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Viaje al optimismo
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21/06/2013 - Eduardo Punset

En busca del tiempo perdido

Considerado uno de los divulgadores científicos más importantes del mundo hispano, el economista español Eduardo Punset llegó a Buenos Aires para presentar Viaje al optimismo: las claves del futuro, una obra que replica su euforia ante el aumento de la expectativa de vida y vaticina un inminente cambio de paradigma que hará declinar el poder de la competitividad.

Abogado, periodista de la BBC, ex director de la edición latinoamericana del semanario The Economist y ex funcionario del Fondo Monetario Internacional ("en ese época, cada vez que viajaba a América Latina no era tan bien recibido como ahora"): al margen de estos labores, Punset es conocido especialmente por su ciclo televisivo "Redes", que desde la televisión pública española se ha convertido en referente de la divulgación científica.

Bajo la consigna de que "todo tiempo pasado fue peor", en Viaje al optimismo -editado por el sello Destino- el ensayista analiza las claves que generan estados depresivos o convierten a determinadas personas en potenciales psicópatas y se ocupa del ADN y su secuenciación, así como de la globalización, que según su visión existe desde tiempo remotos y ha sido esencial para las sociedades.
 
"Los cambios sociales son mucho más lentos que los cambios tecnocientíficos", sostiene Punset, quien a lo largo de una  entrevista con Télam advierte también que "no existe una crisis económica planetaria sino una crisis específica de países específicos".
 
- Télam: Es llamativo que una obra dedicada a la divulgación científica ponga el foco en el optimismo, que ha sido un concepto cooptado y a veces hasta banalizado por el género de autoayuda...
- Punset:
La autoayuda ha sido muy criticada por la comunidad científica y es verdad que ha cometido errores garrafales al intentar explicar cosas que no tenían explicación, pero por otro lado ha sido tal el cúmulo de información que en las últimas décadas intentó ocultar la realidad que le estoy agradecido en tanto nunca intentó borrar la esperanza de la sociedad.
 
La gente sigue pensando que en el pasado se esconde gran parte de la verdad y el optimismo. Sin embargo, creo que el gran hallazgo actual es constatar que cualquier tiempo pasado fue peor, que el pasado es un cúmulo de crueldad y de tratamiento injustificado de las personas, responsable del pesimismo crónico que impide a la gente ver la realidad. ¿Qué realidad? Que desde 1840 la expectativa de vida está aumentando: cada ocho años aumenta en dos años la esperanza de vida.
 
- T: ¿Pero las sociedades están preparadas para afrontar y capitalizar este incremento en la brecha de vida?
- P:
Somos la única especie en la que sus exponentes se encuentran de golpe con 30 años de vida adicionales a las que tenían sus antepasados y que no saben qué hacer con ella. Salvo -y esta es la segunda gran novedad- darse cuenta de que hay vida antes de la muerte, cuando en realidad lo único que interesaba antes era saber si había vida después de la muerte.
 
Por primera vez en la historia de la humanidad tenemos tiempo de saber para qué sirve la vida: si la disfrutamos, si la aprovechamos...
 
Sin embargo, la sociedad está todavía lejos de saber qué hacer con esos treinta años de vida redundante. Hemos empezado por constatar que muchas de las competencias que utilizamos para encontrar trabajo están desfasadas.
 
La actual sociedad del conocimiento requiere unas competencias diferentes de las que nos habían enseñado todo este tiempo en el que se ubicó a la competitividad por encima de la creatividad.
 
Después de la Revolución Industrial, lo único que empezó a importar era aquello que nos servía para encontrar trabajo. Así, actividades como la danza o el teatro estaba en el fondo de estas competencias jerarquizadas encabezadas por la física o la química.
 
Por eso, estoy seguro que aparecerán nuevas competencias que cuando lleguemos a conocerlas transformarán realmente la vida. En primer lugar, hay que aprende a trabajar en grupo, a colaborar con la gente en lugar de competir con el que tengo enfrente.
 
- T: ¿Por qué sostiene que las sociedades actuales son adictas al registro del paso del tiempo? 
- P:
Es la primera vez que empezamos a conocer algo de los que nos pasa por dentro. Cuando la esperanza de la vida era de treinta años, no se sabía nada del tiempo y del cerebro: parías hijos, tenías algo de tiempo para cuidarlos y luego te ibas. Lo único que te quedaba era tiempo para pensar si había vida después de la muerte.
 
Y ahora nos encontramos con treinta años más de vida biológica y con que vale la pena estudiar qué es la vida.
 
Creo que falta meditación sobre lo que es el tiempo. En mi laboratorio he llegado a ver cómo un fósil de hace cuatrocientos millones de años que perdió su nido frente a un río de lava denotaba el mismo gesto de sorpresa y desesperación que una persona que en la actualidad acaba de perder a un hijo.
 
- T:  Usted sostiene en su libro que no estamos frente a una crisis planetaria sino de algunos países específicos ¿Esta afirmación implica un replanteo del concepto de globalización?
- P: En Europa, los gobiernos han engañado a la población haciéndole creer, durante años, que se trataba de una crisis planetaria. Ahora por el contrario se ha demostrado que se equilibran los déficits de unos países con los superávits de otros. No existe la posibilidad de una crisis planetaria. Países como Italia, España, Portugal y Grecia están actualmente en crisis mientras los demás están creciendo.

Es paradójico pero con esta mentira de la crisis planetaria hemos aprendido la importancia del error en el diagnóstico. Y eso nos lleva nuevamente a la reevaluación de lo acontecido. En esta línea, cualquier tiempo pasado fue peor, incluso en Europa, ni hablar en América.
 

El pasado es horroroso y la gran esperanza del futuro es que la gente sea capaz de olvidar enteramente el pasado y pueda partir de ahora a construir una sociedad cada vez más empática. 

 


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