En la convulsionada Italia de estos últimos años, el periodismo no goza de buena salud. Una gran parte de la prensa escrita, esencialmente la que pertenece al emporio Berlusconi, se empeña en echar por tierra los principales valores éticos que deben honrar a la información
El mal, a veces, también se proyecta en algunos periódicos de provincia. La historia de los reportajes a grandes escritores publicados por “Il Piccolo de Trieste”, un diario en el que alguna vez colaboró Italo Svevo, y el caso de una foto que no hace mucho conmovió al mundo, pueden ser ejemplos elocuentes.
Giacomo Debenedetti nació en 1901 en Biella, un pueblito del Piamonte italiano, y murió en Roma en 1967. Como consecuencia de su condición de judío, a lo largo del régimen del duce Benito Mussolini vivió en la clandestinidad. Por entonces ya era un importante crítico y escritor que había establecido los nexos del pensamiento de Freud en la literatura y descubierto para los lectores italianos la esencial importancia de la obra de Marcel Proust.
Cuatro libros de cuentos y numerosos volúmenes de ensayos componen su obra. La pasión por el arte y la literatura se la supo transferir a sus hijos: Antonio, autor de cuatro novelas y siete libros de cuentos, y Elisa, especialista en el arte europeo del siglo XVIII. El apellido Debenedetti ocupa, con razón, un sitio destacado en el espacio cultural italiano. Tommasso Debenedetti, nieto de Giacomo e hijo de Antonio, acaba de hacerlo añicos.
El joven Tommasso parecía dispuesto a seguir el camino de su abuelo y de su padre. En el año 2006 comenzó a publicar en “Il Piccolo de Trieste” diferentes reportajes que, afirmaba, les había hecho a numerosos autores célebres. Así, los lectores de “Il Piccolo de Trieste”, tuvieron ocasión de leer y conocer las opiniones políticas y literarias de Philip Roth, Gore Vidal, E. L. Doctorow, John Grisham, y las de los premios Nobel José Saramago, Toni Morrison, Günter Grass, Jean-Marie Gustave Le Clézio y Herta Müller.
El escándalo estalló hace unos meses. Philip Roth acababa de publicar en Italia “La humillación”, por lo cual una periodista lo entrevistó para el diario “La Repubblica”. Hacia el final del reportaje, le preguntó por qué pensaba que Barack Obama era "un personaje antipático, además de ineficaz y deslumbrado por los mecanismos del poder".
Philip Roth dijo que consideraba al presidente norteamericano un ser humano excepcional y quiso saber de dónde había sacado esas palabras que en ningún momento él había dicho. La periodista le un mostró el ejemplar de “Il Piccolo de Trieste”. Philip Roth aseguró que el reportaje ahí publicado era falso desde la primera hasta la última palabra y dijo desconocer al tal Tommasso Debenedetti, que lo firmaba.
Más tarde, interesado por saber quién era ese personaje, lo buscó en Google y descubrió que Debenedetti también había entrevistado a John Grisham; la entrevista se había publicado en tres diarios italianos (“Il Resto del Carlino”, “La Nazione” e “Il Giorno”) y también incluía una crítica en contra de Obama: "La gente está irritada con él porque no ha hecho lo que prometió", decía Grisham.
El nombre de Tommasso Debenedetti trascendió las fronteras. Judith Thurman, periodista de “The New Yorker”, rastreó los pasos del periodista italiano y así supo que el singular reportero había entrevistado a otra veintena de escritores, entre los que se encontraban: Toni Morrison, E. L. Doctorow, Gunter Grass, Nadine Gordimer, J.-M. G. Le Clézio, J. M. Coetzee, Wilbur Smith, Amos Oz. Igual que Roth y Grisham, todos ellos aseguraron no saber quién era Tommasso Debenedetti y afirmaron que jamás habían contestado las preguntas que el periodista fantasma declaraba haberles hecho y luego publicado en las páginas de “Il Piccolo de Trieste”.
¿Cómo y cuándo comenzó esta historia? Dicen que todo se inició el día en que Tommasso Debenedetti consiguió trabajo como redactor cultural en un periódico local. Una tarde apareció con un reportaje exclusivo que, dijo, le había hecho a Gore Vidal, un escritor célebre por ser reacio a cualquier tipo de entrevistas. La editaron de inmediato y a partir de entonces Debenedetti se transformó en un periodista free lance, especializado en realizar grandes reportajes a grandes autores.
No tuvo oportunidad de entrevistar a ninguno de ellos, pero en todos los casos los reportajes rozaban la perfección, tanto por la agudeza de las preguntas como por la calidad de las respuestas. Debenedetti no dejaba nada en manos del azar: antes de inventar el reportaje leía a fondo la obra del escritor que imaginaba entrevistar, y recogía por Google toda la información que le permitiera captar sus giros, sus expresiones favoritas, el mundo en el que se movía.
Era consciente de que ofrecía un producto falso, y aseguraba que los diarios que lo publicaban sabían de esa falsedad. “Italia es un país de risa —decía—, que va del absurdo de Ionesco hasta los sueños de Calderón. La falsificación y el sectarismo son los elementos básicos de la información italiana”.
Su cruzada en contra de la falsedad periodística no se limitó al exclusivo espacio literario. Tomasso Debenedetti confiesa que fue él quien difundió aquella foto falsa que mostraba al presidente Hugo Chávez moribundo, dijo que la había tomado de un video de Youtube y que la envió a la agencia de noticias de Costa Rica, a la agencia estatal venezolana y a “Prensa Latina cubana”, pero que, por razones que ignora, sólo apareció en la primera plana del diario “El País”, de España.
"Mi intención fue denunciar la falta de controles en la información y la facilidad de suplantación que existe en internet”, repite con acento épico.
¿Un estafador? ¿Un mitómano? Hay diferentes modos de definir a Tomasso Debenedetti. Lo que no se puede negar es su formidable capacidad de trabajo: para los falsos reportajes, estudiaba meticulosamente la obra del entrevistado y en base a eso elaboraba las respuestas acordes a ese personaje.
Para la falsa foto, tuvo que buscar concienzudamente en Internet hasta conseguir la imagen adecuada. En ninguno de los dos casos lo movió la ambición económica: no cobró nada por la foto y sólo cobraba 20 euros por cada reportaje publicado.
Entre tanta mentira, tal vez sea verdad lo de su cruzada, aunque no deja de ser paradójico que un falsificador utilice material falso para demostrar la falsedad de algunos medios.
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