Los misterios y la materialidad del amor y la muerte son el tema del film del austríaco Michael Haneke. Se alzó con la Palma de Oro en Cannes, fue elegida Mejor Película por la Academia de Cine Europeo y compite en cuatro categorías de los Oscar.
"Amour", que se estrena este jueves en la Argentina, es también una formidable película de actores y cuenta en este rubro con dos leyendas del cine francés, que vuelven al set en edad adulta y después de un prolongado retiro, para unas composiciones que marcan la intensidad, el tono y el sentido de la cinta en todo su desarrollo.
Se trata de Jean Louis Trintignant ("Z", "El conformista") y Emmanuelle Riva ("Hiroshima, mon amour"), ambos de más de 80 años y que componen a dos ex profesores de piano que viven retirados en una apartamento parisino, donde juntos afrontarán, luego de un ACV que sufre ella, las míseras fragilidades cotidianas de la enfermedad, el ocaso y la despedida.
Sin rebajarse al sentimentalismo y desdeñando las formas fáciles de las buenas costumbres y la conmiseración (la película tiene un final inesperado y justo), Haneke construye en ese apartamento parisino y ante ese panorama una película concisa, seca, austera.
A la que los actores con formas refinadas y mínimas pero de exquisita precisión dotan de una ternura siempre a punto de romperse (como es la verdadera ternura) para transitar un momento definitivo, la inevitable "última estación" que precede la partida.
La película es profundamente triste y, también, intensamente tierna, descarnada y, al mismo tiempo, cercana, íntima, adorable, transformándose de un modo extraño y gracias a una cierta magia que queda impresa en el celuloide, en un objeto de amor ella misma.
"Amour" empieza por el final, una brigada policial (o de bomberos) ingresa al apartamento alertada por olores o el llamado de algún vecino y encuentra el cuerpo de la mujer sobre la cama.
Ese es el comienzo de este thriller afectivo que propone Haneke, que parece dominar las reglas del género a la perfección, al punto que logra desviarlo siempre hacia los pliegues: a los raptos de sentido que llegan de una mirada, de un pequeño
infortunio doméstico, de un esfuerzo inútil.
Restándole importancia a la trama, el realizador de cintas inmensas como "La profesora de piano" (basada en el gran libro de Elfriede Jelinek) o "La cinta blanca", propone enigmas que no se resuelven desde la deducción racional sino desde el peso de la fidelidad a un deseo y un destino.
Extrañamente para un thriller todo parece tomar consistencia solo en el interior de los personajes pero, gracias a la magia de actuaciones soberbias, todo es seguido por el espectador paso a paso.
El que mira la película es habilitado por los personajes para recorrer con ellos una desangelada ruta donde todo es partida y donde no hay resquicio para el lamento, es solo la implacable materialidad del final.
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