La pregunta del periodista Juan Miceli al diputado Andrés Larroque sobre el uso de pecheras durante la ayuda voluntaria a los daminificados por el temporal, más allá de lo anecdótico, imprime una proyección simbólica en torno a cómo ese hecho fue usado por otros actores, en medio de una lucha por la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la democratización de la justicia.
Muchas veces las disputas de coyuntura se agotan en su correspondiente vuelo gallináceo; no resisten la presión de las primeras planas y terminan diluyéndose como efímeras pompas de jabón.
En otras ocasiones, el eje en torno del que giran tales escaramuzas, les imprime una proyección simbólica que, apenas alguien recuerda su origen, las priva de esa consistencia axial y las regresa a su perfil originario de controversia apta para distraer el ocio de comadres.
Tengo para mí, que es ese el ámbito natural del cual surgió el meneado encontronazo que sostuvieron el periodista Juan Miceli y el diputado Andrés Larroque. Casi archivado el incidente, permítaseme detenerme un instante en el episodio para hurgar un apenas detrás de la hojarasca.
En los múltiples comentarios que sucedieron a aquel diálogo, casi nadie parece haberse detenido con mayor atención en la advertencia con que el prolijo conductor del noticiero de la TV pública prologó su inquietud.
-Voy a hacerle una pregunta política – previno, palabras más, palabras menos, el conductor Miceli, categorizando así su curiosidad en un plano singular que hacía prever tanto el desvío del tema central como el sesgo que cobraban sus palabras.
Convengamos que sin esta aclaración, la pregunta sobre el uso de las pecheras no habría despertado la intriga de ningún ciudadano mayor de cinco años. Paisajes como los picados de barrio, el ingreso a recitales, el control del tránsito y la rutina de los hospitales son versiones elocuentes como para desestimar la superficie explícita de la pregunta.
Ese paisaje histórico de fondo es el que nos obliga a una mayor atención acerca de nuestros dichos cuando estos pueden ser tomados como “pichinchas” para la avidez opositora en el mercado de los bienes simbólicos que se disputan. Las pecheras de la patota de la UOCRA agrediendo salvajemente a militantes juveniles pudo ser un posfacio adecuado al sketch que nos ocupa. Lejos, muy lejos de todo esto, el discurso de la Presidenta lanzando al ruedo la democratización de la justicia, exhibió nuevamente ese anaquel adolescente de una actualidad donde reposan novelas que van desde el fin de la infancia hasta la edad de la razón.
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