Relatos conmovedores que generaron momentos de hondo dramatismo y en muchos casos la sensación de que al aire podía ser cortado con un cuchillo, caracterizaron la sesión del viernes, en el proceso por la Megacausa “Jefatura de Policía II-Arsenales II”. Y parecieran haber quedado flotando en el ambiente varias preguntas que, obviamente, no tienen respuesta. VIDEO
¿Qué razones pueden haber impulsado a los represores para secuestrar y torturar salvajemente a cuatro de los testigos que declararon en esta oportunidad, y a sus familiares y a muchos de sus amigos, compañeros y vecinos? ¿Quién se hizo - o se hace- cargo de las secuelas físicas y psíquicas irreversibles que dejaron en las víctimas, y en sus familiares, las torturas, los secuestros, los asesinatos y las desapariciones?
Y en el caso particular del empresario y ex secretario de Planeamiento del gobierno de Amado Juri, José Gettas Chebaia, ¿Cuál fue la razón que motivó su secuestro, ejecución, y desaparición, y el hostigamiento y persecuciones que sufrió su familia en los meses posteriores? ¿Habrían pensado tal vez los secustradores, que podrían alzarse una fortuna para seguir “financiando” sus atrocidades..?
En esta jornada, incluso, por la conmoción de los relatos, ni siquiera preguntaron los defensores de los imputados a los testigos. Es que había sido todo dicho acerca de la sinrazón y del ensañamiento practicado con el plan sistemático de aniquilación diseñado por la dictadura videlista.
De obreros azucareros
El primero en declarar fue el ex obrero de colonia de ingenio Cruz Alta, Aníbal Oscar Rodríguez quien, al iniciarse el “procedimiento”, en la madrugada del primero de junio de 1977, no se encontraba en su domicilio, lo que no fue óbice para que los militares “con pasamontañas” y algunos civiles “emponchados” torturaran a su mujer y a sus tres hijos pequeños, y destruyeran por completo su vivienda.
Durante esas acciones, Rodríguez se encontraba en una finca de La Ramada, de dónde fue llevado a un centro clandestino de detención que posiblemente fue E.U.D.E.F., dónde fue picaneado cada día de su cautiverio, de lo que quedaron cicatrices que mostró al tribunal. Surcado su cuerpo con un látigo de alambre, cada noche escuchó gritos y llantos de las víctimas, y la tonada porteña del individuo que comandaba las sesiones de tortura. “A vos, a tu mujer, y a tus hijos los vamos a matar”, debió escuchar durante los 24 días de su permanencia en ese infierno.
A continuación declaró Hugo Alberto Osores, ex obrero temporario del ingenio Cruz Alta, quién fue testigo del secuestro del dirigente Pablo Benito Brito, por entonces administrador del sanatorio de la obra social de FOTIA. Osores relató detalles de ese operativo, llevado a cabo por varios individuos con uniforme militar.
Un caso conmovedor
María del Valle Bazán de Romero estaba embarazada el 20 de julio de 1977, cuando un grupo de militares, con armas largas y con capuchas “para que no los reconocieran” ingresaron a su vivienda, en Pacará, para secuestrar a su marido, Reyes Arcadio Romero, por entonces “vocal suplente del sindicato”. “Preguntaban por Luís Romero”, recordó. Y por haber pedido que no golpeen a sus hijas, “chiquitas ellas”, la patearon en la cara hasta dejarla sin dientes, mientras la trompeaban en el vientre, por lo que su hija nació con los hombros quebrados. “Mis hijos me pedían estos años que me pusiera la dentadura, pero yo no he querido para guardar este testimonio del horror”, dijo.
“Andavábamos pelando caña con mi marido” contó. “Éramos gente de trabajo”, y “no sé de qué soy hecha para aguantar tanta tortura”, afirmó, para soltar un llanto que conmovió a los presentes. Recordó también que un vecino policía, Ramón Núñez, participó del secuestro de su marido y del de sus cuñados, Raúl René Romero y Roberto Lucio Valenzuela, todos desaparecidos.
Posteriormente declaró Hilda Rosario Romero, cuñada de María del Valle Bazán, quién recordó el secuestro de sus hermanos Raúl René, y Roberto Lucio. “Eran como veinte, con uniforme color verde, que golpearon ferozmente a mis hermanos y a mis sobrinos”, recordó. Este procedimiento fue inmediatamente anterior al del secuestro de Reyes Arcadio. Y en este caso también, actuó el policía Núñez.
Más adelante declaró el ex administrador del sanatorio de FOTIA, Pablo Benito Brito, quién fue llevado a la Jefatura de Policía y de allí, inmediatamente después, a la Brigada de Investigaciones. Estuvo allí más de un mes, y luego trasladado a la comisaría de Colombres, dónde permaneció quince días más. Fue secuestrado, dijo, “por orden del mayor Durán”, entonces interventor de FOTIA.
Policías y militares eran los torturadores, y todas las víctimas (unas cuarenta, incluidas mujeres) hacinadas en un galpón.
El caso Chebaia
Momentos de gran conmoción se alcanzaron también durante los relatos de las testigos Ana Lía y Graciela Leonor Chebaia, al recordar a su padre, secuestrado, ejecutado, y desde la noche del 23 de marzo de 1976, desaparecido.
“Somos de Coordinación Federal” recordó Ana Lía que dijeron los uniformados que ingresaron a su domicilio para ejecutar el secuestro. Dormía en su dormitorio, al que ingresaron dos militares. Uno de ellos apuntaba con su arma a su cabeza (Ana Lía tenía por entonces doce años), mientras el otro destrozaba a patadas una biblioteca “buscando quién sabe qué...” Los uniformados protagonizaron “un latrocinio vergonzoso”, recordó, llevándose todo lo que encontraban a su paso. Especial referencia hizo a los varios hábeas corpus, a la denuncia ante la comisión de la OEA que visitó nuestro país, y a las gestiones realizadas durante la búsqueda de su padre, “una persona honorable, honesta, de principios inclaudicables”.
También destacó las reiteradas visitas de su madre a Bussi, quién afirmaba que eran “policías traidores” los que frecuentemente la llamaban pidiendo dinero para la aparición con vida de su padre. “Bussi afirmaba desconocer su paradero, aunque sí mostraba planillas de movimientos de todo el grupo familiar. Por testimonios se supo que Chebaia estuvo en la Jefatura, en EUDEF y en el hospital Militar, a raíz de un grave problema de salud. Y en una de esas visitas, en el antedespacho de Bussi su madre vio a un individuo, de cejas muy pobladas, que había participado del secuestro… Habrá sido Albornoz…?
A su turno, Graciela Leonor, que residía en Río Negro en ese momento, recordó situaciones horrorosas. Como por ejemplo la presencia de un auto blanco, día y noche, estacionado frente a la vivienda familiar, controlando todos los movimientos.
O al temor de posibles nuevos procedimientos de los militares, por lo que escondían a dos bebés (uno suyo, y otro de su hermana ya fallecida) en un botinero, tapados con cajas de zapatos, y a los que les daban gotas para que durmieran toda la noche. O su propio secuestro y el de una familia, de apellido Díaz Colodrero, a la que se llevaron cuando fue a buscar a su hermana Ana Lía que había ido allí a jugar.
“Ese mes y medio que permanecí acá fue un infierno. Y al partir dejé mi alma en ese espacio vacío que dejó mi padre. El daño que nos hicieron los militares es irreversible”, afirmó la testigo en esta causa, a la vez víctima, y a la vez testigo del plan de aniquilación llevado a cabo por la dictadura genocida.
Finalmente declaró Martina Rosa Herrera, novia de Exequiel Matías Claudio Pereyra Carrillo, un avanzado estudiante de medicina, de 23 años de edad, que fue secuestrado en la intersección de las calles Santa Fe y 25 de Mayo, un mediodía, e introducido a la fuerza en un Falcon verde, y continúa desaparecido. Una hermana de la víctima creyó verlo durante unos días de cautiverio que también padeció.
A la vez, la testigo afirmó haber visto a su novio, con otros jóvenes, también secuestrados, desde un ómnibus de la línea uno, que circulaba por Salta de sur a norte, y que nada pudo saberse de su destino pese a las innumerables gestiones realizadas en la policía, en organismos militares, y en los despachos de los juzgados federales de entonces.-
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