La Antología Poética del mexicano Jaime Sabines (1926-1999) recoge la voz de un observador de la vida diaria, un fraseo callejero que entre polos a ratos colindantes —la muerte y "los amorosos"— discurre sobre la soledad, el desamparo, el escepticismo, el desasosiego del que exclama: "Quiero mi corazón desnudo/ para tirarlo a la calle".
La compilación, editada por el Fondo de Cultura Económica, recoge los libros más destacados de este poeta profeta en su tierra -Horal, La señal, Tarumba,Yuria, Maltiempo, Algo sobre la muerte del mayor Sabines— que solía llenar los teatros donde recitaba sus textos y de cuya antología Recogiendo poemas(1997) se tiraron 500 mil ejemplares.
Entrevistado por Télam respecto de la obra de Sabines, el poeta y traductor mexicano Eduardo Langagne, no duda en ubicarlo como "uno de los poetas fundamentales de toda la historiografía de la poesía mexicana. Sabines consuma una renovación íntima de la poesía de México; con él se conquistaron nuevas regiones de lo indecible".
Lo destaca además como una "voz contundente" que indica en México un nuevo rumbo en la línea con "un lenguaje coloquial que ya se había ensayado en otros países de nuestro idioma; esa expresión directa, tomada de la calle, de la cotidianidad, pero transformada en literatura".
Maestro en letras latinoamericanas, Langagne señala que otra característica es un rastreo de lo cotidiano que "produce esa multiplicidad de lecturas que el lector aprecia. Dice lo que todos hemos querido decir. Ese es el sentir de la gente que lo lee, que es mucha y diversa. Si alguien tiene un solo libro de poesía en su casa, seguramente es Recuento de poemas de Sabines".
En esa dirección hay un fraseo en consonancia con lo popular que se inscribe en un lenguaje directo, despojado; dice el poeta: "Afuera, Dios roncaba", "¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla", y a ratos en un tono más crudo: "Con la mano más larga de las que tengo/ me busco, husmeo mi cráneo en el cajón de la basura".
"Con todo, no es un poeta tan sencillo como suele creerse —aventura el traductor—, sus lecturas están inmersas en ese proceso personal de síntesis, aunque la voz poética atiende a un público masivo. Sabines recoge un lenguaje cotidiano ya procesado por el habla popular y condensado por la emoción estética".
Agrega Langagne: "Crea un público lector para la poesía; se instala en el nuevo estremecimiento sin dubitaciones. El poeta José Emilio Pacheco lo resumió así: `Sabines se equivoca como todos, pero acierta como pocos`".
Las claves de esta voz, seguidora del romancero español, García Lorca y Bécquer, pasan a su entender por "la muerte, la vida, el amor; las tres heridas cantadas en el poema de Miguel Hernández; en las charlas sobre poesía que pude tener con él recuerdo haberlo escuchado hablar emocionado de la poesía española".
Entre otras influencias y vecindades están Whitman, Vallejo y Tagore como escribe en el Diario semanario: "«Hay que llegar a esa ternura de Tagore». Y Neruda, desde luego, aunque en algún momento decide denostar a su maestro, como todo joven. Dice en Tarumba: «Le curo las almorranas a Neruda». Sé que leyó mucha poesía mozárabe".
Otro de los núcleos recurrentes de Sabines es la muerte: "Un tema universal que, se ha insistido, está presente de una manera singular en los escritores mexicanos. En la poesía Náhuatl, por ejemplo, uno no muere, uno «está muriendo»".
"Muchos tópicos de la muerte en Sabines, los encontramos en los poetas del mundo prehispánico. Aunque ya fueron intervenidos o manoseados por los compiladores españoles de la época colonial, creo que conservan esas connotaciones", desliza Langagne.
Para Sabines, hay un Dios a ratos desdibujado: "Así sucede con la propia tradición católica de mi país —explica— sobre todo en las ciudades; Sabines lo advierte y apunta: `Dios baja a tierra los domingos por la mañana a las horas de misa`, o bien: «Creer en la supervivencia del alma, o en la memoria de los hombres, es lo mismo que creer en Dios, es lo mismo que cargar su tabla mucho antes del naufragio»".
Sobre el desgarro del amor —uno de sus textos más populares se titula "Los Amorosos"— ha dicho el ensayista mexicano Carlos Monsiváis: "Sabines no es un poeta romántico según la definición en uso, pero sí ve en el amor una sensación cósmica, la utopía que engrandece las vivencias"; y en la misma dirección se expresa Langagne: "Era un amoroso que a veces creía no saber expresar su amor".
Concluye Langagne hablando del sentimiento de fraternidad que atraviesa la poesía del autor de La Señal: "Lo humano, lo fraternal, lo solidario, está presente en todo el conjunto", y lo rubrica con una de las potentes metáforas de Sabines: "El mar se mide por olas, / el cielo por alas, / nosotros por lágrimas".
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