En promedio suele ser útil 25 minutos, pero tiene una larga vida de 500 años. Y cuando llega al mar ocasiona grandes problemas. Los expertos exigen acabar de una vez por todas con su gratuidad.
Otras voces proponen que directamente se eliminen.
En la playa muchos bañistas conocen la sensación: una cosa pegajosa se
adhiere de pronto al pie. Y no es un pez. Es un jirón de bolsa plástica.
Los expertos calculan que en este momento hay entre 100 y 150 millones
de bolsas en los océanos. Y la tendencia va al alza: 6,5 millones de
toneladas de plástico se suman cada año. Las corrientes se encargan de
distribuirlas por los siete mares.
En una conferencia sobre la protección marítima en Berlín, unos
200 especialistas discutieron en torno a cómo atacar el problema. El
viernes 12 de abril, la Liga por el Medio Ambiente y la Protección de la
Naturaleza (BUND) entregó al ministro alemán de Medio Ambiente, Peter
Altmaier, un manifiesto firmado por organizaciones medioambientalistas
europeas.
Morir de hambre con plástico en el estómago
Pero, ¿cómo llegan las bolsas, las botellas y los envases al mar
abierto? Cerca del 80 por ciento de estos residuos llega por tierra:
depósitos de basura a cielo abierto como los hay en Inglaterra y en
Holanda ocasionan que los desechos sean soplados por el viento, lleguen a
los ríos y, finalmente, al mar. Según cuenta a DW Nadja Ziebarth,
especialista de BUND para la protección de los mares, la industria
pesquera ocasiona también buena parte de la basura que está en los
océanos: las redes que ya no sirven, por ejemplo, son tiradas al mar.
Especialmente problemáticas son las diminutas bolitas de plástico
presentes en los productos de peeling y en los geles de ducha. Su ínfimo
tamaño impide que los filtros las detecten.
Dramáticas son las consecuencias de esto para los habitantes
marinos. “Los animales no ven la basura en el agua, se enredan en ella,
se hieren y acaban muriendo”, explica Ziebarth. Además, el plástico
convertido ya en pequeñas partículas es ingerido por los peces: “no
pueden digerirlas y en el peor de los casos, mueren de hambre teniendo
el estómago lleno de plástico”.
Pero no sólo a la vida de los habitantes marinos afecta este tipo de
desechos: a través de los peces llegan a los platos de los seres humanos
los tóxicos del plástico. “Estos son omnipresentes en toda la cadena
alimenticia marina”, afirma Kim Detloff, de la Asociación por la
Naturaleza (NABU).
Aprender de Ruanda
¿Utilizar una cesta en vez de la bolsa plástica es la solución a futuro?
Sí, precisamente es lo que sugieren las organizaciones ecologistas. Las
tiendas, los almacenes de ropa y las farmacias deben dejar de darla
gratuitamente. El Partido Verde alemán propone un precio de 22 céntimos
por cada una. Como fuere, lo que para Alemania suena todavía a devaneos
futuristas, en muchos países del planeta ya es una realidad. Allí donde
los sistemas de reciclaje aún no están desarrollados, el problema se ha
atacado en la raíz: gravando la bolsa plástica de manera considerable o
evitándola completamente.
El resultado: su consumo en países como Irlanda –en donde el cliente
tiene que comprar cada bolsa por su cuenta– se ha reducido en un 90 por
ciento y asciende ahora a 18 bolsas por persona anualmente. Como
comparación: cada alemán utiliza al año un promedio de 71 bolsas y un
búlgaro, 421. El promedio europeo es de 198 bolsas por persona y año.
En países como Kenia y Uganda, las bolsas plásticas están
prohibidas; y aunque sí existen bolsas de plástico más grueso, su precio
es muy alto. En Ruanda y Tanzania hace siete años desaparecieron del
mercado, algo similar sucedió en Bangladesh y Bután. “Es interesante
constatar que Europa puede aprender de los países en desarrollo”,
subraya Detloff.
¿Obstáculo para el comercio?
Con todo, esto no es suficiente para las organizaciones
medioambientalistas. “Tenemos que reducir nuestro consumo de plástico. Y
esto empieza con los productos de diseño. Es necesario que utilicemos
menos envases desechables y más reutilizables, que los productos puedan
ser reparados para poder reducir el material de empaque”, exige Detloff.
La industria del reciclaje y del tratamiento de residuos también admite
mejoras.
Por su parte, la Asociación Alemana de Comercio (HDE) ve con ojos muy
críticos estas propuestas: aumentar de precio las bolsas plásticas no
ataca el problema. Según Kai Falk, responsable de la sostenibilidad en
la HDE, “esto significaría un costo adicional de 1.200 millones de euros
en Alemania, en donde se consumen 5.300 millones de bolsas al año. El
costo lo tendrían que pagar o los consumidores o las empresas. Y que eso
reduzca el consumo de bolsas, lo ponemos en duda”.
Piense lo que piense el comercio, las organizaciones medioambientalistas
exigen en el manifiesto “Un mar sin plástico” que el Gobierno federal
tome medidas para reducir en un 50% la presencia del plástico en el mar
hasta el año 2020.
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