El reconocido escritor jujeño Héctor Tizón murió ayer, a los 82 años, en su provincia natal. Su obra, que abarca más de 20 novelas, siempre centrada en las historias y los mitos de su provincia, fue traducida al francés, inglés, ruso, polaco y alemán. Compartimos una entrevista realizada por Patricia Rodríguez durante el 2006.
Nota realizada en el 2006 por Patricia Rodríguez
Con la pausada y cadenciosa tonada norteña intacta, que no borraron ni su exilio ni sus continuos viajes por el exterior, el destacado escritor jujeño Héctor Tizón habló con PANORAMA DE TUCUMAN, en su última visita a la provincia desde la mesa de un café, el día previo a la presentación de sus Obras Completas de cuentos.
La puerta de entrada a la amena charla es Yala, donde pasa habitualmente los fines de semana. “El ancladero” -como él la llama-. Sus comienzos como escritor clandestino con el absurdo seudónimo Robert Kichener hasta que abandonó el miedo y decidió abordar su carrera como autor real; el asombro que le provocó hace poco el libro El día en que Dostoyevski lloró; su punto de vista como hombre de la justicia sobre la reelección de los gobernantes (“…es una barbaridad, lejana a la democracia de los pueblos”, opina) son algunos de los temas de los que habló en esta charla. Y dice que después de vivir exiliado en España, afirma haber comprobado que la inspiración no existe, como tampoco los tics que den lugar a la imaginación. También aquí el recuerdo de sus antiguos amigos Juan Rulfo, Luis Bueñuel, Pedro Coronel Suárez, en su libro autobiográfico aún no editado El Resplandor de la Hoguera, que verá la luz en breve.
-¿Yala es su lugar de inspiración?
-No. El hecho de haber vivido en el exilio y de haber tenido que escribir para comer, me ha hecho considerar algo que es cierto: que la inspiración no existe. Existe la necesidad de escribir para vivir materialmente o simplemente para estar frente al mundo.
-Entonces nunca tuvo tics para escribir
-He perdido ese tipo de coqueterías. Antes creía, por ejemplo, que debía imponerse el silencio para poder escribir. Pero lo que sigo manteniendo es empezar a trabajar desde muy temprano, inclusive desde las seis de la mañana o antes. Es en el momento en que más descansado me siento. Nunca he podido trabajar de noche ni tampoco estudiar.
Por lo demás ya no tengo tics porque en el momento en que yo me exilié escribí en cualquier parte y de cualquier modo, inclusive en un bar, donde todo el mundo habla.
-Usted dice que la escritura es como una función biológica para el escritor
-Es una especie de ritmo interno. Hay veces en que uno no está para hacer nada. Sin ninguna duda en ese momento uno tiene que dejar de escribir. Eso me pasa a menudo.
-¿Cómo fueron sus años mozos de escritor?
-La prehistoria fue breve y no muy feliz. Mi característica al comienzo fue la clandestinidad, ahora lo veo con cierto asombro.
Me parecía ridículo que un chico de pantalón corto presentara un cuento en un diario (El Intransigente, de Salta). Para hacerlo me valía de un señor que fabricaba cañas de pescar, al que le gustaba leer. El se ofreció a llevar mis cuentos y, por supuesto, además de llevarlos se quedaba con una parte del dinero.
Una vez me presenté a un concurso con el seudónimo Robert Kichener. Que no se tome esta anécdota como el anacronismo de un chupamedias. No era Kichner (risas). Me refería a un general victoriano. Debo haber causado una enorme perplejidad porque a ese cuento le dieron el premio.
Después se me creó el problema de cómo diablos me presentaba, con semejante nombre. Hasta que decidí bajar a la vida verdadera. En el fondo no me animaba a asumir la responsabilidad porque no me tenía fe, a pesar de que había un diario que me compraba los cuentos, y a pesar del absurdo seudónimo. Por lo demás, los años se encargaron de hacer más sensata mi carrera.
-¿Cuál es su vinculación con la cultura de Tucumán?
-Desgraciadamente es muy poca porque realmente las provincias argentinas –es muy posible que suceda en otras partes del mundo- son como archipiélagos, con poca comunicación entre sí. Es muy raro que uno se comunique directamente de un sito para otro. Hay una especie de centralización. Es decir, una fuerza centrípeta y centrífuga a la vez. El fenómeno cultural argentino está en Buenos Aires, es metropolitano.
-¿Está al tanto de la reforma de la Carta Magna en Tucumán? ¿Qué opina?
-Me parece una barbaridad la reelección de los gobernantes. No tiene nada que ver con el orden democrático. Es más, ni siquiera tiene que ver con la vida misma. Es comparable al matrimonio. Es decir, tal como está concebido, es reeleccionista y para mí es una estupidez. Llega un momento en que uno tiene ganas de cambiar porque se le da la gana. Un hombre no puede ser considerado apto para gobernar durante 20 años. Ya ve lo que pasa con los que se eternizan en el poder.
-¿Qué atributos primordiales deben tener los magistrados?
-El sentido de justicia que debe tener un juez, sólo puede ser desarrollado en la medida en que haya tenido mucha experiencia de vida y haya leído mucha literatura. Si hay algo importante que debe contaminarse en la labor de un juez que dicta sentencia, es la literatura. Debe copiar ese afán que tiene el escritor de ponerse en el lugar del otro. Si un juez no se pone en el lugar del otro, nunca va a administrar justicia.
Como esa mujer (la doctora Cirio de Buenos Aires) que se olvidó de leer el Código Penal e impidió a que una pobre incapaz violada haga cesar su gestación.
Una vez me invitaron a hablar con los alumnos de una universidad estadounidense. Salió la pregunta que siempre me hacen: “Siendo escritor, ¿por que trabaja de juez? Y yo les dije: “Ustedes me preguntan porque no conocen la historia de su propio país”. Estado Unidos es el único país en el mundo que tiene dos universidades de primer nivel donde hay una cátedra de poética jurídica.
Es posible que la literatura tenga muy poco que ver con la biología pero sí tiene mucho que ver con la literatura.
-Cuando se sigue a un escritor, pareciera que no pueden dejar de repetir historias y elementos de sus anteriores obras, ¿por qué?
-Es muy explicable. Los libros son como las hojas de un mismo árbol. Naturalmente son muy parecidas y semejantes. Inclusive eso pasa con la pintura. Uno observa que un artista repite casi siempre la tonalidad de colores, los claroscuros. La anécdota del cuadro puede cambiar porque eso no es lo más importante.
Es muy difícil que un escritor cambie de tal manera que él mismo no se reconozca en un libro como en el otro. Yo no conozco ningún caso. Hablo de los escritores que tienen obras extensas, por ejemplo Balzac o Thomas Mann. A poco que uno analiza a fondo, se repite una y otra vez. Inclusive ello ocurre en los escritores más temperamentales en donde la parte anecdótica puede ser muy importante como Dostoyevski. Sin embargo, Crimen y Castigo y Los Hermanos Karamasov tienen en común un montón de elementos, inclusive un montón de defectos que son los del propio autor. Un montón de faltas y contrasentidos.
-¿Como cuáles?
-Hace poco estando en Europa me asombró un pequeño libro de un escritor húngaro: El Día en que Dostoyevski lloró. Este mientras estuvo preso en Siberia tenía relación con un hombre que era miembro del aparato represor de aquella época, pero se hicieron muy amigos porque compartían el gusto hacia la cultura. Entre los dos comenzaron a traducir a Hegel, en ese momento el filósofo era muy poco conocido en esa parte de Rusia. Descubrieron que para Hegel, Siberia no existía. Pero tampoco existía Africa. Es decir, lo que no respondía a un mismo cartabón cultural, para Hegel no existía.
Le entró tal angustia a Dostoyevski ya que por carácter transitivo tampoco existía él. Y eso se reflejó a través de su obra durante mucho tiempo, hasta que después se reconcilió cuando salió de prisión. Comenzó a salir de Rusia, descubrió Italia, la lógica y el pensamiento contemporáneo de ese momento y fue una especie de reencuentro consigo mismo.
-Cuando Borges presentó sus obras completas dijo que él en realidad había escrito pequeños fragmentos, ¿le ocurre lo mismo a usted?
-Las obras completas son una creación de los editores. Cuando la editorial Perfil hizo mi primera recopilación en dos tomos gruesos, yo le pedí al editor que por favor no le pusieran la palabra completa a las obras. Discutimos. “¿Sabe por qué no quiero?”, -le pregunté-, “porque me van a obligar a que me pegue un tiro”. Si son completas significa que nunca más puedo escribir ni dos líneas.
-¿Entones, qué pasó con los cuentos?
-Es más admisible porque a lo mejor uno escribe un par de cuentos y ya nada más.
-¿Está por escribir los últimos?
-Estoy en un verdadero aprieto porque creo que mi experiencia para contar me parece que se está agotando. Uno tiene un número limitado de historias para contar, que en el fondo es para entretener a la innombrable (la muerte). Creo que la obra se completa con la muerte del escritor, y a veces ni siguiera con la muerte. Los exploradores y los paleontólogos siguen buscando y de pronto publican las cartas que el escritor hizo a la lavandería. Pero realmente la muerte recién hace la síntesis.
Mi próximo libro se va a llamar El Resplandor de la Hoguera, será una obra autobiográfica, pero no biológica, sino que contaré mi relación con escritores y amigos entrañables como Luis Buñuel, Juan Rulfo, Pedro Coronel Suárez. El libro de Rulfo, Pedro Páramo, lleva el nombre de Coronel Suárez
-¿Cuándo fue la última vez que se cruzó con la belleza?
-Me la cruzo a menudo. Cada atardecer que me encuentra en Yala me parece que es el más hermoso de mi vida, y que va a ser el último más hermoso. La belleza tiene dos características: una la fugacidad y la otra, que tiende a repetirse.
-¿O será que uno busca las repeticiones?
-Tal vez sea así. Por ejemplo, lo más expresivo que tenemos los seres humanos son los ojos, la mirada y a veces la encontramos igual a sí misma en lugares remotos. A veces la podemos ver en La Paz, otras veces la redescubrimos en Estambul.
-Además de la experiencia, ¿qué le han dado los años?
-Saber dónde detenerme en todos los órdenes de la vida. Tener un minuto de reflexión para decir las palabras más justas, de tal manera que después de dichas no tenga que rectificarme ni pedir disculpas.
-Creo que en todos los ámbitos uno va siempre detrás de la precisión de la palabra para después no tener que arrepentirse
-La precisión de la palabra tanto en el discurso escrito como en la oralidad es absolutamente primordial, partiendo de la base que el idioma es bastante ambiguológico, equívoco. Uno debe buscar de poner a la palabra en el lugar justo. Es lo que, por ejemplo, los grandes poetas conceptuales como Quevedo lo han logrado desde el primer momento; quién puede agregar o quitar eso que el poeta español dice en un soneto: “...podrá cerrar mis ojos la postrera sombra”. Un ejemplo de perfección, casi todos sus sonetos son absolutamente perfectos.
Es el lenguaje que debe también copiar y tener también la escritura jurídica, sobre todo la sentencia debe ser absolutamente clara. Huir de lo engolado y ceremonioso, y sobre todo de las jergas, para que todo el mundo entienda, especialmente los implicados, cuando se lea su sentencia. La utilización de la palabra justa, engarzada en la frase justa y perfecta.
-Su obra se compone de novelas y cuentos, ¿alguna vez asumirá el riesgo de escribir poesía?
-Una vez lo hice y terminé en la destrucción de lo escrito. No podría porque me parece que la poesía es la quinta esencia de la literatura, sólo se llega a la percepción conceptual y formal a través de ella. La poesía es perfecta como la música.
Escritor, abogado y ex diplomático. En la actualidad se desempeña como juez en Jujuy, su provincia natal. Tiene publicados, entre otros títulos, los libros de relatos A un costado de los rieles (1960; Alfaguara, 2001) y El gallo blanco (Alfaguara, 1992); las novelas Fuego en Casabindo (1969; Alfaguara, 2000), El cantar del profeta y el bandido (1972; Alfaguara, 2004), Sota de bastos, caballo de espadas (1975; Alfaguara, 2003), La casa y el viento (1984; Alfaguara, 2001), El hombre que llegó a un pueblo (1988; Alfaguara, 2005), El viaje (1988), Luz de las crueles provincias (Alfaguara, 1995), La mujer de Strasser (1997), Extraño y pálido fulgor (Alfaguara, 1999), El viejo soldado (Alfaguara, 2002), La belleza del mundo (2004); y Tierras de frontera (Alfaguara, 2000) y No es posible callar (Taurus, 2004), libros que recopilan artículos y ensayos.
Durante la última dictadura militar estuvo exiliado en España. Su obra ha sido traducida al francés, al inglés, al ruso, al polaco y al alemán. Ha recibido, entre otros, los premios Konex, Academia Nacional de las Letras, Consagración y el Gran Premio 2000 del Fondo Nacional de las Artes. En 1996 fue condecorado con el título de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el gobierno de Francia. Es uno de los grandes narradores contemporáneos en lengua española.
"Aquí la tierra es dura y estéril; el cielo está más cerca que en ninguna otra parte y es azul y vacío. No llueve, pero cuando el cielo ruge su voz es aterradora, implacable, colérica. Sobre esta tierra, en donde es penoso respirar, la gente depende de muchos dioses...”. Así comienza Fuego en Casabindo, la primera novela de Héctor Tizón, un clásico de la literatura argentina.
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