La UE aprobará una nueva normativa que tiene como objetivo limitar el uso de tierras destinadas a cultivos de agrocombustibles. Expertos advierten que no es suficiente y explican los riesgos de la biotecnología.
Funcionan los vehículos y faltan alimentos.
La Comisión del Medio Ambiente del Parlamento Europeo propone limitar a un máximo de 5,5 % el porcentaje de biocombustibles de primera generación en el consumo total de energía para fines de transporte. La normativa que deberá ser votada por la Eurocámara en septiembre y ratificada por los países miembros antes de entrar en vigor, supone una corrección a la política de incentivo de los biocombustibles que obligaba a que los carburantes renovables ascendieran a por lo menos un 10% del total del combustible empleado en el transporte europeo de aquí al 2020.
“El hecho de que la UE baje sus metas de biocombustibles es positivo en general, porque implica un reconocimiento sobre el impacto que tienen los agrocombustibles sobre los alimentos y la seguridad alimentaria”, afirma la experta Silvia Ribeiro directora para América Latina del grupo ETC, que monitorea el impacto de las tecnologías emergentes y las estrategias corporativas sobre la biodiversidad, la agricultura y los derechos humanos. La investigadora advierte, sin embargo, que el porcentaje actual de biocombustibles en el consumo total de energía para fines de transporte no llega a un 4,5% por lo que, en realidad, se está diciendo que todavía puede aumentar un 20% más.
La experta uruguaya subraya que el hecho de que no sean directamente cultivos alimentarios no quiere decir que no compitan por la tierra, el agua y los nutrientes de dichos sembradíos, y que además, les quiten la tierra a campesinos. “Aunque se diga que no se va a importar maíz, de todas maneras la expansion de los cultivos de otro tipo impactan sobre los cultivos alimentarios porque es la misma tierra. O quizá aumente la presión sobre cultivos como la palma africana o aceitera, cuyas plantaciones a nivel global están acompañadas de explotación laboral y violaciones graves como el desplazamiento de indígenas de sus territorios en Asia y en América Latina”.
Competencia con la producción alimentaria
La política europea de incentivo a los biocombustibles es criticada por organizaciones ecologistas que señalan que provoca aumentos de precios de los alimentos, competencia por la tierra y por el agua, desplaza a campesinos de sus tierras y agrava la escasez alimentaria y contrariamente a lo que se creía, no ayuda a detener el cambio climatico.
“Compartimos los mismos recursos, tanto para producir alimentos como para producir agrocombustibles, ambos compiten por el agua y por tierras cultivables, también hay una competencia creciente por los medios productivos”, señala por su parte Carolin Callenius, experta de la organización evangélica alemana Pan para el Mundo (Brot für die Welt).
Callenius señala que aunque la Unión Europea ha reconocido que la producción de agrocombustibles compite con la producción de alimentos, lo que hace falta es la implementación de medidas de control. “Se reconoció que las importaciones europeas provocan violaciones a los derechos humanos y medioambientales. Es un paso en la dirección correcta, sin embargo estos lineamientos no van lo suficientemente lejos. Sigue siendo necesario un mayor control para asegurarnos de que al cargar el tanque con agrocombustibles no estamos robando el alimento en otros países”.
Entre las propuestas que se dispone a aprobar el Parlamento Europeo figura el que los biocombustibles llamados de segunda generación, producidos a partir de la biomasa o de deshechos, deben tener al menos 2% de participación en el total de renovables. Ribeiro explica lo que son los biocombustibles de segunda y tercera generación. “Hay muy pocos organismos en el planeta que digieren celulosa, lo que hacen, por ejemplo, las enzimas en los estómagos de las vacas, que son capaces de comer pasto, que es celulosa, y transformarlo en gas, en energía. Estas enzimas y algunos microorganismos son los que realmente pueden transformar eficientemente la celulosa”, afirma Ribeiro.
Brasil, líder mundial en la producción de biocombustibles
La experta explica que la biología sintética está creando en laboratorio genes parecidos a los de las enzimas que digieren celulosa para insertarlos en levaduras y microorganismos. “Esto ya se está haciendo en Brasil, en donde se encuentra la empresa de biología sintética más avanzada del planeta que es Amyris, que hace contratos con productores de caña de azúcar para fabricar biocombustibles, que son usados en autobuses en Sao Paulo”, dice. El Estado de Sao Paulo aprobó una normativa parecida a la de la Unión Europea sobre el uso de biocombustibles de segunda generación.
“Todo lo que se refiere a segunda y tercera generación, que se supone que no compite con la producción alimentaria está basado en esta tecnología”, destaca Ribeiro. La experta advierte sobre el riesgo que supondría una fuga de estas bacterias que son cultivadas en tanques de fermentación. “Imaginemos que uno de estos microbios modificados para comer celulosa escapa al medioambiente, en donde todo es celulosa, no hay ningún vegetal que no tenga celulosa”.
Ribeiro se remite a la información públicada por la Red Global para la Huella Ecológica (Global Network for Ecological Footprint), con sede en el Reino Unido, que advierte que el uso de la biomasa del planeta ya superó su capacidad de regeneración desde el 2009. “Si se cortan los árboles, el pasto y las plantas, más rápido de lo que puede recuperarse, ya no es renovable y esto está sucediendo desde el 2009”.
Ribeiro advierte que si a esto se le agrega la posibilidad de usar fuentes de celulosa que antes no se estaban usando se genera un uso aún mayor de la biomasa. “Se está cortando a un ritmo mucho más alto del que puede renovarse naturalmente. Empieza a ser un recurso no renovable”. La experta señala que lo que urge es cambiar de fondo los patrones industriales de producción, energía y consumo.
Autora: Eva Usi, Berlín
Editora:Claudia Herrera Pahl
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