Previo al golpe de Estado de 1973, el entonces joven grumete de la Armada, Jaime Espinoza, fue arrestado y enviado a la cárcel acusado de sedición por manifestar en público que él no mataría a chilenos en caso de producirse una asonada militar.
En el libro "Deseo de vivir", Espinoza cuenta su paso por la cárcel de Valparaíso en julio de 1973 y la llegada en octubre de ese año al campo de concentración de Colliguay, en un cerro al interior de Valparaíso, cuya existencia ha sido negada por 40 años por la Armada de Chile.
Precisamente por esa obstinada actitud de la institución a la cual ingresó a los 16 años, es que Espinoza cuenta con detalles y documentos como el predio -perteneciente a la poderosa familia Matte (uno de los cinco grupos económicos del país)- fue cercado tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 "por una doble reja de púas, con paredes de 4 a 5 metros de altura y con torres de vigilancia cada 50 metros".
"Las construcciones eran de madera con piso de tierra en
forma de U. Se componía de líneas de 12 celdas en cada extremo,
acomodando seis prisioneros en cada una de ellas con literas que
también estaban alineadas en forma de U. En la parte posterior
estaban ubicados los sanitarios que eran una línea de cajones de
madera seguidos, sin ninguna división, sin techo o alguna pared
alguna", describe el hombre que hoy vive en Estados Unidos.
En 2006 se propuso encontrar el lugar exacto del recinto que
tanto dolor le produjo y tardó años porque "se trataba de un
lugar estratégico. Nadie podía ingresar y tener acceso por
tratarse de un recinto privado. Está exactamente a mil metros
sobre el nivel del mar y con una sola vía de entrada y salida,
controlada por infantes de marina y también por la fuerza
aérea".
Hoy está plantada de árboles y cuesta identificar los pozos, a uno de los cuales cargado de excremento fue castigado Espinoza y otro de sus compañeros por hacer una broma de homosexuales. De paso en Chile para lanzar su libro-memorias, Espinoza explicó en forma exclusiva a ANSA que esta publicación nace de "una necesidad". "Algo dentro de mí empujaba por salir en cada momento, como por ejemplo, cuando veía un desfile militar los recuerdos se me agolpaban en la mente y todo el dolor de ese tiempo se me venía encima", señaló. Pero también, hace hincapié, es "la injusticia de que nunca la Armada ha reconocido todo el castigo que nos dieron" y además "quiero mostrar en forma verídica a tantos chilenos que no quieren saber la verdad, la historia de un marino de la Armada de Chile que se opuso a matar a sus compatriotas". Espinoza se declara apolítico y se define como un chileno criado bajo las raigambres profundas campesinas de tratarse todos como "compadres y amigos".
De gran picardía, su libro está
lleno de episodios de ternura y humor en medio de los
angustiantes momentos que atravesaba junto a otros 41 marinos
constitucionalistas y presos políticos.
No obstante, dice, "el recuerdo de lo vivido está mezclado de
rabia y lágrimas, rabia por la impotencia que tenía para
defenderme de los tormentos que sufrí, ya que casi siempre,
cuando recibía los castigos y suplicios me tenían encadenado,
esposado y con a cara cubierta por una capucha, y lágrimas, las
que derrama un hombre cuando se siente impotente y atropellado
por la injusticia, habiendo perdido su libertad y ultrajado en
lo más íntimo de su ser".
El ex marino estuvo seis meses en Colliguay, que debió cerrar
a su juicio por las presiones de la Cruz Roja Internacional, que
los visitó en una ocasión aunque hoy se pregunta si no se
hicieron pasar por esa institución dada la negativa de la Armada
a reconocer este lugar. Luego fue trasladado al campo de
concentración de Puchuncaví. Sesenta días después lo volvieron a
enviar a la cárcel Pública de Valparaíso donde permaneció hasta
diciembre de 1975, sin que fuera pasado a tribunal alguno.
"Durante esos dos largos años fui injustamente acusado de
acciones que nunca había cometido. Al final, al darse cuenta de
su error, había perdido dos años de mi vida", sostiene.
"Tuve que salir huyendo de la violencia y de la persecución oficial y con los traumas físicos y psicológicos que me quedaron, algunos de ellos imborrables, esas son las heridas del alma, las que no se curan ni se pueden olvidar", completa.
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