El 90 por ciento de los recursos genéticos está en el sur; el 90 por ciento de las patentes en el norte. Para hacer un poco más justa esta situación surgió el Protocolo de Nagoya, que ahora está a debate en Bruselas.
Una nota para aproximarnos a conocer quienes son los dueños de los recursos naturales.
“De las cortezas de árboles sacamos tintes. Hay diferentes para los
morados, los verdes y los amarillentos. Con eso ponemos color a las
mochilas que vendemos”, cuenta a DW José de los Santos Sauna, gobernador
de los indios kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia,
reserva de la biosfera y Patrimonio de la Humanidad desde 1979.
Apartados del mundo occidental, el comercio no es su mayor interés: ni
sus animales, ni sus árboles se venden, tampoco sus hierbas medicinales o
sus tintes.
¿Qué pasaría si una farmacéutica o cosmética tuviera interés en
alguno de los recursos de esta reserva? Por el momento, previa consulta
y con el consentimiento de los kogui, el gobierno colombiano podría
autorizar el acceso. Una obligación de garantizar el reparto de la
comercialización de esa sabiduría ancestral no existe. Todavía.
El porqué del Protocolo de Nagoya
Las culturas ancestrales –como ésta de la sierra colombiana– poseen
singulares conocimientos de la naturaleza; y la industria farmacéutica y
cosmética moderna hace rato que sabe de su valor. ¿Paga por ello? Por
lo general, no. Así, el 90 por ciento de los recursos genéticos
–material vegetal, animal o microbiano que presenta valor real o
potencial– se encuentra en el sur; el 90 por ciento de las patentes, en
el norte. De “biopiratería” se habla.
De que un porcentaje de los ingresos que se generan de sus recursos
naturales y sus conocimientos lleguen a los pueblos y Estados
originarios de esos saberes se trata en el Protocolo de Nagoya (2010).
La firma y ratificación de este convenio de Naciones Unidas se encuentra
internacionalmente en marcha. Se prevé que en octubre de 2013 culmine
su camino por las instituciones europeas, lo que sería sinónimo de su
ratificación por los 28 países de la UE. Para que el protocolo entre en
vigor se requieren 50 ratificaciones; hasta el momento hay 16.
¿De quién son los recursos?
“Suele estar estipulado que el recurso natural pertenece a los Estados y
el saber a la gente”, explica a DW Hartmut Meyer de la organización
alemana de cooperación al desarrollo Brot für die Welt.
No obstante, la falta de transparencia y de regulación ha
llevado a que se puedan llenar tomos con ejemplos como el del geranio
usado por siglos por una tribu africana para curar la tos que fue
patentado en uso exclusivo por una farmacéutica alemana, sin ninguna
compensación para los africanos. O el caso de la castaña de la Amazonía y
detectada por un laboratorio estadounidense gracias a que los indígenas
del río Tambopata en el Perú la usaban para el brillo de su pelo.
En busca de la transparencia
“Hay que asegurar que la gente, los recursos genéticos y el saber
tradicional sea debidamente compensado para asegurar la biodiversidad”,
afirma Sandrine Bélier, eurodiputada francesa de la bancada de Los
Verdes, ponente del informe al respecto que se encuentra a debate en el
Parlamento Europeo.
Por lo pronto, la Comisión Europea habla de regular contractualmente los
beneficios sólo en el nivel de la investigación. “Pero a ese nivel no
suele haber beneficios”, afirma Meyer.
Efectivamente, según dice a DW Arturo Mora, de la Unión Internacional
para la Conservación de la Naturaleza, en este momento el 95 por ciento
de los accesos a los recursos genéticos se conceden a nivel de
investigación de universidades. Para lo que pasa luego con ese
conocimiento hay un gran vacío.
“En caso de que Nagoya entrase en vigor, cada investigación debe estar
registrada y habrá un contrato que estipule que –en caso de que salga un
producto de ella– un tanto por ciento de los beneficios de su
comercialización lleguen al Estado originario y a los pueblos. En caso
de incumplimiento o piratería, el caso puede ser llevado a los
tribunales”, puntualiza Meyer.
Valor y precio
De vuelta a los kogui. En el marco de una exposición sobre su
cultura en Bruselas, el mamo Pedro Juan Nuevita, autoridad mayor, nombra
en su idioma las cortezas que suelen utilizar: nola, patectía, cibakfú.
“Hay plantas medicinales en los ríos, en la parte media donde no hay
frío ni calor y en la parte baja donde hace mucho calor”, cuenta por su
parte José de los Santos Sauna. “Esa interacción de frío y calor es
parte de la medicina. Cada planta tiene un espíritu eterno para una
cosa. Los mamos las preparan como té o como agua tibia para bañarse.
Algunas plantas del páramo como el frailejón son buenas para el
cabello”, cuenta José.
La lucha para que estos saberes ancestrales tengan un precio puede ser
ganada y la UE haría bien en ir a a la vanguardia, afirma la
eurodiputada Bélier. ¿Por qué? Siendo la UE el mayor socio internacional
de ayuda al desarrollo, apoyar un instrumento que proteja los recursos y
la biodiversidad de pueblos como los kogui sería no sólo coherente,
sino, según Meyer, “una cuestión de justicia”.
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