar tempranamente la lactancia materna, introducir muy pronto leche de vaca a la dieta en lugar de usar las fórmulas infantiles especialmente diseñadas para las necesidades nutricionales de un bebé y una pobre alimentación complementaria a partir del sexto mes pueden afectar el normal desenvolvimiento nutricional en el primer año de vida –clave de los 1.000 días críticos– e iniciar un camino hacia el sobrepeso, que hoy afecta a un tercio de los menores de 6 años y el 40% de los niños en edad escolar”, grafica Britos. Y concluye: “Entre los niños que abandonan la lactancia y se alimentan con leche de vaca es común el exceso de calorías en su dieta, así como también la sobrecarga renal de proteínas y de sodio y, a la vez, es común el déficit de hierro, de calcio, vitaminas A, C y ácidos grasos esenciales”.
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