Luego de ver con asombro ( déjenme que lo siga cultivando) las protestas del jueves pasado en Tucumán me puse a buscar explicaciones en diversos sectores sociales. Un amigo me dió la posta sobre lo que buscaba.
La respuesta, desde mi punto de vista, a todo ese descontento está en este correo que recibí.
No hay té de Ceylán, por Enrique Santos Discepolo
Resulta que antes no te importaba nada y ahora te
importa todo. Sobre todo lo chiquito.
Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del
bote.
Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado a saber
que tu patria era la
factoría de alguien y te encontraste con que te
hacían el regalo de
una patria nueva, y entonces, en vez de dar las
gracias por el
sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa
en la manga y que
vos no lo querías derecho sino cruzado.
¡Pero con el sobretodo te quedaste!
Entonces, ¿qué me vas a contar a mí?
¿A quién le llevás la contra?
Antes no te importaba nada y ahora te importa todo.
Y protestás. ¿Y por qué protestás?
¡Ah, no hay té de Ceilán!
Eso es tremendo. Mirá qué problema!
Leche hay, leche sobra; tus hijos, que alguna vez
miraban la nata por
turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca
puesta.
¡Pero no hay té de Ceilán!
Y, según vos, no se puede vivir sin té de Ceilán.
Te pasaste la vida tomando mate cocido, pero ahora
me planteás un
problema de Estado porque no hay té de Ceilán.
Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos
son tuyos, ahora
los ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo,
pero… ¡no hay té de
Ceilán!
Para entrar en un movimiento de recuperación como
este al que estamos
asistiendo, han tenido que cambiar de sitio muchas
cosas y muchas
ideas; algunas, monumentales; otras, llenas de
amor o de ingenio:
¡todas asombrosas!
El país empezó a caminar de otra manera, sin que
lo metieran en el
andador o lo llevasen atado de una cuerda; el país
se estructuró
durante la marcha misma; ¡el país remueve sus
cimientos y rehace su
historia!
Pero, claro, vos estás preocupado, y yo lo
comprendo: porque no hay té
de Ceilán.
¡Ah… ni queso!
¡No hay queso! ¡Mirá qué problema! ¿Me vas a decir
a mí que no es un problema?
Antes no había nada de nada, ni dinero, ni
indemnización, ni amparo a
la vejez, y vos no decías ni medio; vos no
protestabas nunca, vos te
conformabas con una vida de araña.
Ahora ganás bien; ahora están protegidos vos y tus
hijos y tus padres.
Sí; pero tenés razón: ¡no hay queso!
Hay miles de escuelas nuevas, hogares de tránsito,
millones y millones
para comprar la sonrisa de los pobres; sí, pero,
claro, ¡no hay queso!
Tenés el aeropuerto, pero no tenés queso. Sería un
problema para que
se preocupase la vaca y no vos, pero te preocupás
vos.
Mirá, la tuya es la preocupación del resentido que
no puede perdonarle
la patriada a los salvadores.
Para alcanzar lo que se está alcanzando hubo que
resistir y que vencer
las más crueles penitencias del extranjero y los
más ingratos
sabotajes a este momento de lucha y de felicidad.
Porque vos estás ganando una guerra. Y la estás
ganando mientras vas
al cine, comés cuatro veces al día y sentís el
ruido alegre y rendidor
que hace el metabolismo de todos los tuyos.
Porque es la primera vez que la guerra la hacen
cincuenta personas
mientras dieciséis millones duermen tranquilas
porque tienen trabajo y
encuentran respeto.
Cuando las colas se formaban no para tomar un
ómnibus o comprar un
pollo o depositar en la caja de ahorro, como
ahora, sino para pedir
angustiosamente un pedazo de carne en aquella
vergonzante olla
popular, o un empleo en una agencia de
colocaciones que nunca lo daba,
entonces vos veías pasar el desfile de los
desesperados y no se te
movía un pelo, no.
Es ahora cuando te parás a mirar el desfile de tus
hermanos que se
ríen, que están contentos… pero eso no te alegra
porque, para que
ellos alcanzaran esa felicidad... ¡ha sido
necesario que escasease el
queso!!!
No importa que tu patria haya tenido problemas de
gigantes, y que esos
problemas los hayan resuelto personas.
Vos seguís con el problema chiquito, vos seguís
buscándole la
hipotenusa al teorema de la cucaracha, ¡vos, el
mismo que está
preocupado porque no puede tomar té de Ceilán! Y
durante toda tu vida
tomaste mate!
¿Y a quién se la querás contar?
¿A mí, que tengo esta memoria de elefante?
¡Nooooo, a mí no me la vas a contar!"
Enrique Santos Discépolo – 1951
Palabras de Discépolo a las cuales adhiero en absoluto.
Daniel Villalba
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