Si, somos una sociedad de consumo. Es lo que nos caracteriza hoy, es una actividad universal y muchas veces es el parámetro social que nos ubicará en la escala social.
Hay productos, bienes y servicios que se consumen porque son imprescindibles para satisfacer nuestras necesidades básicas de vida, también están aquellos que la astucia de los publicistas ‘’nos harán necesitarlos’’, y hay otros que consumimos por mero placer, que en algunos casos, deviene de una insatisfacción en la vida personal.
Qué bien se siente adquirir eso que deseamos, para lo que ahorramos mucho tiempo o lo que pagaremos de a poquito y con mucho sacrificio. Gracias al crecimiento de esta actividad se establecieron leyes que nos amparan como consumidores, sin embargo el cumplimiento de estas exige atravesar por un camino engorroso, en el cual no estamos exentos de sufrir disgustos y fastidios ante tantas idas y vueltas de parte del vendedor.
Vamos a los comercios elegimos aquellos que queremos, que necesitamos o que nos gustan. Lo compramos y es nuestro, y esta posesión se hace absoluta, ya que si tenemos algún problema con el producto comprado, la posible respuesta que obtendremos de parte del vendedor es ‘’nosotros sólo vendemos’’. Cuando eso que adquirimos falla comienza toda una odisea para el consumidor.
Hay que hablar con el fabricante, tratar con ellos, llamar, ser atendido por un call center, hablar con chicos de cualquier punto del país que repiten respuestas armadas a lo robot, mecánicos y fríos, y que intentan calmar nuestro enojo, pero sin brindar soluciones concretas.
Caminamos para acá, caminamos para allá, discutimos con el vendedor, pedimos hablar con el gerente, con el dueño o con quien tenga más peso en la empresa, amenazamos, solicitamos los libros de quejas (que en muchos casos no existen o no están labrados y sellados), les hablamos de leyes que nos amparan, se nos burlan, nos enojamos, los denunciamos a Defensa de Consumidor, donde también la solución se dilata y ‘’hay que esperar’’. Nos piden que tengamos paciencia, que se contradice con la velocidad con la que nos vendieron eso que compramos, discutimos, a veces gritamos, nos vamos mal.
Y esto no sucede en todos los casos, porque algunos clientes optan por aceptar pasivamente esos plazos infinitos de soluciones que nos indican como única alternativa.
Sabemos que es tedioso leer contratos extensos, que leer la factura (si es que nos la dan) ya no importa si tenemos el producto en nuestras manos, que mirar un poco esas letritas chiquitas lleva tiempo, que preguntar mucho al vendedor implica quedar como ‘’un pesado’’, pero es necesario que hagamos todo esto y más. Que nos informemos, que leamos cada cosa que nos pongan al frente antes de tomar el producto. Que al vendedor le hagamos las preguntas que se nos antojen y que disipen todas nuestras dudas, porque para eso están ellos, no sólo para entregarnos el producto y convertirse en un eslabón más de la cadena de consumo, sino para asesorarnos.
Debemos saber bien qué compramos, cómo lo compramos y cómo reclamaremos frente a una falla. Es necesario hacerles ver a todos los comerciantes que no somos presas de sus ‘’normas de compra’’, sino consumidores con derechos, conscientes e informados acerca de lo que nos corresponde, y que los reclamos los haremos ahí, en sus caras, a la vieja usanza, y no ante una llamada, sin máquinas automáticas y voces automatizadas. Es la única forma en la que frenaremos de a poco los abusos de empresarios y comerciantes, grandes y chicos.Sin miedo, sin vergüenza, con confianza y seguridad frente a lo estamos pidiendo. Las leyes están a nuestro favor, aunque cueste, hagamos que las cumplan.
María Mercedes Villalba
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