Diputado nacional, abogado, escritor, historiador, activo defensor de presos políticos y decidido opositor a los gobiernos dictatoriales, fue asesinado en el centro porteño y en la más absoluta impunidad por un comando de la AAA. Dueño de un talento extraordinario y una formación fuera de lo común, investigó con rigor diversos aspectos del pasado argentino. Fue director de la revista Militancia y escribió junto a Eduardo Luis Duhalde varios textos. Había nacido en 1936. VIDEO
Por Pablo Waisberg *
Periodista
Orador de lengua filosa, abogado de presos políticos, historiador revisionista
que erizó los pelos de la academia, editor, diputado nacional por el FREJULI
que asumió cuestionando la política del gobierno. Todas esas vidas vivió
Rodolfo Ortega Peña en 38 escasos años, hasta que una banda de la Triple A lo
emboscó en Arenales y Carlos Pellegrini, en pleno centro porteño. Una doble
ráfaga de ametralladora lo fulminó y no tuvo tiempo de manotear la pistola que
llevaba en la sobaquera. Había jurado que moriría peleando, amparado en una
verdad tan poética como relativa: “La muerte no duele.”
Lo mataron por muchas razones. Una de ellas fue por su rol en la Asociación
Gremial de Abogados, que desde 1971 y hasta que Héctor Cámpora llegó al
gobierno, defendió a presos políticos de todos los colores y orientaciones. La
otra: su denuncia de la inclinación a la derecha que comenzaba a tomar el
gobierno de Juan Domingo Perón, muerto un mes antes. En uno de sus últimos
discursos, en el homenaje a un grupo de trotskistas asesinados por la Triple A,
Ortega Peña arremetió: “Señalo al responsable directo de esta política, que ha
abandonado las pautas programáticas, que ha dejado de ser peronista y que es el
general Perón.”
Aquella acusación, pronunciada aún con Perón en la Casa Rosada, no era la
primera definición en ese distanciamiento. Ortega Peña asumió su banca como
diputado nacional con fuertes críticas al gobierno y distanciándose del bloque
legislativo del PJ. Eso fue en marzo de 1974, en reemplazo de los ocho
diputados de la JP Regional, que renunciaron cuando Perón decidió avanzar con
las modificaciones al Código Penal. Hacía tiempo que integraba el Peronismo de
Base, una agrupación con fuerza en Córdoba y otras provincias, que planteaba la
“alternativa independiente” y que había comenzado a cuestionar la figura de
Perón como líder portador de la verdad, el bienestar y la pacificación
nacional.
Ortega Peña, junto a su inseparable amigo Eduardo Luis Duhalde, había llegado
al peronismo desde la izquierda, entendiendo al movimiento como el único actor
político con vocación revolucionaria, y en ese proyecto apostó su vida hasta
perderla.
Con su muerte, la primera que la Triple A se adjudicó para sembrar terror, el
campo revolucionario –peronista y no peronista– entendió que la dimensión del
enfrentamiento iba ya mucho más allá de la cárcel o una golpiza. Si habían ido
por el “Pelado” Ortega, un legislador muy visible con una gran acumulación de
poder simbólico, ya nadie estaba a salvo.
Su velorio reunió a todo el arco político, a pesar de las amenazas y la feroz
represión de la Policía Federal. Duhalde lo despidió sin lágrimas y
reivindicando su condición de revolucionario. El Congreso al que pertenecía lo
homenajeó en los términos acostumbrados. Increíblemente, ningún legislador
reclamó que se investigara el crimen de Estado, ni siquiera que se formara una
comisión investigadora. Nadie se atrevió a pedir lo obvio, pero imposible: que
el asesinato no quedara impune. Nadie supuso que se podía echar luz sobre la
oscuridad que se cernía sobre la Argentina.
* Pablo Waisberg es junto a Felipe Celesia autor de La ley y las armas.
Biografía de Rodolfo Ortega Peña, Aguilar (2007).
Tiempo Argentino, 31/07/10
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