Poeta, escritor y autor teatral muy vinculado al movimiento folclórico de Salta, fue autor de “Canción de cuna para dormir a un niño”, “Zamba del chaguanco”, “Bajo el azote del sol”, entre otras memorables canciones. Ganador del Premio Municipal de Poesía por su poemario Baguala solamente” y del Premio Provincia de Salta por “Canto a la patria chica”, fue también autor de “La mestiza”, El duende y la luna, “El ratón”, “Tiempo de acuarela, etc. VIDEO
Antonio Nella Castro nació en Salta en 1921 y se radicó desde los 26 años en Capital Federal. Ha publicado, en poesía: Tiempo de acuarela (1945), La elegía heroica (1950), El potro pintado (1959) y Baguala solamente (1972). En narrativa publicó La mestiza (1957), El ratón (1970, Premio Planeta de Argentina) y Crónica del diluvio (1986). En 1973 la Sociedad Argentina de Escritores lo distinguió con la Faja de Honor por su libro Baguala solamente (Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires). Permanecen inéditas su novela El útero de ladrillos (novela) y una antología de su obra poética, así como su obra de teatro "Los ojos azules como papá". Falleció en Salta, el 22 de julio de 1989.
En la novela Crónica del diluvio (1986) de Antonio Nella Castro, la función de la estructura de la crónica es desafiada para erguirse en relato paródico de la humanidad. Esta narración, que conjuga las facetas genesíacas y apocalípticas expresadas en la forma de relato genealógico del Antiguo Testamento, ubica a Noé en el filo de las tradiciones y de la historia. En esta versión, el cronista re-escribe su genealogía, evalúa la historia y la actuación de los hombres dentro de ella. Allí, la historia universal se presenta como una mera sucesión de ciclos siempre idénticos, en los que los hombres representan un "único libreto".
Con Jesús Rodriguez y el Cuchi Leguizamón
Allí donde galopa el Mojotoro y la tierra se entrega en un sonoro perfume a palo santo, hay una tierra algarrobera, hay un terruño toro, que sube rumbo al canto, usando el corazón por estribera.
Hay un país con melgas y muchachos, encendido de ceibos y lapachos, hay un ámbito de nido, sabroso como humita envuelta en chalas, un limite de machos, que monta hecho alarido, en el humo animal de las bagualas.
Hay un pais de pelo de una laya, donde habitan la ulua y la papaya, una comarca amicha (siamesa), que acollara la selva con la puna, y en épocas de chayas fermenta como chicha, en la fresca de la luna.
Es un país que baja con las aguas tirando como flechas a sus guaguas al centro
del paisaje. Donde esconden sus mieles las colmenas, con veranos como fraguas,
que yescan el obraje, y le dan un amargo gusto a pena.
Es un país con bueyes y senderos, por donde silban largo los hacheros, y de tuscas y mistoles que descargan mazorcas de chicharras, con hondos chalchaleros y changos de guitarras, hondeando lagartijas y colcoles.
Sus días son ardidos y guasunchos, y bajan hasta el techo de los ranchos tusandoles la giba. Y tienen en las calidas mañanas un pozo de caranchos cavado cielo arriba, en busca de distancias artesianas.
El hombre es solo un árbol que camina, nada mas que una verde “cina-cina” que
vive como puede. Es solo un árbol con los ojos fijos, una carnal harina que
amasa y nos concede, el pan siempre barato de los hijos.
Es un árbol morrudo que se mueve, casi un “cebil” que
diariamente llueve su sombra a chaparrones. Es un juntador de hachazos que
apenas si se atreve a darnos sus canciones y la honrada madera de sus brazos.
Si esta en el “vino alegre”, es TODO SALTA. y el alma se le va cansina y alta,
por anchos madrejones. Y ronda crespa entre las selvas bajas, carnosa como
palta, moliendo plantaciones, en el lento mortero de las cajas.
Y si en el “vino bravo” se divierte, buscándole las patas a la muerte. Y el
resto que le queda se lo pone lo mismo que un anillo, para hurgonear la suerte,
tirando una moneda que gire con la vida en el cuchillo.
Su cuerpo es una cuota del paisaje, casi un recodo que se va de viaje,. Es una flauta humana, que cuando el aire o Dios, o alguien la sopla derrama su linaje de música alazana, en el caliente arroyo de la copla.
Es una taba que cayo “pinino", y la dejaron sola en el camino. Es una fértil y fresca agricultura. Es un viejo campesino que viene a nuestro encuentro, con las manos repletas de ternura.
Se parece a la lluvia. Y se parece al río Colorado cuando crece hartado de pereza. Y es familiar en mucho a esos cigarros que veces nos ofrece moviendo la cabeza, igual que tentemozo de los carros.
Es un silencio herido por un grito que quiere acariciar el infinito. Cuando la voz se alarga al lado del caballo y de la huella. Un ávido distrito. Casi una flor amarga, brotando sobre el anca de una estrella.
Yo que llevo su tierra y su tormenta, y es la que a los dos nos emparenta un mismo y limpio techo. Lo tiemblo desde el alma hasta los poros. Y su aire me alimenta entrándome en el pecho, lineal como el mugido de los toros
Cuando miro que llora su corteza, y se le hace resina la tristeza en los troncos mas gruesos por el poco de guiso que le falta me duele su pobreza y hermano hasta los huesos, les digo a los amigos: “Soy de Salta”.
Soy de Salta, sus cerros y sus ríos, De sus valles con claros sembradíos. De sus gentes conformas que llegan con el bombo y con el santo por únicos avios. De sus noches enormes que suben rumbo a Dios y rumbo al canto.
Soy de Salta, de Moldes, de La Poma, de sus tardes con pájaros de goma. De ese viento padrillo que llena mi provincia con su cría. Y del dolido aroma que corta con cuchillo, las simientes de su amable geografía.
Soy de un país hermoso y permanente. Con algo de otoño combatiente metido en sus entrañas. De un país de dulces “quirusillas” que riega su simiente con agua de montañas, para que crezcan alto sus semillas.
Soy tierra, todo tierra pero de ésta. Y se que, carne al mar la llevo puesta, rumbeando al corazón con el alma colgada con los tientos. Por mi se manifiesta y sale hecha un malón de sangre abierta hacia los cuatro vientos.
Soy de Salta, paisanos y hago falta. Tan solamente por que soy de Salta. Mi tiempo se cultiva cuando transita con su alforja al hombro. Y hasta la piel se esmalta. Agatas la saliva me contagia, el sabor con que la nombro.
La tengo de los pies a los cabellos y aspiro en mis pulmones sus resuellos. La siento hasta la cepa. La llevo hecha tonada en el oído, la toco entre mis valles, y escucho que me trepa, juntando continente y contenido.
Porque soy—salteño como todos—mellizos en las penas y en los modos. Cuñados en
lo guapos, cumpitas en la aloja y en los puyos. Y hundido hasta los codos me
voy hacia el guarapo, por el trapiche azul de los coyuyos.
Porque amamos la tierra por sentida, sabiéndola la carne de la vida. Y el
hombre, todo el hombre esta hecho a su entera semejanza. A su misma medida, tal
como si su nombre
Fuera el exacto fiel de su balanza.
Porque de tanto andar por las quebradas, nuestra sangre conoce sus aguadas. Y bebe limpiamente. Y bebe con la “chuña” y el helecho, las flores apretadas que nos mojan la frente, y nos sacian los cantaros del pecho.
La tierra nos conforma la presencia, nos mide la estatura y la existencia. El intimo paisaje. Y alzando su galaxia montonera, nos muestra la querencia, en tanto que el linaje, se sale de la piel tacuara afuera.
Nos grita en el Abuelo y en el Tata. En la gente de bota y alpargata. Nos tienta con su duende. Y al darnos su brutal acometida, igual que garrapata sentimos que se prende, de la parte mas honda de la vida.
Por eso digo siempre: Soy de Salta, soy de Salta paisanos y hago falta.
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