Querida señora. Tiempo atrás, desesperado por mi situación económica y amorosa acudí a usted para que me ayude con una vida que cada vez se me hacía más pesada. Encontré su número de teléfono en un papelito que me entregó un señor en Peatonal Muñecas. “Rosaura te adivina el porvenir”, decía la leyenda.
Cuento completo
Querida señora.
Tiempo atrás, desesperado por mi situación económica y amorosa acudí a usted para que me ayude con una vida que cada vez se me hacía más pesada. Encontré su número de teléfono en un papelito que me entregó un señor en Peatonal Muñecas. “Rosaura te adivina el porvenir”, decía la leyenda. Le hablé por teléfono y con una voz grave y sensual me citó para la tarde noche del día posterior a mi llamado. Me preguntó mis colores, mis números favoritos, mi signo en el horóscopo chino y en el zodíaco. Soy Mono y de Virgo le respondí instantáneamente.
Entonces, usted me dijo: sos un tipo inteligente, dispuesto a las fiestas, un completo hedonista. Te invade la curiosidad y siempre te hacés notar. En el trabajo te sentís muy bien como subordinado. Tenés buena memoria y una gran falta de seguridad. Además sos gay.
Luego de su descripción quedé azorado, era tal cual mi personalidad. Le comenté que me desempeñaba como actor en el elenco del teatro estable de la provincia. Entonces le referí mi actual situación marcada por el constante ninguneo de sucesivos directores que no me asignaban papeles, pese a mi enorme talento. También relaté que mi vida amorosa estaba en un momento complejo debido a que no encontraba pareja y desde hacía mucho tiempo no tenía, ni siquiera, acercamientos sexuales.
Usted me dijo que eso pronto se solucionaría que conocería a un muchacho igual de joven que yo, que me enamoraría apasionadamente, que sería el hombre de mi vida. Me recomendó, además, que de rienda suelta a mi actividad actoral, que además de mi labor, con el elenco estable, realice actividades alternativas.
Le pagué la consulta con un billete de cien pesos porque usted me pidió a voluntad y verdaderamente me sentía muy conforme con lo conversado.
Al día siguiente comencé a preparar un monólogo que dos meses después estrené con un éxito mesurado. La sala era chica y nunca se llenó. A pesar de ello la gente que asistió se sintió conforme con mi desempeño. La crítica dijo “el poder de seducción de Capeletti es asombroso. Interpreta a un tanguero de ley, macho, imponente. Genera versomilitud y una comunión perfecta con el público. Los tangos cantados tienen actitud”.
Esto me levantó el ánimo increíblemente y aunque no hayan sido tan exitosas, cuantitativamente hablando, las funciones, me sentí realizado. En la penúltima función conocí al caballero del que usted me habló. Hermoso, alto, de pelo castaño y ojos azulados. Barbita estilo psicobolche. Voz tenue y un perfume embriagador. Todo se está dando pensé alegremente.
El joven me admiraba profundamente, era médico y decía que mi talento era de otro planeta. Yo me sentía como nunca antes. Querido, respetado, anhelado. Luego de mucho tiempo logré esa felicidad que tanta falta me hacía.
Por eso, querida señora, quería agradecerle, a medias, por sus palabras, por su capacidad de anticiparse a los tiempos. Digo a medias, porque le faltó decirme que moriría cuatro meses después, en medio de un escenario, producto del impacto de bala en la sien, generado por un incidente amoroso.
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