Parte trece del diario íntimo de un hombre cincuentón que atraviesa los senderos de la vida como puede. El primer texto se publicó en la edición del 30 de junio. En esta oportunidad nuestro personaje atraviesa por los senderos del amor, cena y jazz.
30 de septiembre
Tocó el timbre, la esperaba con una bata de seda, una cajita de Gitans, los mismos que fumaba Camus, Cortázar, Lennon o Buñuel. En la mesa descansaba un torrontés helado, recién traído de Cafayate. En la silla de la punta de la mesa, el saxo esperaba a que lo bese con pasión. De música sonaba el inigualable Ben Webster. Eran casi las 23, habíamos quedado que nos encontraríamos media hora antes. En el horno reposaba un pollo con papas doradas, condimentadas con bastante picante.
El timbré sonó, abrí la puerta dulcemente, nos abrazamos. Lucía un vestido de colores, de tela suave y áspera. Su perfume era nocturno, sensual, impecable. Su piel oscura causaba perfecta combinación. Levanté el saxo, ella se sentó y comencé a soplar, “Fine and Mellow” fue la canción. Una simbiosis encantadora se generó cuando se puso a cantar, como si fuéramos Young y Holiday. Todo era blanco y negro, similar a Nueva Orleans en los años '40, sin embargo estábamos en Tucumán.
Cenamos, terminamos el vino, conversamos distendidamente. Nuevamente me puse a cantar, se levantó de la silla y al ritmo de un delicado blues comenzó a bailar mientras de desvestía, un espectáculo inigualable. Sin duda volví a enamorarme. Su lencería blanca contrastaba con su piel que su vez lo hacía con la mía.
El amanecer nos sorprendió abrazados. Desayunamos en Plaza Urquiza, mientras observábamos a los pájaros, a los niños, a las parejas. Hablamos muy poco mientras nuestros ojos se encontraban tiernamente. Caminamos tomados de la mano como un par de adolescentes. Llegamos a un árbol florecidos de algodones, en medio del parque. Nos tiramos al pasto contemplando el horizonte celeste, sin nubes, a la sombra. El tiempo no parecía tener prisa, incluso lo creímos detenido a nuestra merced. Nos conocemos hace días, sin embargo parecen años. El amor aflora a cada paso, con cada palabra, con cada roce. Me siento bien. Esta soledad que durante años la vengo acuñando se disipa de a poco, aunque tardaré en decidirme. El corazón es un arma de doble filo. Así lo siento en esta parte de mi vida, así lo creo. Seré prudente. Disfrutaré de lo que pasa. Con medio siglo siento que todavía no aprendí nada, que mi experiencia se disipa, se esfuma, es volatil, superflua, pero es real, los años así lo demuestran.
Se fue hace unas horas. Me siento hermoso, sereno. Contemplo la luna, mientra un vaso de whisky me hace compañía.
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