“El periodismo profundo permite conocernos mejor que un espejo”, fue una de las frases que dijo el argentino Roberto Herrscher, docente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) en una charla de corte íntimo en la Fundación Tomás Eloy Martínez junto a Cristian Alarcón, director de la revista Anfibia.
Ante un público joven, en su mayoría estudiantes de periodismo, este “maestro” como lo llamó Alarcón por sus años de docencia e inspiración de muchos periodistas afincados en el terreno de la crónica se distendió y regaló, no sólo sus recuerdos personales, sino que reflexionó sobre algunas matrices del oficio que aprendió en medios de Argentina, Costa Rica y España.
De visita en la ciudad de Buenos Aires, Herrscher (Buenos Aires, 1962), también director del Master en Periodismo de la Universidad de Barcelona y Columbia University en Nueva York, mantiene por estos días una agenda abultada con el dictado de seminarios, talleres y conferencias.
Esta íntima charla fue paréntesis para contar la relación entre el periodismo y el conocimiento interior; entre el peso de la historia y la crónica como un dispositivo previo al análisis académico. Y de ese cálido y empático intersticio entre entrevistado y periodista, algo que ambos definieron como "la epifanía en la crónica".
Ex combatiente en Malvinas, Herrscher realizó trabajos sobre la cobertura de la guerra y el tratamiento periodístico de su recuerdo y sus secuelas. La máxima expresión fue Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), un libro de crónicas donde vuelve sobre la historia de los seis tripulantes de una goleta de 1927 que navegó en tiempos de conflicto armado.
Pero la línea que atraviesa su relato de no ficción es un reencuentro con los fantasmas de la guerra, un espejo insondable de su propia historia, porque él mismo fue uno de los soldados que, con sólo 19 años, viajó en ese legendario barco de guerra.
En un instante de la charla, Herrscher recordó la anécdota de una alumna que lo consultó porque quería escribir sobre "los hijos de los ex combatientes" y ahí lanzó sin más: "Malvinas nos pasó a todos. Y sigue pasando. Hay nuevas formas de contar, porque la guerra sigue pasando en nuestros hijos".
En ese sentido y vinculado al quehacer de la crónica actual, el periodista remarcó que "buscar el yo en el nosotros es una forma de entendernos; pero si sólo sirve de manera terapéutica, no es una buena crónica".
El libro recién pudo escribirlo 24 años después de la guerra. "Pude escribir sobre mí porque había escrito antes sobre otros: si no me hubiera metido en otras historias, no habría encontrado la forma", dijo este hombre que reconoció que "los tripulantes, aquellos que me salvaron la vida, hicieron verme a mí mismo con sus ojos".
Las otras historias, las cotidianas para un periodista de oficio, fueron ese «background» para llegar a esa gran historia que le devolvió parte de su identidad. Ambos periodistas destacaron la importancia de haber trabajado en las redacciones para la escritura de crónicas y coincidieron firmemente: "un periodista debe ser también un editor".
"No concebimos el periodismo sin redacciones", dijo Alarcón, que remarcó el desencanto actual de los alumnos para ingresar a un medio gráfico. "Picar piedra como lo llaman en España", sugirió Herrscher sobre el trabajo diario fundamental para la gimnasia de la escritura y del encuentro con "esa" historia; aunque luego lo relativizó: "a mí me parece bien que no haya un solo camino, pero las redacciones son escuelas de humildad".
En la ruta hacia esa crónica memorable en la vida de un periodista, el autor deLos viajes del Penélope enfatizó: "en las mejores crónicas, tanto el autor como el lector encuentran algo que nunca habían imaginado. El gran desafío del cronista no es sólo encontrar el tema para contar, sino convivir con ese tema, con ese proyecto de escritura".
Herrscher, en ese vaivén de apuntes sobre el periodismo gonzo, donde la primera persona es inevitable y una pieza clave, concedió una fórmula: "El momento de la crónica, la epifanía, ocurre cuando uno está genuinamente interesado en comprender al otro, y el otro eso, lo nota".
"Son momentos de especial intensidad que nos revelan algo de nosotros, algo que nos convertirán para siempre en otros", concluyó este periodista de semblante tranquilo, alguien que parece haber hecho las paces con su propio reflejo.
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