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Novelas eróticas
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14/06/2013 - Vicente Battista

El cuento de la novela erótica

Las tres novelas de la inglesa E.L.James, Cincuenta sombras de Grey, Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas, se han convertido en el éxito editorial del momento. Bajo el rótulo de Literatura Erótica, miles y miles de estos ejemplares se venden en las principales ciudades del mundo. Tal vez convenga replantearse cuál es el verdadero sentido de esa denominación.

En 1979, con el nombre de “La sonrisa vertical”, la editorialTusquets de España  lanzó un concurso de narrativa erótica. En aquella ocasión, el primer premio lo obtuvo La educación sentimental de la Sta. Sonia, una sugestiva novela de la argentina Susana Constante. 

Hubo otros dos argentinos premiados: Dante Bertini con El hombre de sus sueños, en 1993, y Abel Pohulanik con La cinta de Escher, en 1997. Almudena Grandes, con Las edades de Lulú, lo conquistó en 1989. Andreu Martín se apartó por un momento de sus formidables textos policiales y en 2001 obtuvo el galardón con Espera, ponte así. En el año 2004 el premio se declaró desierto. Tusquets decidió no hacer nuevas convocatorias, pero mantuvo el título “La sonrisa vertical”, en este caso para nominar a una colección de textos que hasta el año 2008 había acumulado más de ciento treinta títulos.

La literatura erótica, como se nota, continúa vigente. El fenómeno de Cincuenta sombras de Grey, de la inglesa E.L.James, y las secuelas que le sucedieron,Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas, consolidan esa vigencia. La relación sadomasoquista entre amo y esclava es uno de sus temas recurrentes. En 1954 Dominique Aury, bajo el seudónimo de Pauline Reage, publicó su célebre Historia de O, y treinta años más tarde, Marguerite Duras dio a conocer otro título ejemplar: El amante. En ambas novelas el esquema, con ligeras diferencias, es similar: joven mujer que no vacila en llevar a cabo lo que le exige su macho dominante. En su trilogía, E.L.James no se aparta ni un centímetro de ese esquema.

Según señala Octavio Paz en La llama doble, amor y erotismo: “El erotismo no es mera sexualidad animal; es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada, metáfora. La imaginación mueve tanto al acto poético como al erótico, por lo tanto el erotismo es al sexo lo que la poesía es a la lengua corriente”.  Un tono que encontramos en el capítulo uno de la tercera parte de Madame Bovary. Como se recordará, Emma y León suben a un coche de alquiler. “¿Adónde va el señor”?, pregunta el cochero. “Adonde usted quiera”, dice León y corre las cortinas de las ventanillas. El coche, “más cerrado que un sepulcro y bamboleándose como un navío”, deambula por las calles de Rouen; lo que sucede en su interior queda reservado a la fantasía de cada lector y de cada lectora. Sólo sabemos que el coche numerosas veces interrumpe su marcha, cuando esto sucede, desde el interior del espacio cerrado y vedado donde se encuentran Emma y León, se escucha la orden de León. “¡Siga!”, le exige al cochero. A la seis de la tarde el coche por fin se detiene “en una callejuela del barrio Beauvoisine y se apeó de él una mujer con el velo bajado que echó a andar sin volver la cabeza”. De este modo, con la sutileza de los grandes artistas, Flaubert compone uno de los mejores momentos eróticos de la literatura de todos los tiempos.

Referido al género policial, Raymond Chandler en El simple arte de matar advierte que “una buena novela no es en modo alguno el mismo libro que una mala novela: se refiere a cosas distintas desde todo punto de vista. Pero el buen relato de detectives y el mal relato de detectives se refieren exactamente a las mismas cosas y se refieren a ellas más o menos de la misma manera”. Un juicio que bien podría adecuarse al género erótico. Y aquí volvemos a la “obra” de E.L.James; más allá de su ausencia de calidad, lejos se encuentra de la violencia de Confesiones en el tocador, del Marqués de Sade, de la sutil perfección de El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, o de los gozosos excesos de Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, de Henry Miller. Anastasia Steele, la protagonista de las novelas de L.J.James, es virgen cuando se entrega al varón dominante: “Y por primera vez en veintiún años quiero que me besen”, confiesa sin ponerse colorada. La ingenua Anastasia pierde su virginidad en la página 133, pero habrá que persistir hasta la 510 para presenciar, con el desencanto del caso, ese momento sadomasoquista tantas veces anunciado. “La Sumisa —advierte L.J.James— no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios”. El profiláctico es de uso ineludible. Recomendaciones más cercanas a la salud pública que al libertinaje erótico-sexual que la novela prometía. Pese a eso, las aburridas, previsibles y monocordes Cincuenta Sombras, se han convertido, según The New York Times, en “la novela erótica que ha revolucionado a las mujeres de Estados Unidos”. No hay por qué alarmarse: peores cosas se han visto en el curioso espacio del arte y de la literatura.  

 


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