Parte catorce del diario íntimo de un hombre cincuentón que atraviesa los senderos de la vida como puede. El primer texto se publicó en la edición del 30 de junio. En esta oportunidad su cuñado se queda sin trabajo. Las pequeñas cosas que intentan darle sentido a la vida.
7 de octubre
Mi yerno quedó sin laburo. Aunque se encuentra tranquilo. Cobró una indemnización bastante interesante que le permitirá vivir algunos meses sin preocupaciones. Mi hija, en cambio, en un buen trabajo. Como inspectora de escuelas no le va nada mal. Dicen que viajarán en los próximos días.
La noticia me la comentó mi yerno días atrás, en un bar céntrico mientras fumábamos tomando café. Hacía tiempo que no compartíamos un momento. Era sábado a la tarde, justo antes de que el comercio abriera sus puertas. El sol calentaba tímidamente nuestros cuerpos adultos. Las gafas oscuras evitaban que los rayos ultravioletas impactaran directamente en los rostros generando peculiar placer. Las siestas de sábados son particulares, en el Jardín de la República, tranquilas, apaciguadas.
Trabajaba como gerente de una importante firma de baterías, desde hacía cinco años, unos desencuentros con los dueños derivó en peleas insalvables. Comentó que ya no soportaba la corrupción dentro de la empresa. El robo, no solo de los empleados que prácticamente eran insignificantes, sino, sobre todo, de los contadores que evadían impuestos descaradamente. Es un tipo honesto, no comulga con el gobierno actual. Considera soberbia a la presidenta, lo cual en más de una oportunidad generó interminables discusiones conmigo, pero tampoco se banca la injusticia. Considera más que acertado el hecho de pagar impuestos. Su empresa había quintuplicado ingresos en los últimos cuatro años. Sobre todo recientemente con la restricción a las importaciones, al ser una marca nacional, las ventas crecieron al punto de contratar varios empleados nuevos. Vendedores, especialmente. Por lo tanto era inconcebible tanta desfachatez.
Aunque estaba cómodo, el despido le vino bien. Cerca de setenta luquitas que utilizará para viajar, descansar y distenderse. Asentí su idea. Los buenos momentos están en viajes, comidas, amigos, en las pequeñas cosas.
Nos despedimos con nuestro abrazo habitual. Continué mi rumbo. Caminando por esas calles ahora repletas. La gente había salido de compras, de bar en bar, de paseo. Llegué a Plaza Belgrano. En uno de los bancos blancos me esperaba Ella, tan negra, tan radiante. Había llevado mates y tortillas, nos ubicamos frente a la fuente. El agua nos salpicaba el rostro, acariciándonos el alma. El atardecer le daba paso a una noche de estrellas plateadas y luna de ensueño. Amarilla, imponente. De la mano caminamos hacia mi departamento. Hicimos el amor. Nos dormimos. Cargué mi saxo, ella su voz. La noche se hizo larga entre berretines de alcohol.
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