La historia de la escritura de una novela suele terminar en la entrega de originales a su editor. Esto no sucede con Rayuela. Julio Cortázar dejó constancia de su preocupación por el diseño de la portada. A 50 años de su publicación repasamos este rasgo clave de la poética cortazariana.
Hace 50 años, durante la primera edición de Rayuela, Julio Cortázar se muestra interesado en que Francisco “Paco” Porrúa, su editor, “meta fuertemente mano en la cubierta del libro”. Remarca que no quiere “una escenita vistosa” como la que había aparecido en la tapa de Los premios, sino que elegiría algo semejante a una pintura de Dubuffet, “con un graffiti mostrando el dibujo clásico de cualquier rayuelita de barrio.
” El “art brut” de Dubuffet es afín con el temperamento lúdico de Cortázar y en especial, con la atmósfera cultural que rodea a los personajes de Rayuela. Incluso Cortázar no descarta enviarle a su editor unos dibujos personales aunque asegura que “yo con la acuarela en la mano soy de abrigo, te juro”
Cortázar siempre manifiestaba, no sólo con la tapa de Rayuela, sino en incontables oportunidades su deseo de intentar actuar en el campo de las artes plásticas, sobre todo en la pintura. Para ese entonces, obsesionado con la idea de lograr un diseño que permitiera que las tapas estuviesen impregnadas del contenido del libro, recorre las librerías de Saint-Germain-des-Près, para mirar los álbumes de Brassai y otros fotógrafos, en busca de una rayuela. También le insinúa a su editor que puede pedirle a Aldo (un niño prodigio argentino, magnífico pintor) que le fabrique una rayuela, porque “…sea como sea te mandaré algún boceto, foto o proyecto. Tenemos que impedir por todos los medios que nos encajen la rosa en el zapato”, concluye.
Tiempo más tarde le envía a Porrúa una rayuela fotografiada y le cuenta que su amigo Julio Silva le está haciendo una maqueta en base a esa misma foto. Cortázar trata por todos los medios que la tapa lleve impreso el clima del libro “…una rayuela dibujada con tiza en una vereda o un patio. Todo más bien pobre, gris, conventillo, día nublado, mufa...”
Pero no piensa solamente en la atmósfera del libro, sino también en el lector, tanto como Morelli, el personaje de Rayuela que traza la poética en la propia novela.
Cortázar le escribe esta interesante propuesta a Porrúa:
Y AHORA VAMOS A PONERLE LA TAPA AL LIBRO. ¿Conque estudiando la cosa con Esteban y, por un breve minuto, creyendo que la rayuela quedaría mejor de pie? Enormes cronopios, yo también empecé por ahí y la tuve parada un rato largo hasta que se le cansó la Tierra a la pobre. No, che, yo creo que así no va. No va, como vos lo has visto muy bien, porque esa tapa tiene su segunda, y a mí me gustaría que, de ser posible, la tuviera sin vueltas. Vos te sospechás un significado mufoso en el Cielo atrás del libro, y es cierto, pero todavía más que eso. Muy rápidamente explicado, imagináte que acabás de comprar, haciendo un loable sacrificio, un ejemplar de Rayuela, y que sin perder un instante te has sumido en su lectura. Si sos un hombre normal, sostendrás el libro con la mano izquierda, mientras la derecha se ocupa de dar vuelta las páginas, ir y venir con la pipa, alternándola con los tragos de caña Mariposa que te habrá servido tu mujer, y de cuando en cuando hacer una ademán de admiración que agita el aire de la estancia. Bueno, quedamos en que tu mano izquierda sostiene el libro. Parte de la palma y la raíz de los dedos se apoyan en la carátula, es decir en la Tierra. Pero la parte más espiritual de tu mano, la punta de los dedos, la sed y la ansiedad que viven en la punta de tus dedos, buscan del otro lado el Cielo, tal vez alcanzan a rozarlo, a entrar por un momento en él. ¿Sentís la cosa? Tu mano también lee el libro, con esa visión extrarretiniana de que hablan los hombres sabios, y que en realidad es otra tentativa de aprehender lo que, dentro del libro, buscan tus ojos. ¿Simbología fácil? Puede ser. Pero yo he sido siempre sensible a las tapas de los libros, y a veces he descubierto en ellas cosas extrañamente asociadas al texto, siempre que las ediciones no fueran de Santiago Rueda. Bromas aparte, creo que mis sinrazones se entienden bastante bien... O sea que, en la medida de lo posible, yo me planto en la idea de la rayuela acostada, y libramos los dos la batalla. Espero poder mandarte la maqueta lo antes posible; ahora mismo le rajo un úkase a Silva, que se me ha quedado de lo más silente en París.”
En este extenso (pero iluminador) párrafo se advierte cómo el autor concibe la percepción de su lector, a partir de la visión de la tapa. Cuando Silva le envía, desde París el proyecto, con la rayuela vertical, Aurora Bernárdez, en ese momento su esposa, lo convence de su eficacia diciéndole que “basta mirar la maqueta de Silva para comprender que es mucho más eficaz que el lector vea la rayuela completa cuando agarra el libro, y no que el dibujo se deslice como un gusano alrededor del libro.” Aunque el escritor sigue pensando que acostada es mejor, no se obstina, pues confía en las sugerencias de sus amigos. La preocupación de Cortázar no termina en el diseño sino también en el color de la tapa y pretende que la parte negra entre bastante en la contratapa y le preocupa si encarecería la impresión, pero está convencido que los colores sobre el fondo negro quedan muy bien.
Es evidente la importancia que el escritor concedía a los colores; así, cuando le contesta a Porrúa, quien le había escrito para avisarle que no había recibido la maqueta, para mandarle una “semi-maqueta en blanco y negro, correspondiente a la carátula y al lomo” dice lo siguiente:
“El color corresponde exclusivamente a las letras. Mi nombre (en la tapa) va en azul, Rayuela en amarillo y Editorial Sudamericana (al pie) en rojo. Supongo que se podría cambiar de orden, pero no de colores. Los colores tienen que ser todo lo brillantes que se pueda, para contrastar con el fondo negro.”
Más tarde corrige los colores y en una carta posterior, insta a Porrúa a despreocuparse de la cuestión, admitiendo otra alternativa: “Si el anaranjado que encontraron las chicas es bonito, adelante con los faroles. No te hagas más problemas, por favor.” Aunque nunca cesan sus indicaciones, reconoce que deja la decisión final en sus manos: “Vos serás entonces plenipotenciario para decidir en última instancia.”
Cortázar queda conforme con la portada de la primera edición, en especial después de haber visto, con pocas horas de intervalo, dos o tres novelas en las últimas ediciones de Losada, con tapas "que parecen para escuelas de deficientes mentales”; así lo certifica en una correspondencia, donde, además, se muestra satisfecho porque la tapa termina cerrando con el espíritu de la novela y pregunta ante un diseñador que la pensaba muy inocente: “¿qué quería? ¿Una escolopendra gigante enroscada en el busto de Gilgamesh? La rayuela es un juego inocente, che, y mi libro respira pureza, boyscoutismo y Día de la Madre («la madre, concepto que encumbro», como dice Bioy Casares).”
Poco después, cuando Julio Cortázar le entrega el original de Final del juego a Francisco Porrúa le dice: “...ahora pienso dedicarme a la pintura y a la fiaca. Dentro de once meses tendré 50 años, ya es tiempo de empezar a hacer algo en serio.” Y así fue: sus próximos libros tendrían una fuerte relación con la imagen.
Pasaron 50 años de la primera edición de Rayuela y el año que viene es el centenario del nacimiento de Julio Cortázar, momento de justos homenajes institucionales, aunque sus lectores día a día reconocen la preocupación de Julio no sólo por sus textos, sino también por el diálogo permanente con las imágenes. La tapa de esta novela es sólo la punta del iceberg de toda una obra dedicada a la literatura y su relación con el arte.
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