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29/03/2013 - País

Economía y política: malos perdedores

A pesar del crecimiento de la economía del país y de la detención de fuga de capitales, siempre se destacan aquellos sectores que pretenden instalar la falsa idea del fracaso de las medidas implementadas por el gobierno. Esos son los malos perdedores, que con su furia buscan deslegitimar las políticas económicas nacionales.

Las modificaciones introducidas al mercado cambiario en el último año y medio consiguieron que la Argentina terminara con uno de los históricos talones de Aquiles de su economía: la fuga de capitales. La misma que acorraló al gobierno de Fernando de la Rúa a fines de 2001, y que llevó a la Argentina a la quiebra que dejó un tendal de pobres e indigentes.

La salida de dólares del país entre 2003 y 2011 totalizó los 87 mil millones, es decir, más del doble de las reservas monetarias internacionales del Banco Central.

En medio de una cada vez más creciente crisis internacional, el país logró sortear sus peores efectos y consiguió el año pasado un crecimiento de 1,9 por ciento de su Producto Bruto Interno (PBI)., más del doble que Brasil, la principal potencia de la región, que lo hizo en un 0,.9.

En el país vecino, con un crecimiento menor al esperado, la fuga de capitales reapareció en escena y ya comenzó a encender la alerta del gobierno de Dilma Rousseff. En apenas tres meses, entre diciembre de 2012 y febrero de 2013, la salida de dólares de Brasil totalizó los 12.000 millones, cuando un año antes esa misma cantidad de divisas era la que había ingresado al principal socio del Mercosur.

Y así Brasil pasó de ostentar en 2011 un ingreso de capitales por más de 65 mil millones de dólares, que convertía a su economía en una de las más atractivas del planeta para los inversores, a sufrir un derrumbe de 75 por ciento un año más tarde, cuando esos ingresos cayeron a 16.750 millones.

Ahora Brasil debe afrontar por primera vez en muchos años una fuga de capitales que preocupa, porque ya supera el 70 por ciento de lo que había ingresado en 2012.

En Argentina, en cambio, las decisiones del Gobierno llevaron a contener esa fuga que durante años se cernió sobre la economía, a tenerla bajo control.

Son los mismos que apostaron todo por un dólar a 10 pesos para fines de 2002; los que desabastecieron el mercado de combustibles en 2005 para desestabilizar el gobierno de Néstor Kirchner. Los que intentaron sin suerte ese mismo año hacer naufragar un canje de deuda que sentó un precedente a nivel mundial sobre cómo se sostiene la independencia económica de un país. Los que quisieron frenar una y mil veces la economía, con lockouts, ceses de comercialización, aumentos encubiertos de precios, defraudaciones al fisco, estafas al Estado. Los que piden a gritos una brutal pérdida de valor de nuestra moneda a través de una devaluación, que afectaría con más fuerza a los que menos tienen.

Son los mismos “malos perdedores” que se resisten a hablar en pesos. Que desde su bastión en Buenos Aires se empeñan por mantener el signo monetario estadounidense en los carteles de venta de propiedades, cuando en el interior del país hace rato ya que se dejó de operar en dólares y casi la totalidad de las transacciones se realizan en la moneda nacional.
Son los mismos que no quieren dar ninguna información sobre el origen de sus ingresos, el movimiento de sus fondos, el destino de su dinero, pero que reclaman transparencia a los gobernantes y al resto de los ciudadanos.

La búsqueda de la soberanía política y económica ha sido un principio insoslayable de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que ha generado un constante rechazo por parte de corporaciones tanto locales como extranjeras.

La recuperación del manejo del Estado, su engrandecimiento para atender cada vez mayores demandas de la población, fue resistido desde el primer momento por parte de quienes pretendieron “marcarle la cancha” al kirchnerismo.

La renegociación de la deuda, la recuperación de los recursos provisionales, la independencia de los organismos multilaterales y gobiernos extranjeros, la vuelta a manos del Estado de los recursos energéticos a través de la nacionalización de YPF, el mayor poder para que sea el Banco Central y no los bancos, quien dictamine cómo debe funcionar y a quién debe servir el sistema financiero, son todos elementos que, sumados a las nuevas conquistas sociales conseguidas para los trabajadores y los sectores más vulnerables de la sociedad, fueron cimentando el odio y el rechazo de lo que siempre quisieron que la riqueza se concentrara y se repartiera en pocas manos.

Cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo, al asumir su segundo mandato en diciembre de 2011, que comenzaba una etapa de “sintonía fina”, se refería a la necesidad de terminar con aquellos nichos de la economía que no permiten una mejor y mayor redistribución de la riqueza.

El 2011 fue un año en que la fuga de capitales alcanzó su pico más alto con 21.504 millones de dólares, equivalentes a una cuarta parte de todo lo que había salido en ocho años.

A partir de los cambios establecidos por el gobierno nacional, la salida de dólares de la Argentina en 2012 fue de apenas 3.404 millones, cifra siete veces menor que la del año anterior, y solo 3,33 por ciento del acumulado en los últimos diez años.

La Argentina creció el año pasado en medio del hundimiento mundial y detuvo la salida de capitales de su economía. Pero en lugar de aplausos, lo que se desata acá es la furia de los mismos “malos perdedores” de siempre. Que en lugar de reconocer el triunfo de las medidas económicas, pretenden instalar la falsa idea del fracaso, a caballo de un artilugio que mueve muy poco volumen pero tiene mucha prensa: el ilegal “dólar blue”.

Eso es lo que se viene haciendo desde entonces, aunque le pese a esos “malos perdedores". 

Leandro Selén 

 


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