“El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en Una puta inmaculada, la introducción a estos relatos. Su autor se retiró de lo que aquí llama “el periodismo industrial”, no arrepentido, pero si harto, al cabo de 25 años de servicio. De su experiencia, estos recuerdos.
Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.(Jean Lartéguy).
El periodismo es para los chicos. Recuerdo haber dicho esa
frase por primera vez hace ya muchos años en la mesa de un bar de la trasnoche
de un cierre de la revista Noticias ante algunos cansados colegas que allí me
dieron toda la razón del mundo con una risa amarga. De tanto en tanto me cuentan
que la frase todavía rueda por las redacciones, ya casi anónima. No reclamo
derechos, ja. Apenas me alienta y lamento que le deba su vigencia a la verdad
incontestable que formula: El periodismo es para los chicos.
Por supuesto
me refiero al periodismo con fines de lucro, y sobre todo al periodismo en gran
escala, ese que llamo “periodismo industrial”, el de los grandes multimedios,
esos que amasan fortunas mientras cocinan poder. Allí las fantasías juveniles
sobre el oficio, estallan más rápido que las pompas de jabón de don Antonio
Machado.
Superado más o menos pronto el deslumbramiento inicial por el
frenesí neurótico de las redacciones, por las aventuras de cabotaje, y por la
falsa bohemia -que no es sino el trabajo extra que pronto descubrís que nunca te
pagan-; muertas ya sobre los hechos las locas ilusiones de la escuela de
periodismo, el Periodismo, su noble esencia, se evapora enseguida en el corazón
del novato, que allí nomás se petrifica y continúa… o se evapora
también.
El periodismo es para los chicos, pasado un tiempo es un trabajo
como cualquier otro, cuando no ya un negocio, en el cual se habla sobre todo de
dinero o de poder, o de ambas cosas a la vez, o apenas de fama, de vanidad, de
figuración, de nada….
El periodismo como “faro de la verdad que alumbra
el camino de la sociedad hacia el bienestar común” o cosas así, son, pronto,
chistes que hacen reír a los profesionales, y cuanto más profesionales son, más
se ríen. Ja.
El periodismo es una industria cuyo comercio mueve millones.
Es un negocio, uno de los negocios legales más grandes y más poderosos del
mundo; y como todo gran negocio, es un negocio duro.
Cuando gobiernan las
armas, los medios –lo vimos en la Argentina- o bien desaparecen, o bien secundan
a las armas, como hicieron Clarín y La Nazión, por ejemplo.
Pero ya en
democracia, los medios “son” las armas. De nada sirve mover el más grande
aparato partidario para llenar un estadio o dos, cuando otro por la tele te
llena diez estadios sin moverse de un estudio. En democracia, los medios son las
armas y las armas no son para que jueguen los niños. Por eso el periodismo es
para los chicos, pero el negocio no.
El joven novato, con su pasión y su
frescura, y su pequeño hatillo de grandes sueños, ¡Oh!, será siempre muy
bienvenido en cualquier redacción, como suele serlo en la batalla la valiente
carne de cañón de las primeras líneas. Pero si quiere sobrevivir, el novato
tendrá que aprender el negocio.
El periodismo es una industria cuya
materia prima es la realidad, la información, sí… pero ese no es el producto que
vende. El producto que vende dicha industria es justamente la manufacturación de
ese insumo, de esa realidad, y de la información que la compone.
Suele
decirse que “en las redacciones todo se sabe”. Doy fe. Antes o después toda
verdad que más o menos importe, llega a cualquier redacción más o menos
importante. Pero también doy fe de que pocas verdades salen de una redacción tal
cual entraron. Apenas sí la parte o la forma que defienda o no afecte los
intereses económicos y/o políticos de los dueños del medio, de sus socios y sus
aliados. Esa es la primera verdad, y el que no la aprenda pronto, no aprenderá
mucho más.
Entendido esto, el novato entonces ha de aprender la técnica.
La técnica es la suma de recursos a partir de los cuales podrá expresar una idea
que no tiene, explicar un hecho que no terminó de entender porque no le dieron
tiempo o presupuesto para terminar de investigar; o también presentar como
irrebatible una argumentación cosida de apuro con tres o cuatro rumores sin
chequear, y sendas precisas directivas de la superioridad. Hay gente muy diestra
en el manejo de estas técnicas, y suelen alcanzar posiciones de privilegio con
las que tanto sueñan tantos aprendices.
Estos hombres, los profesionales,
son apreciados por muchas condiciones, pero sobre todo, por su ductilidad. Son
los que siempre se disputa la competencia, los que hoy están aquí y mañana en el
medio rival diciendo todo lo contrario pero ganando el doble –caso Lanata-; o
instalados para siempre bajo el amparo del mismo mejor postor, disfrazados ya
entonces de gente de convicciones, caso Joaqu-Inmorales Solá. Estos suelen ser
los más caros, los que además de oficio, experiencia, contactos y técnica,
venden su nombre como una marca, más su público cautivo como un ganado
propio.
“Toda generalización es absurda -decía Bernard Shaw-, incluso
ésta”; pero más allá de las honrosas excepciones de rigor -y de sus precios
relativos-, del renombre o no que tenga uno u otro; todos ellos son
“profesionales”. Algunos los llaman “mercenarios”. Yo, por ejemplo, porque yo
fui uno de ellos. Por eso tampoco lo digo despectivamente, sino con cierto
resignado orgullo. Después de todo, los mercenarios por lo menos saben que no
son sino soldados, peones, a lo sumo alfiles cuando no caballos del
impresionante ajedrez sobre el que danzan.
Y así como no puede acusarse
de “cipayo” a un operario de la Coca Cola, así tampoco los periodistas, los
trabajadores de los medios, pueden ser culpados por los crímenes del medio al
que sirven. Ni por lo tanto creerse, ninguno de ellos, nada especial, sino
apenas lo que son: operarios de una gran maquinaria que en sí misma los
ignora.
Son tiempos cruciales para el periodismo en la Argentina. La Ley
de Medios, el abierto enfrentamiento por fin con los monopolios multimediaticos
que hace mucho usan su poder para algo más que informar, el emplazamiento de la
Corte Suprema de Justicia; marcan los picos de la contienda… son días cruciales
para el periodismo, y para la Argentina.
Pero no para los periodistas. A
lo sumo se abrirán nuevas fuentes de trabajo, en ese sentido, sí, pero… pero
cuando el mando cambie, cuando muden los patrones, cambiarán seguramente los
villanos y los héroes de sus páginas, el enfoque general del medio, el contenido
y tal vez hasta el estilo, el nombre, y el papel; pero los periodistas
no.
Cuando todo cambie ellos seguirán allí, en la línea de combate,
haciendo su trabajo, cumpliendo con sus órdenes, siempre soñando con otro
ascenso y su aumento, con las vacaciones en enero; siempre al pie de cada
cierre, atentos al taller que acecha porque es la hora, presionando al boludo
que no entrega y te entierra, soportando al patrón que pide sangre, sudor y
lucro… pase lo que pase ellos seguirán allí como siguen los soldados en el
frente por mucho que cambien los mandatarios que los mandan… Siempre alguien
tendrá que carga ese fusil, y disparar contra ese blanco… siempre.
Y
salvo por esos chicos que por un rato juegan a ser héroes, idealistas y
valientes, la guerra y el periodismo, como tantas otras actividades muy
lucrativas, se resuelven con profesionales, es decir: gente que hace lo que le
dicen, sin preguntar demasiado, porque para eso le pagan lo que le
pagan.
Románticamente yo los llamo mercenarios porque fui uno de ellos, y
porque los sé inocentes. Hacen lo que les mandan porque precisan la paga. Son la
mano ejecutora, nada más. Matan y salvan sin pasión, es su trabajo.
Sé
que algunos de ellos se creen mucho más, y más de uno acaso escupa la pantalla
si me lee. Yo los perdono a todos como si fuera quién.
Los periodistas no
son culpables de nada aunque tampoco son inocentes. Surgen de las profundidades
de un conflicto mucho más hondo, y sólo tratan de sobrevivir. Ya en la batalla,
el fuego los modela, no los viejos
sueños.
Continuará
(*) El autor es editor de
Elmartiyo.blogspot.com. El artículo fue publicado por la Agencia Periodística de
Buenos Aires
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