En Progresismo, el octavo pasajero, los periodistas Guillermo Raffo y Gustavo Noriega simulan una deconstrucción de lo que suponen una corriente política en estado terminal -que de una manera u otra identifican con el actual gobierno- con el objeto no confeso de reivindicar al capital-parlamentarismo de última generación.
En el supuesto del libro que acaba de publicar la casa Random House Mondadori, los autores no saben que saben o ignoran que acaso sus criticados y denostados progresistasestán buscando construir lo mismo que ellos simulan deconstruir.
Si se trata del malentendido que destruyó la política argentina, de ese malentendido, el ingenio de Raffo y Noriega se alimenta: es tan fácil calificar una política en marcha (sea la del gobierno nacional o la de Mauricio Macri) como ir en busca del tiempo perdido, cuando ni siquiera se pensaba en construir un capital-parlamentarismo de última generación.
Para muestra: al final del capítulo 11, Raffo cuenta un encuentro, a fines de 1988, con Jorge Baños: “Lo encontré desmejorado, con una barba que hoy sólo puede remitirme a Al Qaeda (…) Nos describió alarmado una conspiración golpista que incluso en esa época sonaba inverosímil”.
“Yo ya no tenía nada que ver con la izquierda (sic). Le dije: Estás loco. Descansá, dormí bien. No pasa nada”. La cuestión es que este joven saludable seguramente no sabía que sí pasaba algo, y que lo que pasó es tan oscuro (el disparate del ataque al cuartel de La Tablada) que todavía no se ha mensurado las responsabilidades de algunos de los héroes de estos muchachos, llámese Nosiglia, Menem o Alconada Sempé.
Raffo es guionista cinematográfico por la Universidad del Sur de California, y cineasta, escritor, dibujante, fotógrafo, pianista, padre y fundador del sitio Los Trabajos Prácticos.
Noriega es licenciado en Ciencias Biológicas, apasionado de las estadísticas, trabajó en el Indec, fundó la revista de cine El Amante, participó del programa de TV Duro de domar y es columnista de Luis Majul.
Progresismo… va y viene por la historia del cine argentino (¡hay que tener ganas de perder el tiempo!), disquisiciones sobre Stalin, sobre Fidel Castro, sobre el comunismo de Agosti, pero se concentra en el gobierno peronista que subió al poder en el 2003, epítome del sentido común argentino: el progresismo.
Lo que los argentinos hemos perdido viajando en la nave del progresismo: la honestidad republicana de don Raúl Ricardo Alfonsín (sin Pacto de Olivos, sin Carlos Alderete, sin Juan Vital Sourrouille), el ejemplo del juicio a las Juntas (sin leyes de punto final y obediencia debida, y para completar: la metamorfosis de ¡Luis Puenzo!
Sin dudas, lo mejor del libro son las entrevistas a Roberto Gargarella y a Tomás Abraham, no está mal la de Julio Bárbaro, sobre todo porque si alguien cree que estos muchachos están esclarecidos y de vuelta de todo (que es nada), Bárbaro, que sí está esclarecido y de vuelta de todo (que es nada) les escupe en la sopa lo que es el buen cinismo del político parlamentario.
¿Esclarecido? ¿Es ese guiño barato de comparar a Kirchner con el Ku Klux Klan? ¿Esa cacería, más barata, de las buenas intenciones de la juventud maravillosa? Extraño que este par de buenos católicos ignore que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Progresismo… lleva en sus entrañas el alien que probablemente convierta al libro en saldo en pocos meses -como sucede con cualquier libro periodístico- pero con el agravante de que no será tan fácil retornar a la arena pública después de que esta colección de boutades sea, una por una, refutada por alguno de sus entrevistados.
Pablo E. Chacón
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