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08/02/2013 - Megacausa Jefatura II - Arsenales II

Testimonios que recrean un terror absoluto

Varios testimonio se escucharon el jornada del viernes en el marco de la Megacausa Jefatura II – Arsenales II. El más impactante fue el de Juan Rosa Peralte. También declaró Dora María Pedregosa y Pedro Antonio Alarcón.

Escribe Vicente Guzzi 

Uno de los testimonios de mayor dramatismo, de los ofrecidos desde que comenzó el juicio por la Megacausa Jefatura II – Arsenales II, fue el que brindó en primer término, en la sesión matutina de este viernes 7 de febrero, la testigo y víctima Juana Rosa Peralta, un ama de casa, embarazada y madre de una pequeña de 8 meses al momento del secuestro, en la madrugada del 13 de marzo de 1976, que todavía pregunta -y se está preguntando- treinta y seis años después, las razones por las que los genocidas y terroristas de estado que asolaron nuestro país, se ensañaron -también- con ella… Que no tuvo ningún tipo de actividad o militancia política o gremial.

        La sesión, en realidad, había comenzado dándose a conocer la decisión de los miembros del Tribunal Oral Federal de Tucumán respecto de los casos en que los represores hubiesen cometido delitos sexuales. En este sentido -se aclaró- los abogados, tanto los querellantes como los defensores de los imputados, deberán estar presentes al momento en que la víctima ofrezca su declaración. Aclarándose, sin embargo, que las preguntas deberán ser formuladas por escrito, y transmitidas al -o la- testigo, por el Tribunal. Esta medida, cabe aclarar, fue adoptada a efectos de no violentar y revictimizar a quienes padecieron ese tipo de delitos.

        Por supuesto que en esa espantosa madrugada del secuestro de Juana Rosa (era alrededor de las 4), la patota de civiles con las caras cubiertas que ingresó a la vivienda de su familia paterna, lo hizo reventando puertas a patadas, robando lo que encontraban a su paso, y golpeando e insultando a los adultos presentes: su madre, una hermana y dos hermanos, que observaron cómo los asaltantes destruían el documento personal de Juana Rosa, “total, no le iba a hacer falta en el lugar al que la llevaban”.

        Se había montado un operativo con varios vehículos, que incluyó un apagón en la zona, corte de calles, y el corte del cable del teléfono. Con tiras de una sábana destruida por los represores, Juana Rosa fue vendada y atadas sus manos a la espalda. A las patadas e insultada, la víctima fue introducida en un automóvil, con el que la llevaron a un lugar, en una gran sala, en la que se escuchaban gritos, gemidos y llantos. Lo supo después. Era la Jefatura de Policía, ese centro clandestino de detención cuyo amo y señor era el tristemente célebre Roberto Heriberto “el Tuerto” Albornoz.

Su marido y una cuñada, también secuestrados…

        En ese lugar de espanto, Juana Rosa reconoció los “desgarradores gritos de dolor” de su marido, Manuel Francisco Pedregosa, y de su cuñada, Dora María Pedregosa, sometidos ya a horribles torturas. E inmediatamente después comenzaron sus propios padecimientos, con la aplicación de picana en los ojos, en la boca, y en sus partes más íntimas.

        Unos días después ella, junto a otros secuestrados, fueron tirados en la caja de un camión. “Estábamos apilados”, recordó, indicando que por los quejidos y el modo de respirar, reconoció que a su lado estaba su marido, entablándose un breve diálogo: “¿Juana sos vos?”, preguntó él. Al recibir la respuesta afirmativa, repreguntó, “¿Con quién quedó nuestra hija?”. Y al saber que estaba con su suegra, afirmó, “Quedate tranquila porque no nos va a pasar nada…” Pero no fue así. Manuel Francisco Pedregosa continúa desaparecido.

        En ese traslado llegaron, encapuchados, a un lugar con pasillos anchos por los que llegaron a un gran salón. Se trataba de la Escuela de Educación Física, según supo después. Allí las torturas las recibió de individuos que supuso militares, “de voz aporteñada”, mientras que los guardias parecían gendarmes: “tenían tonada litoraleña”, recordó. En ese lugar, no sólo recibió picana sino que además le arrojaban baldes de agua helada, colocándole a corta distancia un ventilador a toda velocidad, mientras intentaban sacarle información que no poseía.

        Había comenzado allí a tener pérdidas de su embarazo. Y en ese infierno estuvo hasta el 22 de abril aunque, en medio, fue llevada a otro lugar -que no reconoció- por cuatro o cinco días. En ese lapso la trasladaron en un auto y le quitaron la venda para “reconocer una casa” que no había visto jamás. “Es tu última oportunidad”, afirmaron sus captores, para recomenzar luego con los golpes, los insultos, y las torturas ya otra vez en Educación Física.

        Y una anécdota pare rescatar. Juana Rosa, y su marido, Manuel Francisco, en el salón de Educación Física, descubrieron que estaba muy cerca el uno del otro, y establecieron un lenguaje propio, a través de los tosidos. Y así lograban saber que seguían vivos. Hasta que una noche se llevaron arrastrando a Manuel… Nunca más escuchó nada de él…

        “Los militares afirman que aquello fue una guerra… No. Fue una cacería humana”, afirmó entre sollozos la testigo en determinado momento.

El Comando, Villa Urquiza y Devoto, un circuito del horror…

        Desde Educación Física, Juana Rosa Peralta fue trasladada al Comando, dónde permaneció un dia y medio, en una celda individual, en la que sólo le suministraban agua. En una oficina, la sometieron a otro interrogatorio para saber si ella sabía cuál era el lugar donde estaba. Y le hicieron firmar una hoja en blanco, de cuyo contenido jamás supo.

        La cárcel de Villa Urquiza fue el siguiente destino. Allí fue recibida por los policías Hidalgo y Carrizo, que la llevaron a una celda sin camastro, llena de humedad y hongos, dónde permaneció por otros tres o cuatro días incomunicada. Había niños, hijos de detenidas, cuyas voces escuchó desde la celda. Continuaban las pérdidas de su embarazo, por lo que fue revisada por un médico, preso también, como ella. En ese lugar el ensañamiento de los carceleros fue total, que contrastaba con la solidaridad que encontró entre sus pares encarceladas.

        El 8 de octubre, finalmente, fue llevada engrillada, en cuclillas y con las manos detrás de la cabeza, en un avión Hércules a Buenos Aires, para ser internada en Villa Devoto. Apenas llegada a esta cárcel, y por su estado, fue trasladada al Hospital Militar, de ahí a la enfermería de la cárcel, y de ahí al hospital Vélez Sarsfield.

        Su hijo, que pudo salvarse gracias a las oraciones y a la fortaleza de su madre, nació prematuro, tras un embarazo de seis meses y medio, con un peso de poco más de un kilogramo, con sus huesos quebrados por los golpes y torturas de los represores. Debió permanecer en una terapia intensiva pediátrica por más de tres meses, lejos de su madre “y conectado a la vida por muchos tubos”. Pero gracias a una carta anónima que recibió la madre de Juana Rosa, la abuela pudo traer al bebé a Tucumán, para iniciar un proceso de rehabilitación que duró doce años.

        En Junio de 1979, por fin, Juana Rosa recuperó su libertad y pudo regresar junto a sus hijos… Éstos, presentes en la sala del T.O.F. y obviamente muy emocionados, fueron testigos de un relato que evidenció otra vez la fortaleza de su madre. Una mujer que sin saber todavía por qué, padeció las peores formas del horror durante casi cuatro años y supo -además- sobreponerse y encarar su vida con optimismo. Actitud que contrasta con la de los represores, incapaces de hacerse cargo de sus crímenes, de su perversión y de su ensañamiento con personas inocentes, y que llevaron adelante su plan sistemático de exterminio, de noche y encapuchados…

Otros dos testimonios completaron la jornada…

        A continuación ofreció su testimonio Dora María Pedregosa, cuñada de Juana María, quién muy poco más aportó a la declaración… Salvo que estuvo  16 días secuestrada, que fue también salvajemente torturada, y que fue liberada y abandonada en una banquina, a la vera de la avenida Solano Vera, en La Rinconada, Yerba Buena, 

        Inmediatamente después, como testigo y víctima, declaró Andrés Avelino Alarcón (con dos hermanos desaparecidos), quien fue secuestrado el 14 de octubre de 1975 y llevado a la Jefatura de Policía, donde fue salvajemente torturado. Allí permaneció hasta el  26 de diciembre del mismo año. Acusó directamente al “Tuerto Albornoz de ser el asesino de sus dos hermanos. Como consecuencia de las torturas recibidas, este testigo quedó con problemas auditivos y visuales.

        Uno de los hermanos, Pedro Antonio Alarcón, fue secuestrado el 16 de julio de 1976, en un domicilio de Marco Avellaneda al 1.700 de nuestra capital. Unos días después lo liberaron, pero fue secuestrado ese mismo día el otro hermano, Justo Agustín Alarcón. Sin embargo, el 16 de abril de 1977, Pedro Antonio fue otra vez secuestrado. Desde entonces, nada más se supo de ninguno de ellos… 


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