En El spleen de los muertos -última parte de la trilogía comenzada con El síndrome de Rasputín y continuada con Los bailarines del fin del mundo-, el escritor Ricardo Romero diseña una Buenos Aires devastada por un futuro apocalíptico, con tintes góticos, donde tres amigos hermanados por un extraño síndrome deben afrontar oscuras adversidades, además de su propia melancolía.
Maglier, Muishkin y Abelev son los protagonistas de esta trilogía, publicada en la colección de novelas policiales Negro Absoluto, dirigida por el escritor Juan Sasturain.
Tres amigos que padecen el síndrome de Tourette, un trastorno neuropsiquiátrico caracterizado por múltiples tics físicos y vocales, que los lleva a relacionarse de forma marginal con un mundo postapocalíptico, casi de folletín, donde terminan, sin decidirlo, convertidos en detectives.
“Cuando conocí de qué se trataba el síndrome de Tourette me puse a investigar, leí ‘El hombre que confundió a su mujer con un sombrero’, de Oliver Sacks, que contaba muchos casos clínicos, y lo que me llamó la atención fue el elemento positivo que genera la enfermedad”, dice Romero en diálogo con Télam.
Y explica: “a pesar de los casos terribles, donde el que sufre el síndrome parece poseído por los tics, hay casos menores donde el exceso de dopamina en el cerebro que produce el trastorno los hace hábiles física y mentalmente. Además, al no poder entablar una relación normal con la sociedad, se ven obligados a configurar una nueva lectura del mundo”.
El espíritu que recorre esta última novela -y de alguna manera toda la trilogía- es el “spleen”, una palabra de origen griego que fue popularizada por el poeta francés Charles Baudelaire para referirse a un estado de melancolía, tedio y angustia que invade a una persona sin motivo aparente. Ese estado comparten, además del síndrome de Tourette, los personajes de Romero.
“Es una pulsión de muerte que en realidad es de vida —señala el autor—. Se nota sobre todo en el personaje de Muishkin, que es un homenaje al príncipe deEl idiota, de Dostoievski. Tiene esa vitalidad, esa energía que lo lleva a hacer lecturas diferentes aun en los peores momentos y, aunque sufre, sobrevive por eso”.
Ricardo Romero nació en Paraná, Entre Ríos, en 1976. Es Licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba y desde 2002 vive en Buenos Aires. Como autor ha publicado el libro de cuentos Tantas noches como sean necesarias (2006) y las novelas Ninguna parte (2003), El síndrome de Rasputín(2008), Los bailarines del fin del mundo (2009) y Perros de la lluvia (2011). Además, es editor de Gárgola Ediciones, donde dirige la colección “Laura Palmer no ha muerto”.
- ¿Cómo surgió la idea de una Buenos Aires del futuro?
- En principio me interesaba generar una Buenos Aires con rasgos góticos, con aspectos del folletín, mucha niebla, mucha lluvia; una ciudad postapocalíptica que estuviera adaptada a una cotidianidad desastrosa, al borde, con bombas siempre a punto de explotar, pero acostumbrada.
Hay una idea de Marcelo Cohen que dice que la ciencia ficción latinoamericana tiene que ser berreta, o sea, si hay aparatos no tienen que funcionar. Este futuro es algo así, como una foto corrida, por eso tiene dos obeliscos.
- Además del clima negro propio del policial, la novela retoma cierta estructura clásica del relato de aventuras, en la línea de Chesterton, por ejemplo...
- No sé si puedo comparar estas novelas con la gran obra de Chesterton, pero sí puedo decir que me interesaba retomar ese placer de lectura y tratar de producir algo con eso que me genere algo parecido a lo que me ha dado su obra y la de tantos otros. Me refiero a la necesidad de contar una historia y tener fe en la novela. Porque me ha pasado mucho como editor con las novelas que me llegan, donde hay un tono autorreferencial o minimalista que se agota muy rápido y deja afuera esas cosas que hacen de la literatura un camino de ida.
En cuanto a Chesterton, creo que hay que volver a leerlo, pero no desde Borges. Porque Borges lo rescató y lo puso en un lugar importante, pero con su propia lectura, con su propuesta. Y uno puede y debe volver a Chesterton desde otros lugares.
Según Romero, “en esta trilogía el apocalipsis es el principio de las cosas, y la soledad de los protagonistas también, no es el último lugar al que llegan. Ellos están solos y tienen que inventar el mundo con nuevas reglas. Hay una cierta energía poética y vital que los mueve. Es fundamentalmente una trilogía sobre la amistad”.
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