Bautizada por la prensa como “la Bruja de Wall Street”, Hetty Green fue la mujer más rica del siglo XIX y también la más avara.
Cuando Henrietta Howland Robinson -tal su verdadero nombre- murió, en 1916, su fortuna era de casi 200 millones de dólares, pero ella siempre vistió y vivió como una mendiga.
Nacida en 1834 en el seno de una familia acomodada de Massachussetts, heredó de su padre negocios inmobiliarios, de ferrocarriles y a los préstamos, y fue conocida por negar sistemáticamente la ayuda a los más necesitados y a sus propios familiares.
Muchas son las historias y leyendas urbanas sobre la avaricia y tacañería de esta mujer, muchas de las cuales nunca pudieron probarse. Se decía que sólo comía harina para no gastar en alimentos, que no usaba calefacción ni agua caliente y que llegó a pasar una noche entera buscando una moneda que se le había caído en su casa.
Tal fue su tacañería, que se dice que usaba siempre el mismo vestido negro –al que lavaba por partes para no gastar demasiado jabón-, compraba la comida más barata que encontraba e incluso cuando su hijo se rompió una pierna de adolescente intentó que fuese atendido en un hospital para pobres para no pagar la consulta.
“Mi padre me dijo que nunca le diera a nadie nada, ni siquiera una buena manera”, confesó ella una vez.
Su padre, Edward Robinson, se dedicó al negocio de la caza de ballenas, con el objetivo único de hacer dinero. Esto ocurrió antes de que se hiciera común el uso del petróleo y sus derivados como combustible, y cuando se usaba la grasa de ballena para las lámparas.
Cuando su padre murió en 1864 invirtió los 7,5 millones de dólares que heredó en bonos de la Guerra Civil, y allí comenzó a amasar su fortuna.
Dos años después Henrietta –entonces de 33 años- se casó con Edward Green, perteneciente a una acaudalada familia de Vermont Falls, y se instalaron en Manhattan. Pero ella fue previsora y firmó un acuerdo prenupcial en el que se establecía una estricta separación de bienes en caso de separación y, sobre todo, se aclaraba que él no le reclamaría ni un centavo.
Tiempo después se mudaron a Londres y vivieron en el hotel Langham donde nacieron sus dos hijos Edward, conocido como Ned, (en 1868) y Harriet Sylvia (en 1871).
Luego de unos años de vida familiar, las cosas empezaron a salir mal para la pareja. De regreso en Vermont, comenzaron los problemas y Edward –un especulador de bolsa- perdió dos millones de dólares y quedó en la ruina.
Hetty se niega a ayudarlo y decide separarse y mudarse a una zona pobre de Nueva York. Pero en 1902 su marido se enferma del corazón y decide reconciliarse con él. Pero la gravedad de su enfermedad le provoca la muerte pocos meses después.
Viuda y sin dinero, Hetty debió afrontar sola la crianza de sus dos hijos, ya adolescentes. Para no gastar, vivían en pequeñas habitaciones de hoteles baratos y compraban la peor comida del mercado.
El colmo de su avaricia llegó cuando su hijo mayor sufrió de adolescente una herida en la rodilla andando en trineo y ella lo llevó a una clínica de caridad para no gastar dinero. Pero el médico la reconoció y le exigió que le pagara la consulta. Hetty se negó a hacerlo y se lo llevó a su casa, donde lo atendió personalmente, pero sin mucha suerte, ya que dos años después, la pierna de Edward se infectó y la debieron amputar debido a una gangrena.
Según la leyenda, cuando tenía 81 años Hetty sufrió una apoplejía tras discutir con una camarera por el precio de la leche descremada. La mujer murió en Nueva York el 3 de julio de 1916, a los 81 años.
Tras su muerte, su único hijo varón heredó parte de la fortuna y se convirtió en un millonario extravagante que se dedicó a despilfarrar el dinero en fiestas, joyería, yates y diamantes.
Su hija Sylvia murió en 1951 y dejó un patrimonio de alrededor 200 millones de dólares, que fueron donados a organizaciones de beneficencia, escuelas, iglesias y hospitales.
Fuente:gacetamercantil
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