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Octava parte del diario de un hombre cincuentón
Camara fotoAMPLIAROctava parte del diario de un hombre cincuentón
31/08/2012 - Por Sebastián Ganzburg

30 de agosto

Octava parte del diario de un hombre cincuentón que atraviesa los senderos de la vida como puede. El primer texto se publicó en la edición del 30 de junio. En esta oportunidad nuestro personaje recuerda una anécdota con Miguel Abuelo en un partidito de fútbol y guitarreadas.

Cuento completo 

30 de septiembre  

Qué tipo pelotudo, fue lo primero que dije, lo que se me ocurrió, despacio, imperceptible. Caminaba por el centro cuando lo vi. Casi sesenta años, alto, de barba recortada. Botas de un marrón clarito, camisa blanca con rayas azuladas, pañuelo en el cuello y bombacha, por supuesto. Un oligarca, como esos que intentaron un lock out al gobierno en el 2008 o como los que apoyaron los sucesivos golpes de Estado en el país. Me daba esa sensación. Lo curioso es que la anécdota me retrotrajo a los años 80, cuando tenía 20. Jugaba en Sportivo Guzmán y Argentinos Juniors estaba interesado en mi. Esa cantera de jugadores, Diego se iba convirtiendo en leyenda. Viajé a Buenos Aires donde viví dos años, jugando en el Bicho, lo hacía de lateral pero al final me ubiqué de 2, retrasado, posición que me gustaba porque si bien no soy alto, saltaba con decisión, tenía velocidad y visualizaba la cancha, por lo tanto ordenar la línea de 4 no me era difícil. 

Por aquellos años el rock se estaba imponiendo. “Los abuelos de la nada” era mi banda de cabecera. Todo un ritual cada vez que tocaban. Vinos, hierba y mucho rock and roll. No se escapa de mi memoria la actitud que Miguel Abuelo tenía arriba del escenario, un maestro como pocos. Poesía profunda, música, una puesta en escena abrumadora. No volví a ver algo así y eso que tengo unos cuantos años de recitales. Ahora ya tiré la toalla. 

Miguel vivía cerca de casa. Un tipo simple, de buen corazón, impresionantemente inteligente, sexual, extrovertido. Pura actitud. Se me viene a la cabeza aquél sábado. Fue en 1984 año en que salió el LP Himno de mi corazón. El maestro atravesaba los 40. Lo cierto es que hicimos un picadito de siete. No la movía aunque le gustaba divertirse. Corrimos, nos distendimos, lo de siempre. Lo mejor estaba después, el tercer tiempo, como se dice. Fuimos hasta su casa, sacó la guitarra. Compramos unas cervezas en el kiosco de la esquina, así se decía antes, no esas cosas raras de drugstore, término inglés que connota toda una serie de imposiciones coloniales inaceptables. Los muchachos siempre queríamos que cante “Lunes por la madrugada”, enorme canción que inaugura ese último disco que estaba haciendo furor en todas partes. 

Las guitarreadas se iban extendiendo hasta horas nocturnas en esa joven democracia. Todavía existía un miedo latente en las calles de lo que debe hacerse y lo que no, de lo que está bien o mal, de lo que moralmente está permitido y lo que no. En este aspecto Miguel era muy radical. No creía en la fidelidad, de hecho son famosas las orgías de las que participaba, no tenía el más mínimo problema en declarar su bisexualidad, solo bastaba verlo en escena, charlar con él, compartir alguno de sus poemas, varios los escribió en Europa, en los años 70, cuando se exilió debido a la inaguantable dictadura. A fines de esos años lo meten preso por ilegal. 

Miguel no se bancaba la represión. Apostaba a la libertad. 

Recuerdo un verso de su extenso poema “Todo via” 

Me inclino hacia el bien por

conveniencia.

Ya que del mal no saco nada claro

y en el amor se apoya mi conciencia 

Llama la atención, pero en medio de nuestra reunión musical, un hombre, de botas oscuras, sombrero, camisa a cuadros y bombacha nos increpó.

- Vagos de mierda dejen de hacer ruido y vayan a trabajar.

Miguel se levantó, lo miró de frente. Estaba algo borracho. El facho lo tildó de puto. Miguel se le cagó de risa. Agarró una botella vacía se la partió en la cabeza. El hombre se marchó. 


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